Ella el lunes.

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El invierno en Nueva Jersey podía pecar de ser muchas cosas, entre ellas de ser frío a más no poder.

Y cualquiera que hubiese visto a Marie correr por las calles del campus universitario tratando de llegar a tiempo a su siguiente clase, habría pensado que precisamente corría buscando resguardarse de aquel frío endemoniado que podía colársele a uno en cada recoveco.

Pero no era ese el motivo por el cual Marie corría, sino porque parecía ser que sus pies trataban de seguirle la pista a la velocidad de sus pensamientos. Y bien era sabido por cualquiera que conociera a la joven que sus pensamientos eran equiparables a la velocidad de la luz en cuanto a velocidad se refería. Si estaba pensando en un sólo asunto, lo discurría una y mil veces sin dejar de rumiarlo; si por el contrario estaba pensando en cualquier cosa que se asomase por su rubia cabecita, era seguro que un mismo y singular pensamiento no permanecería en sus prioridades por más de quince segundos.

El problema surgiría a la sazón de que ella no era únicamente ágil con sus pensamientos, sino que también padecía un grave inconveniente que iba intrínsecamente relacionado: su facilidad para despistarse era igual de bien conocida, no solamente por personas cercanas a su círculo íntimo, puesto que incluso sus profesores de la carrera se habían dado cuenta de que se le algún día se le habría podido olvidar la cabeza en su habitación si no fuese porque era imposible.

También se le habría podido olvidar muchas veces cargar con su violín a cuestas cada mañana durante todos los días de no ser porque valoraba más aquella estilizada figura de madera que su propia cabeza. A fin de cuentas, para qué podía ella querer aquella rubia cabecita sino era para tener una barbilla con la que sostener el violín valiéndose de la mentonera.

La costumbre y las prioridades habían hecho que ese día la bufanda se hubiese quedado colgando de la silla de su escritorio, al contrario que la funda que atesoraba el violín y que llevaba cuidadosamente cargada a la espalda. Si bien sucumbía a las frías temperaturas del invierno en Nueva Jersey, sólo lo dejaba traslucir por los inevitables escalofríos que su cuerpo emitía, ya que sus coloradas mejillas lo estaban siempre, se hallase en la estación en la que se hallase.

No se había fijado en la multitud de personas con las que se había cruzado de camino a su primera clase del día, Fundamentos de la Expresión Musical. Solamente había atinado a fijarse en que muchos de los viandantes con los que se cruzaba cargaban en sus manos vasos de plástico que debían portar en su interior el café de su franquicia favorita, un vicio al cual la propia Marie habría sucumbido sino fuese con prisa debido al retraso que había sufrido por culpa de un despertador que no había sonado cuando debía. Pero eso no era algo que le pudiese suponer una molestia: no era la primera, ni la enésima, ni sería la última vez que le pasase eso durante su vida.

Pero de haberse fijado en las personas individuales que formaban la multitud que solía encontrarse siempre de camino a sus correspondientes clases, se habría fijado en que había habido un muchacho cuya inquisitiva mirada se había fijado en ella durante más de los segundos habituales en los que se habría fijado en cualquier otra persona que no captase su más mínima atención.

Puede que de haber reparado en aquel joven, que debía de sacarle unos tres años pero que bien podrían aparentar ocho dada la apariencia casi infantil de Marie, se hubiese dado cuenta de que ya se habían visto alguna que otra vez, al menos una sin duda.

Habían coincidido en una de las múltiples fiestas que las fraternidades de la universidad solían organizar cada fin de semana, siendo en concreto una que Zeta Psi, una fraternidad cercana a su facultad, había estado anunciando casi un mes antes de que el evento se celebrase. Lo cual no era de sorpresa para nadie, ya que las fiestas que realizaba la fraternidad exclusivamente masculina más famosa de todo el campus no pasaban desapercibidas para nadie, y todo el mundo quería ser ese alguien que recibiese una invitación por parte de los miembros de la fraternidad. Por supuesto, siguiendo una tradición con tintes sexistas, se decía que solamente con atraer físicamente a uno de sus miembros bastaba para conseguir una de las codiciadas invitaciones.

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⏰ Last updated: Apr 07, 2018 ⏰

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