3. A veces siento que lo odio.

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Veinte años.

— ¿Qué? — Pregunto de nuevo, mirando al gerente del restaurante con total incredulidad.

— Está despedida — dice lentamente, mirándome con una expresión un tanto aburrida.

— ¿Por qué?

— ¿Por qué está despedida? — Aclara mi pregunta. Asiento, tomando mis manos juntas para evitar hacer algo de lo que después me pueda arrepentir —. Fácil, porque puedo hacerlo.

Ah, es eso.

— ¿Porque puede? — Pregunto, mirándolo fijamente.

— Sí, porque puedo.

Respuesta equivocada, viejo.

En menos de un parpadeo, estiro mi brazo y lanzo al piso la pila de platos acumulados que había sobre la encimera. El sonido es tan estruendoso que es lo único que se escucha en el lugar, después es seguido por un profundo y sepulcral silencio. Todos nos miran fijamente, pero no me dejo intimidar por ello.

— Yo también hice eso porque puedo hacerlo — me dirijo a la otra pila de platos aún más grande que la anterior —. ¿Por qué me está despidiendo?

— Faith...

Vaya, ¿ahora sí recuerda mi nombre después de casi dos años que llevo trabajando aquí?

— Sí, así me llamo yo — sonrío falsamente —. ¿Por qué me está despidiendo? — Lanzo los tres primeros platos y no tan accidentalmente, caen casi a los pies de él —. ¿Y bien? ¿No va a responder?

— ¡Un chico! — Grita cuando estoy a punto de lanzar todos los malditos platos al piso —. ¡Un chico me pagó mucho dinero para despedirla!

Tomo una profunda bocanada de aire, intentando calmarme, pero no puedo, maldita sea, no puedo.

— Nombre.

— Thiago, Thiago Pauls — el gerente dice temblorosamente —. El chico que antes pasaba tiempo con usted.

Hijo de puta.

Lanzo el resto de los platos al piso y salgo hecha una bala de allí.

¡¿Qué demonios?!

Llevo mi mano a mi frente y la toco suavemente con mis dedos, de nuevo con todo de mí intentando calmarme. Otra vez, no puedo. Me paro frente a mi moto y doy vueltas alrededor de ella, siendo consciente de que con la rabia que siento ahora, lo mejor es que no conduzca.

Entonces recuerdo cómo anoche también me despidieron del pub en donde era barman y simplemente lo pierdo.

Monto en mi moto y arranco a toda marcha por primera vez desde que Zeke me la regaló, el fuego inyectado en mis venas, un fuego tan enojado y furioso que me tiene constantemente soltando varios gruñidos de rabia.

Tan pronto llego a la empresa, doy largas y bruscas zancadas dentro del lugar.

— Thiago — digo cuando llego frente a su secretaria.

La mujer mayor me mira asustada, sus ojos moviéndose del teléfono a mí.

— Él...

— ¿Está? — Señalo la puerta de su oficina.

— Él... no, sí... él... — al diablo —. ¡Señorita Faith! — Grita detrás de mí cuando paso de largo y me dirijo a la oficina del hijo de puta.

No es una sorpresa para mí que, cuando entro, Thiago está arreglando silenciosamente su corbata mientras una chica pelinegra y de grandes senos baja la falda de su pequeño vestido.

Irrevocablemente Nosotros |Disponible en Dreame|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora