๑ periérgeia ๑

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Los seres humanos llegamos a éste mundo sin saber cuándo, cómo, por qué y para qué, simplemente llegamos y estamos, prácticamente, tirados en la deriva. Al correr el tiempo, sabemos cuándo nacimos, cómo nacimos, pero quedan al aire dos de aquellas tantas preguntas: ¿Por qué nacimos?, ¿Para qué nacimos?
Vivimos con la duda, no hay alguien, ni el más sabio de los hombres, que pueda respondernos esas preguntas, pues la vida de cada persona es diferente, además de que ni siquiera tenemos la certeza de que las respuestas de nuestro origen sean ciertas, ¿y si era mentira y en realidad no provenimos de la unión de células sexuales? Si ya nos mintieron una vez con el cuento de la cigüeña, ¿por qué debíamos creerle a la ciencia si lo que nos cuenta la literatura infantil no era más que un cuento? Lo graciosos de ello es que ambas cosas nos las enseñan en la escuela.
Lo cierto es que la única certeza en nuestra vida es una sola, y esa es la muerte; todos vamos a morir algún día, es algo inevitable pues la inmortalidad no es más que un mito inventado por pensadores fantasiosos que hoy en día están muertos, vaya ironía la que les tocó a estos pobres prójimos.

Morir. Todos vamos a morir y es completamente inevitable.

¿Y entonces? ¿Para qué? ¿Por qué?

¿Por qué nacemos, si vamos a morir?

¿Por qué existo, si sé que al final voy a morir?

Que amarga e injusta es la vida, pensó Kenma con los ojos fijos en aquella fría y exánime lápida.

Cuántas veces había dicho eso desde aquel horrible día en el que la soledad lo tomó como una madre en sus brazos, quitándole y alejandolo de todo aquello que lograba hacerle bien.

— Me pregunto si es verdad que le encontraste el sentido a esta dichosa vida.

Nunca le habían gustado las preguntas filosóficas, ni cuando era pequeño se atrevía a escarbar mucho en aquello que le llamaba la atención o le causaba curiosidad, seguía como si nada por miedo a descubrir cosas que perjudicarán su infancia.

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Fue algo inevitable afrontarse a las preguntas cuando conoció a aquel niño nuevo de cabellos alborotados y oscuros, aquel día en el que se mudo a la casa de al lado, su familia fue a darles la bienvenida y, claro, lo obligaron a Kenma a ir con ellos para mostrar su respeto y agrado, cosa que a él no le importaba demasiado, de todos modos sólo eran personas adultas que seguro los buscarían sólo cuando necesiten azúcar o algo por el estilo. Pero se había equivocado, esa familia tenía un hijo, un año mayor que él, ese niño destilaba energía y alegría, tanta que ponía incómodo al pequeño Kenma de tan sólo 5 años. Recordaba bien aquel día, no podría olvidarlo aún si quisiera (no era ese el caso), pues ese día ni bien el niño nuevo lo vio, lo tomó de la muñeca para llevarlo a rastras a su patio tracero a jugar.


Ese niño, llamado Kuroo Testsurō, tenía 6 años y el entusiasmo de mil cachorritos juntos. Hablaba alto, era muy expresivo y le gustaba cuestionarse muchas cosas.

¿Cuál es tu nombre? ¿Qué edad tienes? ¿Cuál es tu color favorito? ¿Te gustan las manzanas acarameladas? ¿Por qué eres tan callado? ¿Te gustan los animales? ¿Tienes hermanos? ¿Nunca has querido uno?

Tantas preguntas en tan poco tiempo lograban poner en el limbo la tranquilidad de Kenma, era un niño callado y aislado que disfrutaba de la soledad y sus juguetes, no estaba acostumbrado a compartir y aunque hacerlo no le molestase, era algo incómodo tener que compartir palabras con otros niños, en especial uno tan cargado de energía como lo era Kuroo.

Habían pasado los años, aquel niño dejó de ser molesto y se había convertido en el único amigo de Kenma, el único que lo aceptaba con su personalidad tan reservada y queda, Kuroo llegó a comprender que Kenma era así, y lo que le quedaba a él era intentar ayudarlo a sentirse feliz y cómodo, había comenzado por impulsarlo a dejar de temerle a la curiosidad, hizo que Kenma se preguntara por qué el cielo era celeste, por qué había árboles si podía no haber, por qué los animales eran más entendidos que los humanos...

litost ❀ kurokenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora