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- Buenos días W.

- Buenos días K, ¿qué tal el pequeño S? – La mujer uniformada al otro lado de la pantalla le sonreía sin ganas.

- Muy bien, sigue sacando muy buenas notas. ¿Qué tenemos para hoy?

W dejó de mirar a la cámara y abrió ventanas en ambos ordenadores enumerando las tareas pendientes para K, comentando algún trabajo que había dejado el turno anterior y problemas sin solucionar durante la noche. K escuchaba con toda su atención augurando que el día iba a ser muy largo. Dio otro sorbo a su lata de vitaminas mientras ponía orden a todo lo que W comentaba. Le dio la impresión que W no se había levantado con buen pie.

- Y creo que no me dejo nada. Estaré aquí si necesitas cualquier cosa, yo me encargo de poner en marcha los procedimientos rutinarios.

- Gracias W.

La mujer desapareció dejando en la pantalla de K todo lo que había comentado. Se recostó en el sillón y tomó una visión más general. Antes de ponerse a trabajar, volvió a la cocina a por algo más estimulante. Marcó el código del café en la nevera. Un pitido indicaba que no era posible.

"El nivel de cafeína en sangre se encuentra ahora mismo muy elevado. Inténtelo de nuevo más tarde".

K maldijo la máquina y se decidió por un batido. De vuelta a su sitio, oyó a S hablando con la profesora en la planta superior. En su despacho vio a través de los cristales que D estaba dando una conferencia. Le quedaba tan bien el traje que se distrajo un momento.

Recordó la primera vez que le vio. Las últimas solicitudes no habían llegado a buen puerto así que K no tenía muchas esperanzas en aquella quinta. Tampoco le importaba estar solo, había pasado en soledad mucho tiempo, estaba incluso cómodo así. Pero la gente de su entorno le presionaba y no le gustaba llamar la atención así que mandó una primera solicitud y el resto fue rutinario. Hasta que en el otro lado de la ventana apareció ese hombre de ojos verdes y pelo negro brillante. Le atrajo enseguida, reunía todos los requisitos físicos que había solicitado. Se preguntó si también él sería de su agrado.

Pero D estaba más enfrascado en algo. Giraba la pantalla, le daba golpes, tecleaba con furia y examinaba a conciencia cada extremo. Cuando K le saludó D dio un respingo en su asiento. La camiseta verde resaltaba sus ojos, que buscaban una imagen a la que unir esa voz. Tras una pausa, respondió:

- Hola.

- Hola, parece que tienes problemas con la conexión.

- Sí, te oigo pero no te veo.

D sonrió de manera irónica y a K le gustó mucho esa mueca. Sabía lo que implicaba una relación, sabía que los sentimientos pasaban a segundo plano, pero no pudo reprimir el pensamiento de ver esa sonrisa más a menudo. Era un bicho raro, ya se lo habían dicho en más de una ocasión y D se lo diría más veces desde ese día en adelante. No le importaba mientras no fuera la comidilla del barrio.

Estuvieron hablando durante meses. D enseguida quería dar el siguiente paso pero K se mantenía reticente a pesar de lo mucho que le gustaba. Sabía que lo común tras una solicitud fructífera era la convivencia al cabo de pocos meses, pero el importe del formulario era elevado y temía enfrascarse en el entresijo de la burocracia si la cosa no funcionaba con D. Era más complicado apartarse de una persona que encontrar una.

Pero los sentimientos vencieron una vez más al raciocinio de K y cedió a la convivencia. Ahorraron lo suficiente y encontraron una casa en una zona residencial. No necesitaban desplazarse al trabajo así que tenían margen dentro de la región de Plebia. Decían que la conexión era impecable y que Los Barrios aunque alejados, estaban conectados por una ruta directa.

D estaba entusiasmado con la casa, había vivido toda su independencia en un edificio unifamiliar cedido por Microsoft, esos apartamentos que alquilaban a personas que se acababan de independizar o de divorciar en algunos casos. Eran pequeñas viviendas de una sola planta con lo justo y necesario para vivir y trabajar. Estaba en un bloque de catorce casas pero apenas conocía a sus vecinos, era lo habitual. Se cruzaba con algunos cuando salía o volvía de Los Barrios, pero ni se miraban.

K también conocía esas casas. Había pasado por tantas regiones que ya ni se acordaba de la cara de algunos conocidos. Pero su espíritu nómada se disolvió conforme iban pasando los años al lado de D. Era consciente de que probablemente él no sintiera la relación de la misma manera, que fuera solo lo que tocaba hacer, pero aun así había algo que le hacía dudar de tal afirmación. No sabía si sería su manera de taparle cuando se quedaba dormido en el sofá, o que contaba con él para todo.

Y luego llegó el pequeño S. La idea surgió de K. D no se lo había planteado pero no le pareció mal e incluso durante los trámites con el Banco Generador le fue creciendo esa ilusión de tener un bebé. Tras muchas pruebas médicas y comprobaciones rutinarias, vieron que sus ADN eran compatibles y al cabo de unos meses le entregaron a S. Había salido con el pelo igual de oscuro que D pero los rasgos faciales de K, era la combinación perfecta de ambos. K por fin era feliz.

A través del cristal del despacho D le miró de reojo y K, obediente, se puso manos a la obra.

Segunda AtmósferaWhere stories live. Discover now