Mudarse durante las vacaciones de verano debería estar prohibido, ni siquiera se había podido despedir de sus amigos por todo lo alto. Aunque en Hokkaido nunca hacía mucha calor a él le daba igual, le gustaba el frío. Y ahora se había mudado a Fukuoka, una de las prefecturas más sureñas de todo Japón. Y sí, hacía bastante calor.
Se llamaba Yamamoto Kyouya y ahora estaba aquí con su familia debido al trabajo de su padre. Tenía 17 años y ahora tendría que entrar en su último año de instituto ya en el segundo trimestre, sin conocer a nadie ni nada de por aquí. Él pensaba que era mejor no darle muchas vueltas a algo que no podía cambiar e intentar encajar, y si podía, pasar desapercibido hasta que acabase el curso y pudiera ir a alguna universidad.
Tenía unos pocos amigos en su antigua ciudad, y aunque no se le diese mal socializar, normalmente la gente esperaba otra cosa de él, decían que su aspecto engañaba. Por ello no solía llegar a congeniar con mucha gente. Tampoco le preocupaba, la culpa la tenía el que creyese saber cómo era sólo por su aspecto.
Se habían mudado a una modesta casa cerca del nuevo instituto al que su hermana menor Natsuki, la cual solo tenía año y medio menos que él, y Kyouya asistirían a partir de mañana, L.A.W High School. Sus padres eran trabajadores corrientes con sueldos corrientes y vivían cómodamente dentro de lo que podían permitirse.
Durante la primera noche que pasaban allí, después de ayudar a sus padres a desempaquetar y colocar las cosas más esenciales en la casa, el chico decidió dar un paseo por la barriada, ya fuera por aburrimiento o por curiosidad de saber en qué clase de lugar viviría a partir de ahora. Atravesó un par de calles y solo hacía que pensar en su antigua casa, su antiguo colegio, en sus amigos a los que ya sería difícil ver. Cuando se cansó de pensar en todo aquello, y se disponía a dar media vuelta a su nueva casa oyó algunas voces. Primero no le dio mayor importancia pero las voces tomaron un tono de amenaza y al pasar por al lado de un callejón comprobó que proveían de ahí. Echó un vistazo y divisó en la oscuridad a tres sombras. Parecían chicos de su edad y dos de ellos discutían con otro, el cual parecía un poco asustado por el tono de su voz al responderles. Kyouya no era de meterse en peleas, no le gustaban los problemas y sabía que si intervenía acabaría con más de un moratón. Mientras internamente pensaba en qué podía hacer, vio aparecer una cuarta sombra por el otro lado del callejón. Ésta se paró a la altura de las otras tres, las cuales se callaron al notar su presencia. Notó que volvían a hablar pero pronto las sombras que parecían ser los chicos buscando pelea salieron corriendo por el lado del callejón por el que había llegado el último. Kyouya no sabía muy bien lo que había pasado allí dentro, y pronto vio al último chico en llegar salir del callejón por la parte que él mismo estaba. Llevaba una capucha puesta y justo cuando la luz de la farola más cercana le dio, el chico que antes estaba asustado salía detrás de él, dándole las gracias por ayudarle. El que ahora sabía Kyouya que era el que había solucionado la situación se dio la vuelta para mirar al agradecido chico y, mientras hacía un gesto con la mano en señal de no hacer falta tal agradecimiento, vio como algo le brillaba en los labios. Cuando se fijó mejor vio que eran dos piercings, uno a cada lado del labio inferior, pero seguía sin verle la cara por la sombra que proyectaba la capucha. El chico, después del gesto se giró y siguió su camino calle abajo. Kyouya siguió allí parado, viendo irse a éste y segundos después al otro chico que entró de nuevo al callejón, desapareciendo cuando salió de éste.
Poco después llegó a su casa y tras haber cenado subió a la que sería su habitación a partir de aquel día. Se tiró en la cama con los brazos detrás de la cabeza y sin quererlo se puso a pensar en lo que un rato antes había visto en aquella calle. Sabía que no era una escena inusual el que algunos chicos se aprovechasen de otros más débiles que ellos, aunque él mismo los consideraba también unos cobardes por aprovechar el hecho de ser más en número. Pero le había sorprendido el chico que llevaba la capucha, había logrado ahuyentar a esos dos sin ni siquiera haber levantado la voz y tampoco lo había hecho para que se lo agradeciesen. Había aparecido y desaparecido sin hacer mucho ruido, pero dejando huella en el camino. Pero había algo más que le había intrigado de aquel chico y fueron los piercings que vio que llevaba puestos. No sabía por qué pero tenía curiosidad por saber qué cara se escondía tras la capucha. Él mismo tenía un piercing en la nariz y otros cuantos en las orejas y sabía que en su país, Japón, era inusual llevarlos, más aun donde el chico los tenía. Pensó que esa misteriosa persona debía de ser interesante y mientras divagaba en sus pensamientos se quedó dormido.
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Rosas y cicatrices
Teen FictionDos chicos japoneses, Takeshi y Kyouya, se conocen el primer dia de insituto en Fukuoka, Japón. De amigos a amantes, pasarán por varios altibajos antes de que encuentren su final feliz.