Capítulo 34. [Perfecto para mí].

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Mi rostro se iluminó. Lo que escuchaba no lo podía creer. Era mi oportunidad. Era mi milagro. Era lo que había rezado, y era lo que había pedido. Estaba en camino a verle sonreír una vez más. Los chicos se pusieron de pie, pero decidieron esperar a que yo entrase primero.

Miraba a mis pies. Estaban caminando hacia la habitación. Pero parecía que éstos no avanzaban, si no que, estaban fijos al mismo suelo. Era como si la habitación se alejase por más que me acercara, y finalmente, pude rozar la puerta de la habitación. Con la puerta abierta de par en par, el último médico salió de allí con una enorme sonrisa en su rostro.

Y allí estaba yo; paralizada. Lo único que podía escuchar, era el latido de mi corazón, y el marcapasos conectado hacia Niall. Allí estaba él. Recostado, y con sus ojos cerrados. Mirando hacia el Cielo, en aquella cama de hospital de color blanco. Y mientras más me aproximaba, las lágrimas fluían más.

Estando a tan sólo diez centímetros de él, estiré mi mano hacia su mejilla. Su rosada mejilla, cálida, como siempre lo había sido.

-Niall... -le dije entre sollozos-. Mi Niall -sollocé, y finalmente, tomé su rostro entre ambas manos-. Mi cariño...

Y fue allí, cuando sucedió mi más preciado milagro. Ese por el cuál yo daría todo lo que tengo el día de hoy en forma de agradecimiento, y que, debo decir, es la razón por la cuál sigo viva. Y ese milagro era: el azúl de sus ojos.

Sus ojos se abrieron de par en par, y mi corazón se detuvo. Lloré tanto; como jamás en mi vida. Sus ojos se cruzaron con los míos, y no pudo hacer más que llorar. Lloraba... estaba vivo.

-Mi Niall... -yo le repetía, y le besaba la frente-.

-Perdóname -me dijo de pronto.

No creí que volvería a escuchar su voz jamás en mi vida. Escucharla me estremeció por completo, a tal punto de que caí sobre el sofá más cercano, estando aún más cerca de él.

-Perdóname... -repitió, mientras me miraba. Me miró, y una lágrima brotó a su mejilla.

-¿Por qué lo hiciste? -le cuestionó-. ¿Qué te sucede? ¿No dijiste que me querías? ¿Por qué pensabas dejarme? Dijiste que me querías, Niall... pero querías abandonarme. ¿Cómo pensabas que yo iba a vivir sin ti? ¿Cómo creíste que sobreviviría? ¿Cómo creíste, Niall, que yo iba a vivir si tú no estabas aquí? -y de pronto me di cuenta de cómo sollozábamos los dos.

Pero dejé de decirle todas esas palabras. Negué, y negué con todas mis fuerzas. Él se incorporó poco a poco, y su espalda se enderezó un poco. Lo mínimo posible. Me aproximé tanto a él, que su corazón ahora era el mío.

-Pero estás aquí... -le dije.

-Hice una locura -me dijo-. La más grande de todas. Quise ser perfecto. Quise ser perfecto para ti, y cuando supe que no podía serlo, que jamás sería como las personas que te rodean, entonces me vi hundido en mi propia soledad. A pesar de cuánto te quería, y cuánto sabía que me querías.

-Tú eres perfecto, perfecto para mí.

-¿Y por qué no lo pude creer?

-Porque estabas cegado. Y tus ojitos azules no veían lo que debían observar. Y yo creí que jamás volvería a observar esos ojos azules.

-Pero allí estuviste -me dijo-. Tomaste mi mano, y estuviste conmigo, porque dijiste que cuidarías de mí, y yo dije que cuidaría de ti. Y por un momento te fallé.

-No me fallaste -le lloré-. Al contrario. Fuiste muy valiente. Decidiste entre el Cielo, y yo. Y me elegiste a mí. Fuiste lo suficientemente fuerte como para regresar conmigo.

-Mi Cielo eres tú.

Apegué su frente hacia la mía. Las lágrimas desbordaban de las mejillas de ambos.

-Cuando me di cuenta de las pastillas que había tomado, quise vomitarlas. No las tomé completas, porque pensé en ti, y al segundo, de verdad quería morir. Pero no por las razones pasadas. Quería morir al saber que era tan idiota como para dejarte sola. Y después, estoy aquí. Y estoy frente a la persona más hermosa, que es mi amor. Estoy frente a mi razón de volver a comenzar desde el principio. Regresé... y la razón eres tú.

Al escuchar éstas palabras, le besé en los labios muy rápidamente. Le besé, y él se aferró a mi cabello. Ahora lo besaba como creí que jamás volvería a besarlo. Sus labios vivían. Él respiraba. Él había regresado por mí, como lo había prometido. Y la razón era yo. Yo era la razón por la cuál había regresado.

Lo besé, y lo besé con mucha fuerza.

Y cuando nos separamos, lo observé suavemente.

-No me dejes, jamás -le rogué.

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