--- ¿Seguro que no quieres venir? – insisto una vez más mirándole a los ojos. Esos ojos verdes que hipnotizan.
--- Ve tú, prefiero no verlo. – responde después de dar un sorbo al refresco con la pajita.
--- Mars, ¿de veras no quieres saber quién tiene el corazón de tu hermana?
Mi amigo, molesto, mira el reloj de su muñeca y golpea el salpicadero del coche. Gira la cabeza para mirar por la ventanilla hacia el aparcamiento del hospital y quita el seguro del coche. Cuando suena un clic me mira enarcando una ceja.
--- Será mejor que bajes del coche o llegarás tarde.
Miro a mi amigo durante escasos segundos, pero él esquiva mi mirada. Resoplo y cuando acepto que no me va a acompañar, salgo de su coche. Apenas avanzo unos pasos cuando escucho que ha bajado una ventanilla para gritar algo.
--- ¡Te estaré esperando aquí!
Le hago una seña sin girar mi cuerpo para mirarle e inspiro profundamente para coger todo el aire que necesito para armarme de valor. En breves minutos conoceré en persona a la persona que tiene una parte de Dalia.
Entro al hospital, pregunto a la recepcionista y ella me indica que tengo que subir hasta la tercera planta. ¿Escaleras o ascensor? Me decanto por la segunda opción, y espero hasta que abre sus puertas. En él se encuentran varias personas que me saludan secamente. Las miro, pensando sobre la razón por la que están aquí. Quizás un familiar enfermo, ellos mismos, o simplemente cita médica. Miro la pantalla de mi móvil, me he adelantado diez minutos a la hora acordada, así que intuyo que no estará la persona a la que espero.
El tiempo en el que estoy en el ascensor es bastante incómodo. El nudo que tengo en la garganta cada vez aprieta más y más. Mis manos comienzan a sudar debido a los nervios, e intento secármelas en la tela de mi vaquero. Tras una espera que se me hace eterna, salgo del ascensor y tras observar el pasillo vacío, decido sentarme en una de las sillas de metal.
Tamborileo mis dedos sobre la pantalla de mi móvil y muevo mis pies de una forma nerviosa. Apoyo los codos sobre mis rodillas y acomodo la cabeza sobre las manos. Bajo la cabeza y cierro los ojos. Una lágrima resbala por mi rostro al recordarla.
---Dalia.... Despierta, anda. --– deposito un suave beso en su frente y ella gimotea. –-- Ya es la hora. Tenemos que irnos.
Se levanta de un grito de la cama y grita eufórica.
--- ¡Cielo, es mi cumpleaños! --– me grita, por si acaso lo he olvidado.
--- Ya lo sé, mi amor. --– la digo apartando un mechón de pelo hasta ponerlo detrás de su oreja. --– Felicidades.
Dalia se abalanza sobre mí y me abraza. Hoy cumple 18 años, y va a ser un día que nunca olvidaremos.
--- Eres el mejor novio del mundo, te querré hasta el día de mi muerte. – me dice ella sonriendo.
---Te quiero, pequeña.
Enseguida me voy de su habitación y vengo con un pequeño paquete envuelto en un papel de regalo fucsia, su color favorito. Ella al verme, abre los ojos al igual que una niña pequeña y abre el regalo emocionada. Saca el contenido y lo eleva, sosteniéndolo. Un pequeño colgante con un atrapasueños de plata ahora luce sobre su cuello.
--- Gracias, Alan, sabías que era mi preferido.
--- ¿Eres Alan, familiar de la donante?
Una voz femenina me saca de mis pensamientos. Con los ojos entrecerrados y posiblemente rojos, busco a la persona, y es cuando mi mundo se viene abajo. Ante mí se encuentran madre e hija. La hija, posiblemente de mi edad, me mira con una leve – pero hermosa – sonrisa. Sus ojos azules me muestran una sensación que quisiera descubrir. Quizás ternura, o cansancio, o posiblemente dolor; y a su vez intenta esquivar mi mirada. El pelo rubio le cae por debajo del pecho, haciendo de ella una chica preciosa, con rasgos aniñados e inocentes. Como los de Dalia. Es ella quien tiene su corazón.
--- Sí, soy... bueno, era su novio. --– contesto levantándome de la silla. No sé por qué, pero me incomoda la situación.
--- Lo siento. --- murmura la chica, cuyo nombre desconozco.
La mirada de aquella mujer y la mía se conectan durante un par de segundos, pero soy incapaz de sostenerla. No es la primera vez que hablo con la mujer, anteriormente habíamos intercambiado cartas para que yo supiera quien era la joven del corazón trasplantado. Ya había conocido a los demás que recibieron distintos órganos, así que esta es la última vez que pasaré por esto. Un niño pequeño recibió su riñón y un joven su hígado, pero nunca había sentido lo que ahora.
--- Yo soy Rosa, su madre. –-- indica para romper el hielo señalando a su hija, que mantiene la mirada perdida. Una mirada que oculta sentimientos. –-- Y ella es Valentina.
Valentina se sienta en una de las sillas y me mira fijamente por primera vez.
--- Ya sé que querrías que Dalia viviese, y que posiblemente yo no estuviese viva. Pero son cosas del destino, aunque yo también siento mucho su muerte. Estábamos conectadas, Alan, más de lo que puedes llegar a creer. Cuando mi madre me dijo quien era el donante me sentí la peor persona del mundo, aunque no tuviese la culpa. Deseé que fuese un error, pero desgraciadamente, no fue así. Créeme, ella tenía más motivos que yo para morir.
Enarco una ceja y poso una mano sobre la de ellas. Ella se sobresalta ante mi acción, aunque no retira la mano. El tacto de su piel es suave, aunque frío, como si no estuviese viva. Como si creyese que ella no merece el corazón.
--- Han pasado 192 días desde que ella falleció. Unos días que se han convertido en una pesadilla de la que comienzo a despertar, Valentina. Yo también siento mucho que la pasase eso, pero me alegro de que tú estés bien. Ha salvado varias vidas. Ella era así, lo daba todo por los demás. --- no sé por qué les estoy contando eso, pero no me detengo. Me siento bien. --- Noto a Dalia cerca, y al conocerte, creo que un capítulo de la historia se cerrará. Sólo quedan los buenos recuerdos, no lo sientas, por favor.
Valentina llora mientras yo hago el esfuerzo de reprimir las lágrimas. Tiene algo que la hace especial. El corazón de mi novia, tal vez.
--- Verás, Alan, hay una cosa que nadie te contó. --- Rosa se sienta a mi otro lado y posa su mano en mi hombro. Siento una corriente, como si me pasase todo su dolor y cansancio a través de su mano, y éste comenzase a recorrer mi cuerpo. – Dalia y Valentina fueron mejores amigas cuando eran pequeñas. Se conocieron y fueron uña y carne, hasta que nos mudamos a Italia y dejamos de tener contacto con su familia. Para nosotras también es un infierno.
--- El corazón está en buenas manos. --- es lo único que puedo decir. No me salen las palabras. Comienzo a sentirme realmente cansado y mareado. No puedo cargar con esto solo, es demasiado peso para mí.
No lo puedo evitar, impulsado por el sentimiento de amor hacia quien fue mi novia, me lanzo en los brazos de Valentina. Ella me rodea con los brazos y yo acomodo mi rostro en el hueco de su cuello. Escucho el latido de su corazón. Un corazón que no le pertenece del todo. Un corazón de un nombre con una historia a medias que contar. ella quizás se da cuenta de lo que estoy pensando y me vuelve a decir que lo siente. Un susurro apenas audible que me eriza la piel. Su voz se asemeja a la de Dalia.
Mars acaba de dejarme en casa. No hablamos en lo que duró el trayecto. Ni siquiera me preguntó qué tal había ido o como me sentía. Sin duda me extraña porque él si que conoció a los demás que recibieron una parte de su hermana.
Tumbado en la cama, con la mirada perdida en algún rincón de la habitación, o quizás fuera de la casa, a través de los cristales de la ventana, me dedico a pensar a la chica que he conocido hoy. Dulce y fuerte. Como Dalia. Doblo y desdoblo el papel con el número de teléfono de Rosa hasta que me quedo dormido.
--- Cuidaré un trozo de ti, Dalia. Por ti. Por ella.
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192 días
Teen Fiction¿Y qué pasaría si pierdes a la persona a la que más amas? ¿Y si encuentras la felicidad en la persona que tiene su corazón? El destino puede jugar malas pasadas, pero a veces puede dar miles de vueltas para poner tu vida del revés. Hermosa portada h...