El condenado

Pronto moriré, mis actos me llevarán a ser asesinado por un grupo de delincuentes muy bien armados. Pude haberme negado a seguir, a quedarme escondido en algún rincón del mundo esperando el fin como un perro moribundo al que atropellaron en la mitad de la avenida. No lo hago.

La sangre que brota de mi estómago se siente caliente, y llega a ser curioso, es reconfortante, tal vez sea porque es lo único cálido que siento.

Camino frente a esos hijos de puta, quieren que muera, y ahora lo quieren más, ya que el primero fracasó, solo me dejó está cálida sensación en el vientre y un cuerpo enfriándose.

El líder del grupo tiene un revolver en su mano, me mira rabioso, las canas en el poco cabello que le queda lo hacen ver como un lobo viejo, pero no me ve como su presa, solo como una amenaza, o mas bien un enemigo.

Todos me apuntan al oír la orden.

Siempre tuve miedo de que antes de ser asesinado me humille, me orine encima y llore desesperadamente rogando por seguir viviendo. No hago nada de eso, no tengo miedo.

Algo me dice que no voy a morir, que no es el fin. No es Dios, no creo en él, puede que solo sea una idea mía, una especie de confort que decido darme antes de sentir los disparos.

Disparan, no siento las balas pero sé que me dieron porque caigo al suelo y sangro mas que antes.

Me aferro a la idea de que no voy a morir. La llego a sentir casi poética, como si no fuera mía, tal vez no lo es. Pude haberla oído o visto en algún libro, alguna película o alguna canción. Me convenzo de que no voy a morir simplemente porque no quiero hacerlo.

El viejo lobo se me acerca, me dice algo pero no lo escucho, me escupe y me apunta con el arma.

No le tengo miedo porque sé que no voy a morir.

Se asegura de que me disparará en la cabeza, no quiere fallar.

Jala del gatillo, no falla.

Primero el rojo me cubre los ojos, luego el negro, finalmente muero