Ha pasado mucho tiempo pero no lo olvido

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Siempre he sabido, que no soy más que el resultado de múltiples casualidades. Todas inspiradas en algún lugar oscuro que las esconde de la vergüenza que les provoca el ser tan dramáticas. Siempre he tenido la certeza de que si algo salía de diferente manera en alguno de los puntos de giro de mi historia, ésta podía haber sido completamente otra historia; pero ahí nace mi dilema, tal vez si la historia cambiase, entonces ya no podría estar hablando de "mi historia" como lo hago ahora, con tanta seguridad de posesión sobre algo, algo que es mío, que es lo único que realmente es mío. Tal vez ya no sería yo el que les habla a ustedes. Como no tengo nada mejor que hacer y como aquí en este rincón se está tan calientito, siento que podría gastar no sólo una, sino dos eternidades, en diluir esta interrogante que me viene chinchoseando día y noche como un molesto mosquito que, hambriento, revolotea alrededor de la cara sin decidirse cuál de las mejillas le resulta más apetitosa. Como sea, el punto es: ¿habrá valido la pena vivir lo que yo he vivido para terminar siendo yo? Muchos románticamente dirán que sí, por supuesto, que todos hemos sido construidos a base de nuestras experiencias y que al final del camino nos encontramos con una persona que ha llegado a donde está gracias a ellas. En eso estoy de acuerdo. Pero, ¿a donde he llegado yo? Definitivamente la mayoría de las experiencias que me han tocado vivir y acumular no han sido del todo gratas. ¿Cómo dice? ¿Qué no hay mal que por bien no venga? Bueno señora, eso ya lo había escuchado; y es posible que tenga usted razón, pues no he llegado todavía al final de mis razonamientos y me siento aún incapaz de responder con certeza a lo que plantea esa afirmación. ¿Qué cuál es mi historia? Ahora que lo menciona, nace en mí todavía una duda más elemental, me pregunto si se le puede llamar historia a esto que voy a contarles.

La casualidad más influyente e importante en mi vida es la que le pasó a mi madre un día, cuando iba de regreso del mercado. Aquel día tuvo que ir sola, pues su madre había amontonado ese día mucha ropa ajena para lavar, y aunque ella ya se sabía muy bien el camino, no sabía acerca de las malas casualidades que ese día lo merodeaban. Las que atrajeron a los policías por sus rumbos, por el atajo que mi madre y su madre siempre usaban para no ser molestadas, algunas veces por hombres malintencionados y otras por la policía militar. Ellas iban por detrás de la colina, por el silencioso y despoblado sendero que las llevaba a caminar casi cuarenta minutos de más, pero que les quitaba aunque sea por un momento el constante temor en el que vivían. Sí, así hemos estado todos alguna vez, como palomas que no pueden ni comer tranquilas, como indefensas aves a la merced de todo cuanto se mueve, sin poder confiar en nadie, sin poder mirar hacia abajo para esquivar el charco de mugre que se presenta, pero sin poder levantar la vista para afrontar la vida con dignidad. Sí señores, es muy cierto eso de las palomas. Vuelvo a la historia de mi madre y la casualidad que se dio esa tarde en que dos policías la vieron pasar por la avenida y perderse en un angosto sendero que la llevaba a una colina. La siguieron. Ustedes ya se imaginarán la que tuvo que pasar mi madre que dejó todo el campo regado con las verduras que traía del mercado, cuando la agarraron por sorpresa los policías y la retuvieron ahí, por más de dos horas; además que justo por aquellos días, mi madre había comenzado a ser fértil; un poco adelantada a las chicas de su edad. ¡Así son las cosas de la vida! De esa absurda coincidencia tuve que venir a nacer yo, pero por suerte traje a mi madre la única buena casualidad que quiso darle la vida: nací hombre. Aunque para serles sincero, nunca he conocido en carne propia las ventajas de ser hombre, pues he pasado las mismas hambres, los mismos fríos y las mismas rabias que hubiera tenido de haberle salido mujer, pero perdónenme no he querido ser imprudente, es sólo la falta de experiencia la que me hace hablar así.

Una vez que mi madre se resignó a que le creciera la panza, dio la casualidad que su padre agarró el cólera por andar muriendo de sed a altas horas de la noche, ¿Qué cómo? ¿Qué nadie se puede contagiar de cólera por andar de sed? Escuche usted mi relato señor y me entenderá. Ese día, el hombre, al volver del taller de costura donde trabajaba, se encontró en los basurales un cochecito de bebé sin ruedas; no había probado bocado, ni de agua, en todo el día; pero el abuelo se entusiasmó tanto que quiso encontrar más cosas para mí y se quedó hasta muy tarde en la noche, en medio del basural encontró una botella con un poco de agua, a su modo de ver, refrescante; se bebió hasta la última gota. No nos duró nada más que unos escasos días.

Ha pasado mucho tiempo pero no lo olvidoWhere stories live. Discover now