Entonces, una noche, sintió una luz sobre él, y una vez más abrió los ojos. Cuando emergió, ya no era una criatura de la Edad de Oro, sino un niño helado de la Tierra cuyo menor aliento o tacto traía espirales de escarcha. Y aunque el Hombre de la Luna ya había crecido, nunca olvidó el coraje y la bondad de su mejor amigo. El hombre de la luna vigilaba