El mandato de la Voz por Monjev

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El mandato de la voz

"Antes no teníamos nada, ni esperanza ni futuro ni orden. Ahora tenemos todo, paz, fe y vida. Formamos parte de algo mayor a nosotros y su voz pervive en nuestra almas, corazones y mentes".

La lluvia ácida, que descendía con fuerza corroyendo la tierra, resbalaba por la superficie de la cúpula erigida para salvaguardar a la ciudad y sus habitantes. Gran parte del mundo, que durante tanto tiempo había sido un paraíso para la vida, se había vuelto un paraje inhóspito. Y en los alrededores de Gradarlt, la urbe que sobrevivía en medio de una Europa devastada, se hacía evidente cómo la humanidad había sido empujada casi al borde de la extinción.

En lo alto de un edificio, construido con una aleación grisácea que se fundía con los tonos del resto de edificaciones que se alzaban hasta casi alcanzar la cúpula, ataviados con uniformes negros ceñidos y casacas grises con franjas oscuras en las mangas, se hallaban dos miembros de Los Servidores, un cuerpo de seguridad encargado de que nada perturbara el orden, de que nada alterara La Voz.

—Si no fuera porque esas gotas verdes son de ácido, no me sentiría mal por creer que tiene cierta belleza —dijo uno de Los Servidores, un hombre con una gruesa cicatriz en el rostro, con la mirada fija en la intensa lluvia, en las nubes naranjas y en los rayos azulados que surcaban el cielo.

Su compañera, una mujer de tez y pelo moreno, con el cabello recogido en una coleta, observó unos segundos el tenue resplandor que producían las gotas al impactar contra la capa exterior de la cúpula y respondió:

—Una belleza letal, alimentada por los fantasmas del viejo mundo. —Miró el rostro de su compañero, fijándose de forma involuntaria en el ojo sintético que resaltaba en medio de la cicatriz—. Una belleza engañosa que recuerda un mundo que no debe volver a existir. —Se dio la vuelta, caminó hacia el centro de la azotea, sorteando algunas cajas de metal abolladas, y extendió el brazo—. Ya no hay más mundo que el nuestro.

El hombre se giró, vio cómo unos filamentos subcutáneos dorados emergían de la mano de la servidora, cómo flotaban sobre la piel, y dijo:

—Aquí y ahora, para siempre. —Se acercó a la mujer, se puso a su lado y observó de reojo sus ojos azules—. La Voz nos dio este hogar, y siempre serviremos para que perdure. —Poco a poco, centró la mirada en la figura luminosa que empezaba a cobrar forma a unos metros—. ¿Es ella? —preguntó, acercándose a la imagen resplandeciente.

—Sí —respondió la mujer, bajando el brazo—. Es la inmune.

—¿Cuánto hace que pasó por aquí? —Bordeó la representación lumínica, examinándola.

—Poco, no más de medio ciclo.

El hombre giró un poco la cabeza, miró a su compañera y aseguró:

—Si ha llegado hasta aquí, con la zona alta sellada y la baja con decenas de Servidores patrullándola, no tiene muchos sitios donde esconderse.

A paso lento, la mujer caminó hasta quedar cerca del pequeño muro que separaba la azotea del vacío, posó la bota sobre él, observó los diminutos puntos que se desplazaban despacio por la calle y susurró:

—Estás ahí, entre los fieles, intentando ocultarte...

...

Andando en medio de la multitud que avanzaba a un mismo paso, de forma casi sincronizada, con rostros inexpresivos y ojos carentes del mínimo atisbo de conciencia, tratando de pasar desapercibida cubriendo parte de su rostro con la sombra que proyectaba una capucha, escuchando dentro de su mente las directrices de La Voz, sabiendo que tan solo estaba alargando lo inevitable, una chica tropezó y tuvo que apoyarse en la persona que caminaba delante de ella.

Antología "Promo SVERRA II"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora