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En el espejo del ascensor mira a un hombre alto, de trabajado cuerpo, cabello plateado y ojos color del cielo en verano. Ese es el reflejo que el espejo le devuelve de sí mismo, pues Victor Nikiforov siempre se miraba al espejo para chequear sus fachas antes de salir a trabajar. El nombrado hombre vive en Rusia, reside en el cuarto piso de un edificio en Moscu.


De lunes a viernes sale de su hogar a las 10hs en dirección a una empresa de publicidad. Es ahí donde se desempeña como Licenciado en Marketing hasta las 16hs, pues ese es su horario de salida. Terminando por regresar a casa 16:30 cuando no se desviaba por otros rumbos. Aunque últimamente no se desviaba del trabajo, pues procuraba llegar antes de las 17hs a su departamento para poder ver a su nuevo vecino de enfrente.


—Buen día.— Saludó Victor, como todas las mañanas, al encargado del edificio. Al salir miró hacia la residencia del frente, el cuarto piso para ser mas precisos.


En tal edifico había un nuevo inquilino, llegado desde japón no hace mas de cinco meses. Un joven de unos de veinti-tantos años, piel blanca, ojos chocolate y cabello negro. Apuesto, de perfil bajo al parecer. Pues el ruso quiso averiguar siquiera su nombre pero nadie parecía conocerlo. No es que al peliplata le interesara aquel pelinegro, solo llamaba su atención la forma tan peculiar que tenía el japones de entrar a su casa. 


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Hacía casi cinco meses que vivía en un país desconocido. Pues su tía Minako, quien ya vivía hacía unos años en Rusia, le propuso trabajar como profesor de baile en su pequeña academia. Claro que el chico japones acepto de inmediato, pues con veinticinco años ya no quería depender del negocio familiar en su pequeño pueblo natal.


Así fue como Yuri Katsuki terminó viviendo en el cuarto piso de un humilde edificio en Moscu. Siendo profesor de danza de niñas y niños que rondaban entre los cinco y ocho años. Disfrutaba su nueva vida, aunque aun no se acostumbraba. Sabía lo básico del idioma ruso, pero por suerte mucha gente hablaba ingles. Aun así solo tenía a Minako y sus pequeños alumnos, siempre le costó hacer amigos mas aun en una tierra desconocida.


—Gracias por traerme a casa tía ¿Quieres pasar?— Preguntó Katsuki a Minako, una mujer de lacio cabello castaño.


—No puedo, tal vez otro día podemos cenar juntos.— Propuso ella antes de que su sobrino se bajara del auto. 


Yuri entró a su departamento, cansado ya que no solo daba clases sino que también él se perfeccionaba en otros tipos de danzas. Cuando el baile no consumía sus días, asistía a una academia para dominar mejor el idioma ruso, pues pensaba quedarse por vario tiempo en ese frío país.


—Casa al fin...— Suspiró antes de cruzar la puerta. Al cerrar ésta, comenzó la rutina que siempre hacía luego de que un agitado día terminaba.


Primeramente se quitó el calzado y el abrigo, caminó unos pasos hasta quedar en medio de la sala; donde yacían un par de sillones junto a una mesa ratona y un mueble pequeño donde había un televisor. Justo al costado del gran ventanal que daba al balcón. Se quitó el delgado sueter para quedar con su ajustada musculosa de baile, dio un sutil giro de puntitas para caer en el sillón y quitarse el pantalón. Porque sí, Katsuki se relajaba quitándose la ropa al llegar a casa.

Persiana americanaWhere stories live. Discover now