Prólogo.

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-¿Sabes? Eres pequeña, frágil, mimosa, te haces querer, dan ganas de cuidarte y protegerte. Y eso es lo que quiero hacer. -Y frotó su nariz contra la mía.

Arrugé la nariz, esbocé una sonrisa tonta y le di un beso en la comisura izquierda de los labios. Me arropé mejor con la sábana y me tumbé, apoyando bien la espalda en el mullido colchón. Todo el hospital estaba en silencio...

-¿Y si nos pillan? -exclamó el chico con una chispa de adrenalina en los ojos.

-Mmm... -cerré los ojos buscando algo que contestar.

-Mmm... ¿mmm?

-Mmm. -Y otro beso.

-Te escondes debajo de mi cama, y digo que eres mi mascota. Tendrías que ladrar para que colase.

-Ñañañá, tonta, que eres tonta. -Me miró con una sonrisa.- ¿Te duele la espalda ahora?

-No. ¿Y a ti el brazo? -Le miré con la cabeza ladeada.

-No, la verdad es que se está portando bien. -Se miró la escayola, en la que resaltaba una dedicatoria con una letra un poco mala: ''Te quiere tu compañera de habitación. Lia.'' La miré pensando que debería hacer cuadernillos Rubio, como cuando era pequeña: mi caligrafía es bastante mala. Se inclinó sobre mí, apoyó su frente contra la mía y susurró.- He oído un ruido.

Incliné la cabeza hacia la derecha, donde está la puerta entreabierta, y por ella vi a la enfermera Carla (a la que llamamos K), hurgando entre unos papeles del mostrador, que está situado bastante cerca de nuestra habitación. El reloj de mi mesita marcaba las 3:06 de la madrugada.

-Shh, ahí está la enfermera K. Corre, a tu cama. -Le pasé la mano por su pelo moreno y suave.

Se tumbó en su cama y los dos nos tapamos con nuestras respectivas sábanas. Con un ojo abierto y otro cerrado, observo que K deja los papeles y coge su linterna. Apunta hacia el suelo y la luz refleja vagamente sobre él. Se para en la puerta de nuestra habitación, apuntando con la linterna primero hacia mi cama y después a la de Álvaro. Cierro los ojos y me hago la dormida. K se queda unos segundos en el umbral de la puerta, y cuando se autoconvence de que todo va bien, se aleja hacia el mostrador. Coge los papeles que estaba revisando antes, y se oyen pasos que no se sabe a dónde van; pero en cuanto se escucha el sonido del ascensor avisando de que ha llegado a nuestra planta para recoger a gente, Ál y yo sabemos que estamos a salvo. Oigo como él se levanta de la cama y se inclina sobre mí.

-Buenas noches, nena. Descansa. -Y un suave beso en los labios.

-Buenas noches, idiota. Te quiero.

-Y yo a ti, pequeña. -Se tumba en su cama, y a los pocos minutos sé que se ha dormido porque su respiración es fuerte y regular.

Pero yo no consigo dormirme. Llevo aquí, encerrada en la misma habitación, un mes escaso, y esto me ha alegrado la vida. Gracias a este chico que duerme a mi lado. Pero lo mejor es contarlo todo desde el principio.

-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora