'Resultó ser cierto. Es necesario insistir en los errores. En este caso el error tiene tu nombre y quienes lo cometen son mis manos'.
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Su cuerpo fue sacudido por unas manitas, obligándolo a abrir los ojos. Pestañeo un par de veces para enfocar a la figura a su lado, y se percató de la presencia de su hermana, que apretaba uno de sus tantos peluches contra su pecho.
-¿Qué ocurre? -preguntó con la voz ronca, sentándose en el colchón.
Los ojitos de la castaña parecieron centellar. -Tuve una pesadilla, y no quiero despertar a mamá y a papá. ¿Podrías...dormir conmigo?
Él asintió, ofreciéndole una mano, que aceptó gustosa. Ambos salieron de la habitación de Isabelle para entrar en la de Alec. El adolescente se tumbó en su cama sin pensarlo dos veces, y dejó un lugar, invitando a la pequeña a que lo acompañara. Con una sonrisa ladeada, se acercó a paso lento, y se recostó también, hablando en voz baja.
-¿Te puedo abrazar?
Alexander se dio media vuelta, dejándola abrazarlo. ¿Quién se podría resistir a los encantos de esa niña? Nadie.
-Descansa, Izzy.
-Igualmente.
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A la mañana siguiente, unos delgados brazos envolvían su cuerpo. Divertido, se soltó del apretado agarre, encaminándose al baño y repitiendo la misma rutina de todos los días. Se cambió y desayunó rápidamente.
-Hoy los llevaré yo a la escuela, chicos. -Maryse bajó las escaleras, vestida y arreglada al igual que siempre. Observó a sus dos hijos, tomando las llaves de su vehículo. -Vamos al auto.
El trayecto fue silencioso, hasta que los dedos de la chiquilla de la familia teclearon un par de botones en la radio, haciendo sonar una canción. Isabelle movía su cabeza al ritmo de la música, tarareándola y provocando la risa de cualquiera que la estuviera viendo. Cuando llegaron a su destino, se despidió y dejó un beso en la mejilla de su hermano y madre, y acto seguido, corrió para encontrarse con sus amigas.
El ambiente se tornó incómodo. La mujer miró de reojo al pelinegro, suavizando su mirada con el pasar del tiempo. -Alec.
-¿Sí?
Vaciló unos segundos, pensando en si su pequeño discurso no alteraría más la relación entre ellos. -¿Tú estás seguro sobre...eso?
-¿A qué te refieres con 'eso'? -cuestionó con inocencia, sabiendo de antemano que era lo que le carcomía el cerebro a su progenitora. Solamente necesitaba ver la expresión asqueada que esta hacía cada vez que tocaba ese tema.
-¿Estás seguro de que te gustan los hombres? -volvió a hablar, sin rodeos esta vez. Sus dedos llenos de anillos se curvaron sobre el volante, sintiéndose extraña al formular esa oración. Nunca había preguntado algo así. Se suponía que Alec iba a conocer a una mujer hermosa en un futuro, se casarían, tendrían hijos y listo. Serían la copia, mejorada o tal vez no, de Robert y ella. Pero los planes se le habían invertido, y su mente le proporcionaba ideas para nada relacionadas a lo que ella creía correcto. -Es que no logro comprenderlo. ¿No podían simplemente atraerte las mujeres y ahorrarnos este sufrimiento? -Maryse reprochó, no pudiendo ni siquiera mirarlo. Lo había educado tan bien, le había dado todos los gustos, la mejor educación, y no había bastado.
-Yo no lo puedo creer. -su voz se quebró, y no se dio cuenta de cuando una pequeña lagrima le rozó el mentón. La secó de una forma violenta, no queriendo parecer más destrozado de lo que estaba. Salió del auto y cerró una de las puertas delanteras con fuerza, oyendo como una voz chillona lo llamaba a gritos.
A la mierda todo. A la mierda sus padres. A la mierda la escuela. A la mierda sus sentimientos.
Sus pies lo llevaron por las calles, y encontró una cafetería abierta. Entró, agradeciendo que la calefacción estuviera prendida. Se sacó la bufanda y la guardo en su mochila, para después sentarse en una de las mesas. Eran las ocho de la mañana, por lo que no había mucha gente en el local. Agradeció no ver ningún rostro conocido, hasta un momento, en el que unos ojos rasgados lo observaron.
-¿Problemas en el paraíso? -Magnus se ubicó en el asiento frente a él. Alec bufó y enterró su rostro entre sus brazos. No quería hablar. -Bueno, veo que no estás para chistes.
-No, no lo estoy. Por favor, solo déjame. -dijo, y cerró los ojos con fuerza para no llorar. Quería hacerlo, sacarse todo eso que tenía dentro, pero el estar con Magnus se lo impedía. No quería mostrarse vulnerable con él.
Él entendió su reacción y le hizo una seña a la mesera. Está se acercó y anotó la orden: dos cafés y una porción de pastel. La mujer llegó con el pedido luego de unos minutos, en los que el mayor se encargó de no quitarle la vista de encima a Alexander. Le agradeció y le dio un par de billetes, pidiéndole que se quede con el vuelto. -Mira, no sé que te ha pasado, ni tampoco preguntaré. Pero lo que si sé es que no hay nada que no se pueda arreglar con comida.
El joven puso su mentón sobre su mano y miró el plato. Su estómago rugió, aunque había desayunado hace media hora. -No tengo hambre.
-Vamos, ayúdame a terminarlo. -Magnus tomó un tenedor y cortó un pedazo, llevándoselo a la boca. Lo saboreó y sonrió levemente. -Está muy bueno, ¿en serio te lo perderás?
Alexander no se resistió, y copió al chico que lo acompañaba. Tenía razón, estaba delicioso. Sin querer, se perdió en el rostro del moreno. Se perdió en las arrugas que se formaban al rededor de sus ojos al sonreír. Se perdió en los cabellos que caían rebeldemente por su frente. Se perdió en el color chocolate que tenía su piel.
Y por primera vez, le gustó estar perdido.
-Gracias por hacerme compañía.
-No hay de que. -dijo, y como acto reflejo, chequeó la hora en su reloj. -Diablos. Ya tengo que entrar al trabajo.
'¿Trabajo?', la mente del ojiazul comenzó a maquinar. Era obvio; el traje, el maletín, la apariencia tan arreglada. Una cosa llevó a la otra, y se encontró haciéndole una pregunta. -¿Cuantos años tienes?
-22.
¿Qué?
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Knowing you. •malec•
Fanfiction'-Que puedo decirte, nunca me equivoco. -exclamó con aires de grandeza, acercándose más al cuerpo contrario. -¿Y si lo haces? ¿Si te equivocas? -preguntó con gracia Alec. -Pues entonces, serás el primero en averiguarlo'.