[El idiota de mi clase] (pt.2)

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Las lágrimas comenzaron a recorrer mi rostro sin más, sin espera, después de haber sido retenidas durante la mañana.

Avanzaba a pasos agigantados, desesperado por llegar a aquel maldito gimnasio y descargar mis sentimientos en una inánime bolsa de arena. Excelente terapia.

Al haberme acercado lo suficiente a la entrada del colegio, divisé al profesor hablando con el portero. Hablaban en voz baja, casi inaudiblemente.

Bajé la cabeza y me escondí detrás de la pared de la portería tratando de hacer el mínimo ruido posible.

—No parece... entender—le comentó el director a Edward, el portero.

—Tú eres el que no parece entender, Christian—Edward pareció alejarse del director ligeramente al pronunciar esta frase, por lo que fue difícil entenderla claramente. 

El director susurró algo bastante bajo, inaudible.

Me percaté, segundos después, del ambiente tenso que parecía formarse dentro de la portería, pues todo permaneció en silencio.

—Ya olvídalo, Ed—pude oír como golpeó el hombro del portero con ternura, y se dirigió a la salida.

Puesto que la portería estaba rodeada de pasto, tuve que apurar el paso para esconderme detrás de toda la portería sin hacer mucho ruido al caminar sobre el pasto húmedo.

Al esconderme, el director logró salir de la puerta lateral del lugar sin problema. Su semblante reflejaba preocupación y... decepción, podía ver cómo sus ojos se aguaban incontrolablemente y restregaba sus manos contra su rostro estresado.

Después de varios instantes, reanudó su marcha y se dirigió hacia el tercer edificio.

Finalmente, me relajé y respiré de nuevo, esta vez un poco más despacio para intentar calmar mi corazón agitado. No podía darme el beneficio de un registro como estudiante becado, y estuve a punto de arriesgar mi trasero al haber intentado salir de las instalaciones escolares sin permiso alguno.

  —Sal de ahí—la voz de Edward me asusto lo suficiente para hacerme saltar en mi lugar y presionar mis ojos con rudeza—. Vamos, Daniel, sé que eres tú, te veo por la cámara. 

  —¡Carajo! —me levanté derrotado del césped y dejé mi cuerpo a la vista.—. Lo lamento, Ed. Por favor no le digas al director. —pronuncié mis palabras mientras me dirigía hacia él.

—¿Qué planeabas hacer, Dani? ¿Escapar del colegio? —se rio entre dientes mientras percibía la decepción en su mirada.

—Exacto, Ed, planeaba, ya no—le guiñé el ojo y le dediqué una sonrisa ladeada.—. Lo lamento, Ed, en serio, pero por favor no le digas a nadie.

El portero de ojos oscuros y pelo castaño claro asintió comprensivamente.

—¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! —corrí hacia él para dedicarle un abrazo en muestra de mi gratitud. El pareció aceptarlo sin problema mientras sonreía.

—Ahora, ve a tu clase, Dani. Puedes ir a boxear cuando se termine la jornada, antes no.—me alejó con suavidad y buscó mi mirada para sonreírme.

—Está bien, claro, digo, es suficiente con un solo día escapándome. —rasqué mi nuca sin mucha fuerza recordando el viernes pasado.  

  —Opino lo mismo, muchacho. Ahora ve a tu clase—golpeó mi hombro suavemente y giró sobre sus talones para entrar en la pequeña portería.—. No te arriesgues de esa forma, Dani.

  —¡Gracias, Ed! —grité a sus espaldas antes de dirigirme hacia la enfermería, pues necesitaría una cuartada para llegar tarde a la clase de cálculo sin levantar sospechas.

La enfermería, situada en el tercer piso del segundo edificio, contaba con dos camillas para los estudiantes y una pequeña cortina que separaba este espacio del escritorio de la enfermera, donde atendía a los estudiantes.

Al llegar, me acerqué al pequeño escritorio de la enfermera y le comenté mi "incesante dolor de cabeza", pues así podría recostarme un rato y tener un momento para pensar en la llamada de Noah en la mañana, la forma en la que me miró durante el examen, y la conversación previa entre el director y el portero. 

La enfermera me ofreció una pastilla blanca con la mano, y señaló el área que poseía las camillas incitándome a entrar.

—Gracias—asentí, y corrí las cortinas sin mucho cuidado.

Y ahí, acostado lateralmente en la camilla, sobándose las costillas, se encontraba Noah Evans.

Mi respiración se agitó y me paralicé por un momento.

Al haberme quedado tanto tiempo inmóvil frente a las camillas, Noah se percató de mi mirada y levantó su cabeza con desgana.

Suspiró y me recorrió de arriba a abajo con la mirada, para después volver a acomodarse y quedar en dirección a la pared blanca.

Tragué saliva mientras sentía como mi corazón comenzaba a palpitar demasiado rápido.

Me acosté lateralmente en la camilla en dirección a Noah, precisamente, a su espalda.

Mis zapatos y maleta quedaron recostados en el suelo.

Observé su espalda musculosa y su cabello castaño. Sus brazos y sus piernas. Detallé cada parte de su cuerpo con cuidado, y se veía jodidamente perfecto.

El chirrido de la silla proveniente del otro lado de la cortina despejó mis pensamientos inmediatamente, la enfermera se había levantado de su asiento y se dirigía a la salida.

Redirigí mi mirada nuevamente hacia Noah, y me choqué con sus ojos verdes mirándome con intensidad. Mi corazón comenzó a latir demasiado rápido y mis labios se abrieron levemente.

—¿Por qué me miras tanto? —pronunció aun clavando su mirada sobre mí.

Mis ojos se abrieron un poco ante su pregunta, y mordí mi labio inferior antes de responder.

—¿Por qué me tratas tan mal? —lo miré con la misma intensidad.

Desvió su mirada hacia el techo mientras parecía pensar, para poco después, posarla sobre mí.

Joder, ¿Tengo taquicardia o qué?  Tengo que calmarme.

  —Porque sé que aun así no te vas, Dani —relajó su expresión y se encogió de hombros. —Por eso lo vales, idiota.

  Presione mis labios con fuerza, tratando de formular una respuesta hacia esa confesión.

—No tienes que responder—intentó acomodarse completamente mirando hacia mi—. ¡Mierda! —se quejó mientras apoyaba su mano al costado de su abdomen.

En ese instante, salté de mi cama y apoyé mis manos en su abdomen para ayudarlo a acomodarse. Lo sostuve firmemente mientras terminaba de girarse por completo.

  —¿Estas bien? —pregunté mientras lo soltaba con suavidad.

—Sí, lo estoy—me dedicó una mirada grata, agradeciéndome.—. En serio— rio para sí—, ¿Por qué me ayudas?

Las comisuras de mis labios se levantaron en una sonrisa y observó como él formulaba una en respuesta. 

—¿Por qué no, idiota?

El sonrió e hizo un ligero gesto de negación con la cabeza.

—No lo sé —dijo sarcásticamente —, será porque te trato como una mierda, y no planeo parar.

Sonreí victorioso.

—No pares, entonces.

Giré sobre mis talones y me dirigí a la salida mientras recogía mis cosas.

Podía sentir su mirada sobre mí a medida que me alejaba de ambas camillas y corría nuevamente la cortina.

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⏰ Última actualización: Jul 12, 2018 ⏰

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