Capítulo 1: ¿Quién me va a creer?

656 72 54
                                    

Me quedé espiando desde las vallas del patio. Todavía faltaba unos cinco minutos para que sonara el timbre de entrada en el instituto y los más madrugadores se congregaban en grupos cerca de la puerta y en la cancha de baloncesto.

Fue fácil dar con mis amigos. Debbie le sacaba una cabeza a todo el mundo. ¿Debía acercarme y contarles lo que había pasado? Una estupidez, lo sé, pero necesitaba contárselo a alguien, ¿y quién mejor que mis mejores amigos? Los conocía desde que era pequeño y sentía que solo podía confiar en ellos. Y lo más importante, estaban lo bastante locos para creerse esta locura.

Así que lo hice. Temblaba de nervios cuando me planté frente al grupo y saludé, con una gran sonrisa:

—¡Hola chicos! Hace un día espléndido, ¿verdad?

—No todos somos chicos, ¿hola? —respondió Debbie.

Debbie, mi novia, miró a JD, quien se encogió de hombros, y miró a su vez a Paul, que no miró a nadie más porque no podía mirar a las chicas y la única que quedaba por participar en el juego de miradas era Maggie, quien finalmente me miraba a mí. Con un desprecio infinito.

Maggie es la mejor amiga de Debbie y probablemente mi peor enemiga. Se conocen desde la infancia y supongo que conectaron porque comparten su asqueo por el mundo. Las dos son pesimistas, las dos se visten de negro y las dos odian a la mayoría de hombres. Quizá difieren en eso, porque Debbie no me odiaba a mí. En eso, y en que Maggie es físicamente lo opuesto a Debbie: menuda y bastante guapa.

Sostuve la sonrisa contra todo pronóstico, y añadí:

—Así dan ganas de ir a clase, ¿eh? ¡El sol brilla y los pajaritos cantan!

—Me das asco —espetó Maggie.

Dio media vuelta y se fue por no tener que aguantar mi buen humor. Mi plan había funcionado a la perfección. Ahora los tres que quedaban, mis amigos de la infancia, se quedaron a la espera de que dijera algo más. Fue extraño que se comportaran como si fuera un completo desconocido.

Paul bizqueaba, se lamía la ortodoncia y tenía un tic en los párpados. La verdad es que daba un poco de lástima. JD seguía boquiabierto con los ojos yéndole de arriba abajo. Dios mío, era súper obvio que me miraba las tetas. ¿A mí se me notaba tanto? ¿Pondría yo esa cara de bobo?

—¿Qué tal? —pregunté, por decir algo.

—¿Te conozco? —respondió Debbie—. Me suenas.

—Pues... te vas a reír, pero... sí, me conoces. Los tres me conocéis. Soy... soy John —murmuré—. Flipante, ¿a que sí?

—¿Estás de coña?

JD soltó una carcajada que le hizo bailar la papada. Paul parecía al borde del desmayo. Debbie solo frunció el ceño, más convencida que los otros dos.

—Espera, ¿va en serio? —preguntó JD.

—Ya sé que parece una locura, pero tenéis que creerme —les dije.

—¿De qué coño vas? —saltó Debbie.

—Ha pasado algo muy raro, ¿vale? Es una locura, lo sé, pero tienes que escucharme, por favor. ¿Recuerdas la discusión que tuvimos el domingo? Seguro que tiene algo que ver en todo esto, seguro. Tiene que ser eso.

—¿Te lo ha contado John? —Miró a su alrededor como para comprobar que no estuviera espiándolos, espiándonos, no sé—. ¿Es una especie de broma?

—¿Eres su prima? —me preguntó JD.

—¿Pero qué dices, JD? —le solté—. Ya sabes que no tengo primas.

—Es verdad que te pareces un poco a John. Con algunas diferencias, claro, como que...

—No quiero saberlo, ¿vale? Guárdate tus guarradas por una vez.

Su sonrisa de depravado sexual se esfumó. Volvieron a mirarse entre ellos mientras calaba la duda. Necesitaba que me creyeran.

—Sí, JD, sé que eres un capullo irresponsable que se folla mentalmente a todo lo que tenga tetas, incluida la señora William.

—Oye, que no soy el único al que le da morbo la de manualidades, eh.

—También sé que Paul es un inadaptado que se vicia al LOL y que su máximo logro en estos últimos meses ha sido subir a platino.

Paul tosió ahogándose con la saliva que siempre acumulaba en la boca. Tenía los ojos llorosos porque se le había ido por el otro lado. Lamió la ortodoncia y susurró:

—No esh... tan fashil... ¿sabesh...?

—También sé que Debbie es la presidenta de la asamblea de alumnos, y sé que en secreto es la máxima responsable de que echaran al señor Robinson.

—Eso no significa nada —argumentó Debbie—, te lo podría haber contado John. Lo de JD lo sabe todo el instituto y Paul no para de alardear de esa tontería.

—Muy bien, ¿quieres pruebas? —grité—. Todos habéis visto mi cicatriz de apendicitis, ¿no?

Subí un poco mi camiseta y bajé otro poco los pantalones. Por la forma en que me miraban, supe que había enseñado más carne de la que debería. Me dio vergüenza porque mi cicatriz está cerca del pubis. A Paul se le había cambiado el color de la cara y respiraba como si fuera a darle un ataque. JD pestañeó un par de veces, aturdido.

—No la he visto bien —tartamudeó—. ¿Puedo verla otra vez?

—Tiene la misma forma de luna —dijo Debbie, que conocía mi cuerpo mejor que ellos—. ¿En serio eres tú, John?

—¡Te lo juro!

Sonó el timbre que marcaba la hora de entrar en clase. Los tres volvieron a mirarse como si no supieran qué hacer conmigo. Me había convertido en un cachorrito del que nadie podía hacerse cargo. Paul agarró con fuerza las tiras de su mochila.

—Eshto... adiosh.

Y se largó.

—Supongamos que te creo —dijo Debbie, con un pie en dirección a la puerta del instituto, a punto de irse también—. ¿Qué harás ahora?

—No lo sé, pero necesito vuestra ayuda. Por favor.

—Está bien, pensaremos algo. —Hizo una mueca, preocupada o molesta—. Hoy no vayas a clase, no es seguro. ¿Nos vemos a la salida? Ethan podría crear una identidad falsa que te permita seguir con los estudios mientras buscamos una solución. ¿Tus padres lo saben? —Debió notar que no—. Es mejor así, no te creerían. Ni siquiera me lo creo yo. Lo primordial será encontrarte un lugar en el que dormir esta noche. ¿Llevas dinero encima? No, claro que no, qué raro.

Así era Debbie, lo que me gustaba de ella es que fuera tan decidida y resolutiva, pero no soportaba que siempre estuviera dándome reprimendas.

—Puede quedarse en mi casa unos días —intervino JD, con una sonrisa que no auguraba nada bueno.

—¿A tu madre le parecería bien? —pregunté, con la intención de escaquearme.

—¡Ella qué va a decir! —rio como un cabrón malintencionado, se cargó la mochila al hombro y se encaminó hacia el instituto.

Menudo día me esperaba.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 06, 2018 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

De John a JaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora