No recuerdo, no pues no lo se, no se que edad tenía, debí estar en primaria cuando deje mi casa, poco a poco la gente pasó de querer ayudarme a fingir que yo no existía, lo que hizo que me encontrara durmiendo acurrucado en las calles, vagabundos y perros callejeros, te ayudan mientras hagas lo que te piden, te piden meterte a restaurantes a pedir comida, vender chicles en la calle, o pedir dinero directamente, yo no era muy bueno en ninguna de estas cosas, lo mío era aquello de pegar calcomanías a la gente mientras estaban distraídas, evitaba sus miradas y cuando se daban cuenta ya les había pegado un pequeño corazón rojo, ellos miraban hacia abajo y se encontraban conmigo estirando la mano y hablando en voz muy baja con la cabeza gacha, algunos caían, te daban unas monedas, se retiraba la etiqueta con culpa unas cuadras después, otros eran duros y se quitaban el corazón dejándolo caer, con el tiempo aprendes a leer sus ojos me dijeron, pero yo evitaba las miradas de todos, de todos modos a veces me aceptaban, traias dinero o comida y eso te hace bueno para sobrevivir junto a ellos. No era bueno para vivir junto a ellos, llevaba comida o dinero, a veces ambos, eran cosas importantes de tener, era más importante estar con alguien, eso me decían.
Confie y no me traicionaron, no fue lo que paso, paso mucho tiempo, varias navidades en las que ví con claridad que no había alguien con poderes buenos mirando todo lo que hacía, nada te llega, no eres tan bueno para dios si vives en la calle, vives de mal ejemplo y la gente sin corazón te usa para decirle a sus niños abrigados lo bien que les va, en veces los hacen regalarte sus juguetes, y si hablas mucho con ellos te terminan llevando a algún centro de menores, no a una casa, no a su casa, a donde te llevan hay mejores cosas que en la calle, ahí hay mejores personas que las de la calle o las de los coches plateados y rojos que saben que siempre estarás ahí en la calle para señalarte con sus largas, afiladas y limpias narices, la gente de ahí si es buena de verdad, bueno eso me parecio a mi, no me pareció un hogar, no se parece a mi casa.
Muchos niños ahí me advirtieron de uno de los cuidadores que era malo, que nunca fuera a solas con él, yo no le había visto los primeros días, siempre estaba ahí pero nunca estaba conmigo, no repare en él hasta un día en que me retrase en el patio de juego, el no hacia ruido y debía llevar rato mirándome, un fantasma sin aliento, sin peso, cuando fue muy evidente que todo estaba en silencio la incomodidad me hizo voltear, encontré en su cara estática unos ojos, mi dios, no había mirada, vacío se quedaba muy quieto, me quise morir al verle, no te miraba para hablar contigo, miraba como quien mira una caja, miraba mi interior - te quedas detrás niño- su voz fue el anuncio de su mano que me sujeto como una pinza el hombro, -deberías seguir siempre a tu grupo- su voz era amable, no me agradaba, era como si no fuera su voz, como si alguien más hablara por él, -vamos voy a llevarte con los demás- su poderosa mano me dirigió por un par de pasillos, yo buscaba su rostro, no quería descubrir algo en su rostro, algo familiar tal vez, el barullo de los otros niños se alejaba, iba creciendo el silencio, estaba lejos ahora de los demás, esta era el área de los cuidadores, prohibida para nosotros, proteste quejosamente, no debía estar ahí, no me contesto, su pinza no se aflojaba- entre los pasillos hizo una sonrisa, -parece que eres un viejo conocido, me están encargando justo ahora hacer me cargo de ti, no te preocupes, al final no te dolera, antes del final tal vez estés confundido, no grites, no grites te digo pequeño pendejo, quiero que sientas esto mientras termino contigo- abría la puerta de un cuarto- él en persona quiere verte- me hizo entrar y me empujo al interior, caí asustado llorando- te dije que no hicieras ruido- se dirigía a mí, lo miré, sonreía complacido, esté era realmente él, desesperado y violento, diría que tan asustado como yo, no tan asustado, no, ahora comprendía que me estaba guardando para su amo, estaba con alguien más, y ese alguien más no necesitaba hablar con él para darle órdenes, para saber lo que estaba pasando, era mi fin, terminaría vacío como él, como toda la gente que antes había conocido y ya no estaban, ya no eran.
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El señor disfrazado
Horrorrelato corto, un niño va de paseo con un desconocido inquietante