GUNNERHEAD

7 1 0
                                    

El frio se coló por el agujero de su camisa de seda, la respiración se le descontroló, mientras llevaba su mano detrás de su cuello y sentía el líquido rojo deslizándose por su espalda, bajó la mirada y saboreó el metálico sabor de la sangre que goteaba de su nariz. Observó con cautela la luz que provenía del horizonte, y visualizó el movimiento fugaz del espécimen, cuya historia, era un mito en Gunnerhead.

Gunnerhead, es la ciudad donde la Luna siempre luce como petróleo derramándose sobre las aguas azules de un mar infinito, y donde el Sol, rara vez aparece para alumbrar solo la mitad de la metrópoli, consumida en la magia de los antepasados guardianes, vigilantes al acecho del surgimiento de la nueva bruja.

El silbante sonido del viento la sorprendió y sus alertas se dispararon para hacer que corriera de vuelta, de donde nunca debió salir, sin embargo, esperó, de pie junto al árbol seco de higos y sintió como el sudor recorrió su rostro y empapaba su camisa, secó las palmas de sus manos en su pantalón sucio por la ventisca que traía al polvo como consigna.

Caminó con el sigilo de una leona en plena caza, agudizando sus sentidos, detectó el movimiento de la criatura y se acuclilló hasta que la bestia dejó de mirar a su alrededor.

Solo necesitaba llegar hasta la franja donde el Sol divide a Gunnerhead para ser la bruja más poderosa de la ciudad. Ella es la heredera del trono. La sencilla joven, hastiada de la supremacía de su madre y la superstición de su progenitor. Superstición que la había ayudado a llegar hasta donde estaba de pie.

Head, la mítica criatura que cuida la franja, miró detrás de sí mismo y dio una sonrisa aterradora que si algún humano la hubiese visto, fuese tenido pesadillas durante muchas de sus limitadas noches, en cambio, un Gunnerheadiano optaría por colgarse de las vigas del techo hallado en el cementerio. En esa ciudad, el suicidio y las desapariciones eran tan comunes como desayunar pan e higos en almíbar.

La criatura analizó a su víctima, rojo y amarillo salían de ella, delineando su cuerpo. Head supo en ese instante que la joven tenía miedo. El blanco se precipitó cuando una pequeña ráfaga soplada por la bestia la envolvió dentro de la nube de suciedad, confirmando la magia que emanaba de Prewtel.

Prewtel sintió el calor abrasador que consumía su corazón, la magia chisporroteando en la puntas de sus dedos e imaginó como obteniendo el poder absoluto cambiaria el rumbo maligno de Gunnerhead. Se contuvo de utilizarla y avanzó hacia la franja.

Ella pensaba que la fugaz visión de Head era producto de su imaginación descontrolada e ignoró la luz titilante de los faroles de la calle y las imágenes de las cientos de chicas que se creían elegidas, pero que desaparecían y luego eran encontradas muertas sin la glándula pineal. Se decía que Head necesitaba las almas para subsistir.

La franja se encontraba más cerca de Prewtel, el Sol se veía como un manto amarillo que no contrastaba en lo absoluto con la Luna azul y negro, y la fina línea se ubicaba en el borde del abismo. Para llegar a la luz debía detenerse en el final de la calle desértica, donde los astros se unen, pero donde también, Gunnerhead se divide por el precipicio.

Head miraba la escena, contemplando el momento para acechar contra ella y poder saciar la sed de su alma, él sabía que obteniendo el último aliento de Prewtel dejaría de ser la mítica bestia y volvería a su humanidad relativa, gobernando a la metrópoli y destruyendo la oscura magia que se revestía con el manto de la Luna.

La joven recordó el mito que todos los niños de Gunnerhead saben sobre Head, el hechicero de la ciudad intentando combinar todos los astros en uno, y convirtiéndose a sí mismo, en una criatura cuyo rostro recuerda al cielo encendido en fuego, con grandes ojos parecidos a la Luna y con la intensidad del mismo Sol que Prewtel nunca había sentido en su piel y junto con ello, la forma grotesca y humanoide que, según la historia, al tocarlo se reflejaba la magia negra que las estrellas guardaron para que fuese destruida por la bruja heredera.

Sacudió su cabeza y tocó su cuello donde la sangre aun brotaba y siguió caminando, convenciéndose de que los mitos son solos historias creadas por un pueblo fantasioso y pusilánime. El vaho salió de su boca en un jadeo al sentir el calor que emanaba de la franja, solo unos pocos pasos más y ella se encontraría en el filo del abismo, tocando la línea donde el Sol y la Luna se tocan y fraccionan a Gunnerhead.

Llevó su mano hasta el límite de Gunnerhead y sintió como el calor quemaba sus dedos, y el frío helaba el dorso de su mano; como la magia se arremolinaba en su cuerpo y el deseo que surgía de ella porque así fuera. Dejó de sentirlo en un pestañeo. Head la tenía atrapada, pero Prewtel no le temía a la bestia, ella fue lo suficientemente astuta como para dejar de lado su escepticismo y escuchar el canto de los antepasados que entre letras vanas y versos ininteligibles, decían la debilidad del hombre que jugó con el Sol y la Luna.

Un cuerpo sin alma.

Head llevó una de sus gigantescas manos detrás del cuello de Prewtel y ella le sonrió y miró esos ojos de iris azul que perforaban su piel con la intensidad que sienten los humanos cuando el Sol se pone en lo más alto de su cielo, eran distinto a todo lo que había visto y a Prewtel eso le pareció fascinante.

La joven bruja colocó su mano sobre el lugar donde debía estar el corazón de la bestia, y la oscura magia, causante de la oscuridad Gunnerheadiana, se reveló contra la magia pura que nacía de la heredera. Ella dudó, pero sin contenerse un segundo más, indagó dentro de Head y alejó su mano al sentir la pasiva y desolada cavidad.

Head no tenía corazón y Prewtel no tenía alma.

FIN.

GunnerheadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora