Capítulo 1

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Irlanda, 1907.

-¿Cuánto tiempo falta, padre?

-Alrededor de dos horas, Alyssa. No seas impaciente. -Respondió Rowan, el padre de la pequeña.

Los Doherty se dirigían rumbo a su nuevo hogar en Wexford en una fría y lluviosa mañana de abril. Pero no era de extrañarse. El clima en Wexford era siempre lluvioso, a diferencia de Drogheda, en donde los cálidos e incluso algunas veces sofocantes rayos de sol acogían a los transeúntes desde los primeros días de primavera.

Finalmente, llegaron. Una casona montañesa con muros de piedra y acabados en madera se asomaba a través de los altos pinos, abundantes por excelencia en Wexford, cuyas largas hojas estaban cubiertas de gruesas gotas de lluvia que proveían al ambiente de una sensación de tranquilidad.

-Ve a explorar la casa, Alyssa

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-Ve a explorar la casa, Alyssa. Tus pertenencias ya están en tu habitación. Si exploras el exterior asegúrate de no alejarte demasiado, y lleva tus botas de caucho e impermeable ¿está claro? -dijo Ciara, lanzando una mirada dulce pero firme a su hija, quien no podía contener las ganas de entrar a la casa y husmear en cada habitación.

Después de recorrer cada espacio y escondrijo de la casa y los terrenos más próximos del bosque que la rodeaban, Alyssa se quedó profundamente dormida en la cama de su nueva alcoba.

Rowan y Ciara conversaban cerca de la chimenea, que encendieron para añadir un poco de calidez al recinto.

-Es algo extraño que las casas se encuentren tan alejadas unas de las otras, ¿no lo crees, cariño?

-Querida, es normal que las casas se encuentren tan dispersas en una zona boscosa como lo es Wexford. Además, así tendrás suficiente libertad para recolectar moras de los arbustos de la zona y elaborar tus mermeladas.

Ella asintió y, dicho esto, ambos se dispusieron a descansar y despejarse del largo viaje que acababan de realizar. Salieron al jardín delantero cubiertos por nada más que una sombrilla. Era realmente difícil delimitar el área del resto del bosque ya que todo estaba cubierto de arbustos, pinos y niebla; y la lluvia caía a raudales. A cada paso que daba, Ciara comprobaba sorprendida que los arbustos de moras de los que disponía el terreno eran ideales para que ella pudiese elaborar sin preocupación alguna sus frascos de mermeladas caseras. Estuvieron recorriendo el terreno y repararon en un lago que se encontraba a unos ciento cincuenta metros de la casa. La orilla del lago estaba bordeada de piedras y musgo. La bruma que se concentraba al centro parecía una capa colocada allí intencionalmente para cuidar el otro lado del bosque de las miradas de los curiosos y mantener bajo advertencia a todo aquel que osara atravesarlo. Ciara se estremeció ligeramente dado el aspecto sombrío del lugar cuando vislumbró, a través de la eventual falta de luz, lo que parecía ser un pequeño farol próximo a una casa al otro lado de la niebla del lago.

 Ciara se estremeció ligeramente dado el aspecto sombrío del lugar cuando vislumbró, a través de la eventual falta de luz, lo que parecía ser un pequeño farol próximo a una casa al otro lado de la niebla del lago

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