POEMA III: il peccato

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POEMA III: IL PECCATO

Entonces reveló la simetría de su cara
y mis ojos no encontraron explicación
a aquella belleza sobrehumana
que sobrepasaba la perfección.

Con el primer dulce contacto,
sucumbí ante su férvida atracción.
Me sentí volar en aquel acto,
que me produjo una nueva visión.

La noche despertó y cobró vida,
como si fuera parte de mi identidad.
Pensé que mis sentidos dormían,
antes de la Segunda Oscuridad.

—ALEJANDRO, La Mascarada I: El despertar; Tenebrae Secunda.


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No hay cielo o infierno, sólo tierra.

En la tierra está Seungyoon, siendo un niño pequeño de fatal inocencia, albergado en una casa pintoresca dónde yace papá y mamá. Y si existe un cielo, papá es un arcángel. Y si existe un infierno, mamá es un demonio. Pero sólo existe tierra –áspera, frívola, encantadora, contradictoria.

En tierra, la inocencia es fatal. Un fatalismo alentador para la biblia del cielo. Un fatalismo mortal para el libro del infierno. Pero en tierra es fatal, simple y claro. Seungyoon, entonces, es un pobre chiquillo marcado con el infortunio de nacer con tan miserable don. Lo sabe papá, lo sabe mamá, lo saben los niños del barrio, lo saben todos quienes pueden verlo sonreír o llorar. Porque cuando sonríe o llora, un halo de magia blanca ciega a sus espectadores. Es un espectáculo maravilloso, un don que aparenta ser asombrosa e inquietante, una virtud envidiable que muchos desean corromper por mero placer que incita la envidia.

Lo corrompe mamá, cuando papá ha dejado de limpiar las heridas de Seungyoon y decide volver al cielo. Lo corrompe de manera despiadada, permitiendo que otros toquen la inocencia que se esconde tras su piel y que muchos otros, se lleven un poco de esa pureza –en trozos pequeños y ensangrentados. Entonces él deja de maravillar, su cuerpo es grande, delgado y asqueroso. Ya nadie desea observar, ya nadie quiere tocar, todos se largan cuando finalmente se apaga; incluso mamá.

No obstante, en tierra, hay diferentes formas de encontrar nuevamente la luz. Una forma de subsanación que hace renacer a un humano. Seungyoon lo encuentra con su nueva familia. Olvida que tuvo un arcángel por padre y un demonio por madre. Es entonces feliz, bajo el sol radiante de un campo en el Sur y las risas contagiosas de esa nueva hermana pequeña que tiene. La pureza resucita poco a poco, como una pequeña semilla en el valle más fértil. Todos lo ven, todos lo pueden sentir y Seungyoon teme de nuevo.

Para cuando sus hombros se vuelven amplios y su voz cambia, decide buscar refugio en la casa del padre celestial. La familia lo acepta, están orgullosos de él porque es el resultado de una buena educación cristiana. Lo despiden con lágrimas en los ojos, antes de que vean al niño hecho hombre llorar desconsolado en el asiento del avión. Él llora porque teme y teme bien, pues otro demonio, que no es mamá, lo ha encontrado.

Mino lo corrompe.

—Has dormido tanto –se queja.

Seungyoon despierta de lo que parece un letargo eterno.

La apariencia de Mino es dolorosa. Demasiado bello para que los ojos de Seungyoon soporten verlo. Tiene la piel bronceada cubriendo una estructura humana alta y esbelta. Un porte elegante y una sonrisa atrayente. Si no fuera por la forma de los orbes rasgados, parecería más un príncipe gitano. Aunque esa apariencia, en sí, es tan incierta como el nombre que lleva puesto.

Abaddon 。 minyoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora