Muchos creerían que a mitad de un diluvio donde los goterones caían sin piedad cada segundo y la fuerte ventisca que causaba la sensación de que el agua nieve calaría hasta los huesos con facilidad, mantendría las calles aún más vacías de lo normal aquél domingo, pues era de suponer que cualquier ser con suficiente raciocinio buscaría calor y cobijo en su hogar, probablemente al lado de una chimenea, cubierto de mantas y acompañando el agradable momento con una taza de café, té o chocolate caliente. Eso sería lo normal.
Por otro lado, existía un joven que daba pasos lentos en el asfalto, avanzando a gusto a mitad de una calle sin autos o motocicletas. Lo que no existía era un paraguas que lo protegiera, y hace unas horas había decidido dejar su abrigo y salir a recorrer las calles de Londres sin nada cubriendole. Parecía cómodo con el agua bombardeado su piel y el vendaval intentando moverlo.
También muy alegre.
¿Y cómo no? Si ese día había vuelto a ver a su amado. Ah, su querido inglés. Lo amaba. Aquél rubio lo tenía loco y cada que lograba verlo estaba seguro que se hundía aún más en el sentimiento. Lástima que de Inglaterra a Estados Unidos hubiese todo un mar y que el mayor tuviera que dejar el país americano cada que tenía la oportunidad. Esta era una de esas veces, Kirkland estaba en Reino Unido, pero ahora Jones había podido ir también.
Podría disfrutar más tiempo con él. Cada segundo.
Disfrutaba verle concentrado en papeles de trabajo; su ceño se fruncia ligeramente cuando lo que leía le disgustaba, contrario a cuando disfrutaba de un té caliente en vez de café, ojeando por milésima vez su libro favorito; ahí apretaba sus labios y abría levemente más los ojos con emoción, aún sabiendo de sobra lo siguiente que iba a suceder en la lectura. También era todo un placer verle dormir. Sus facciones relajadas le daban un fantástico aspecto divino, lo maravillaba el poder acariciar sus mechones dorados y apartarlos de sus pobladas cejas.
Mentiría si dijese que no aprovechaba para tomar unas cuantas fotos también.
Amaba todo de Arthur, cada detalle de su cuerpo, su personalidad y su vida. Amaba hacerlo feliz, verlo sonreír era su motor. Su más grande anhelo era poder proteger ese hermoso gesto de los labios rosas del mayor. Por eso, cuando alguien se atrevía a borrar esa fantástica expresión del rostro británico, él estaba dispuesto a tomar cualquier medida por devolverla.
Eso le hizo recordar. A mitad de la lluvia se detuvo con la imagen de uno de los hermanos mayores de su adoración lanzándole encima el té que él amablemente se había ofrecido a preparar por estar de visita, con una mueca de asco. Arthur no había dicho nada, sólo soltó pequeñas rillisas, pero Alfred estaba más que seguro de que esa humillación lo había hecho sentir menos; las risas de los otros tres iban contra él, no con él.
La sangre le hirvio tanto como en el momento. ¿Cómo pudo haber olvidado tal ofensa? No había hecho nada porque Arthur podría molestarte, pero ya arreglaría cuentas. En el nombre de Arthur.
-Ya verán.-Amenazó a la nada, apretando los puños hasta conseguir que sus nudillos se pusieran blancos.- Él es sumamente valioso; se merece el mundo y más, no risas a sus espaldas, no idiotas denigrandolo.-Siseo con veneno en sus palabras.
Parecía algo estúpido, un chanza común entre hermanos, pero no era la primera vez, si no hacia algo no sería la última, y era un trato que afectaba mucho el brillo de sus ojos esmeraldas.
Ese brillo debía ser perpetuo, sin importar qué.
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La noche había llegado al Reino Unido con el pasar de los minutos y las horas. La luna era menguante pero su luz permitía a Alfred detallar cada parte del inglés envuelto entre las sábanas, aquel hombre gruñón al que tanto amaba y por quién daría la vida.
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Fanfiction"Esto es por ti. Por nosotros. Te amo y yo protejo a los que amo. Eso hace un héroe. Déjame ser tu héroe."