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En una casa situada en la Segunda Atmósfera un padre acostaba a su hijo de cinco años, no sin antes continuar relatándole el cuento que el padre había escrito:

- Y así los zombies volvieron a sus tumbas. Fin.

- Papá, ¿qué es una tumba? ¿Es como Marte? – Preguntó el niño con el ceño fruncido por no entender el final de la historia.

En el rostro del hombre se dibujó una sonrisa, una sonrisa anciana que nada tenía que ver con su aspecto. Bajo la promesa de explicárselo al día siguiente, acarició la cabeza del pequeño, le dio un beso en la frente y le arropó subiendo la cremallera del saco nórdico. Se acercó a la ventana enrejada para bajar las persianas, pero se quedó unos minutos observando el paisaje desde la altura.

Tanto enfrente como a ambos lados de su casa estaban situados diversos hogares, todos iguales, habían sido diseñados del mismo modo, pero cada uno era del color que había escogido el propietario. Había casas marrones, casas bicolores, incluso una casa blanca con puertas y ventanas en azul. En un nivel inferior a ellos, podía distinguir otra hilera de igual disposición, y aún más abajo, se intuían a través de la neblina las luces parpadeantes y rojas de los rascacielos, grandes edificios de los que era imposible ver la base. La Atmósfera Uno era zona abandonada, a saber qué había quedado. Pero él sabía que no era como lo contaban.

Bajó las persianas y al girarse se sobresaltó al ver a su marido apoyado en la puerta del cuarto. Estaba con los brazos cruzados y su mirada era de reproche. No le gustaba que le contara esas antiguas leyendas a su hijo.

Segunda AtmósferaWhere stories live. Discover now