Kanamatia

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Elisandría era la principal ciudad de los azores, junto con cuatro más que flotaban en el Norte del continente Gorn. Las ciudades flotantes fueron ocupadas al final de la era de los Primeros Tiempos, por Lohan, el primer rey de los azores, después de la batalla con los alkebaran dorados. En Elisandría se construyó el palacio real donde residía el rey, el templo de adoración, los centros de capacitación, la Gran Biblioteca y la metrópolis. La fundación y ocupación de Elisandría coincidió con la llegada de los hijos de los dioses...

(Crónicas de los Azores - Libro III)

Con sus paredes pintadas de rojo y blanco, el Gran Palacio destacaba entre aquella masa de casas con las torres que rodeaban la ciudad flotante de Elisandría. Aquellas torres incómodas que llegaban hasta el cielo y cañones que se podían escuchar mientras se ponía el sol.

Con sus paredes pintadas de rojo y blanco, el Gran Palacio destacaba entre todas las edificaciones, y aun entre las torres gigantes que llegaban al cielo y rodeaban la ciudad flotante de Elisandría. Nora aterrizó con el cuerpo de Nun en sus brazos, ascendió por las escaleras de los jardines colgantes, caminó por los pasillos del palacio real ante el estupor de soldados y sirvientes, llegó hasta la cámara principal y depositó el cuerpo inerte frente al trono. El rey se levantó lentamente, descendió por las escalinatas y se detuvo, lívido, frente al cuerpo de su hijo. El silencio era ensordecedor.

La muerte del príncipe era la tragedia más grande de los azores desde la caída de los Alados del Atardecer, en la última guerra contra los verkers.

Desde que Nora aterrizó en el palacio del rey con el cuerpo de Nun en sus brazos, la noticia recorrió todo el valle. No tardaría en llegar a los puertos y a los demás continentes y tierras lejanas, llevada por los indekos. Pronto los reinos de todas las razas de Lumtaria se enterarían.

Custodiada por los guardias imperiales, Nora fue trasladada a sus aposentos. Había vuelto a su hogar, y a pesar de estar acompañada por sus cuidadoras, se sentía terriblemente sola. Seguía llorando al príncipe, y en las noches, cuando lograba conciliar el sueño, la negra luz de las pesadillas volvían a traerle las imágenes de su Nun moribundo.

Todo a su alrededor respiraba desolación. Ether, su consejera, la miraba en silencio cuando ella intentaba detener las lágrimas que, inevitables, recorrían sus mejillas. Ether estaba preocupada, y aunque respetaba profundamente el dolor de la princesa, y el suyo propio, una noche se atrevió a recordar a la princesa su responsabilidad. En cualquier circunstancia, ella debía cumplir con su deber, si no, ¿qué clase de consejera sería? Le habló despacio, mirándole a los ojos, y respiró aliviada cuando vio brillar en los ojos de Nora la determinación de antaño. El duelo debía dejarse para después y dar paso a la acción inmediata. Así lo habría querido Nun. La muerte del príncipe de los azores podría traer repercusiones en todas las demás razas; desde el rompimiento de las alianzas con otros pueblos, hasta una posible guerra. Los problemas se empezaban a gestar en los interiores del palacio real. ¿Cómo habían llegado hasta ese punto? ¿Qué había pasado? ¿Eran los maestros de Kanamatia los responsables?

La Ciudad Sagrada

Desde joven, Nora había escuchado con atención las historias sobre Kanamatia, de cómo hacía 500 mil onars, empezaron a llegar noticias de que los hijos de los dioses bajaron de los cielos al mundo de Lumtaria. Habían oído sus plegarias y enviaron un séquito de seres que crearon la ciudad sagrada de Kanamatia. Un lugar de ensueño y sabiduría. En aquellos primeros tiempos, Kanamatia había enviado representantes a cada uno de los pueblos y razas en todos los rincones de los cuatro continentes, con la misión de seleccionar a los más aptos para que fueran formados en la ciudad.

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⏰ Última actualización: Mar 24, 2020 ⏰

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Crónicas de Nebadon - NoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora