Capítulo 7

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El despertador sonó a las tres de la mañana y Melody se levantó rápidamente de un salto para apagarlo. Le echó una fugaz mirada a Charlotte para comprobar que siguiera durmiendo y cogió su cuaderno de dibujo y un carbón. Sin perder el tiempo lo abrió en una hoja en blanco y comenzó a dibujar. Debía apresurarse para trazar todo cuanto pudiera salvar antes que se desvaneciera en el olvido. Dibujó la pintoresca ciudad en el fondo con sus casitas toscanas, la soleada terraza, el borde sobre el cual la chica estaba sentada de lado observando la vista. Ella portaba un liviano vestido, tan ligero como la gasa, dejando su espalda al descubierto y exponiendo mucha piel bronceada por el clima mediterráneo. Él estaba sentado detrás de ella, recorriendo una y otra vez con sus dedos su espalda, acariciando suavemente su piel.

—¿Qué tal París luego? Siempre quise ir a París —dijo ella.

—Solo di dónde y yo te seguiré sin pensarlo —respondió él y corrió el cabello de ella para besar su nuca—. Tenemos todo lo que podamos necesitar.

—¿Entonces Francia está bien? Podemos coger un auto e ir a ver los castillos.

—Todos y cada uno de ellos —dijo él y trazó un camino de besos hacia abajo—. ¿Quieres ir ahora mismo o quieres quedarte un poco más aquí?

—Ahora mismo tengo en mente otra cosa para hacer —dijo ella de un modo juguetón y cogió las manos de él—. Te involucra a ti y no es nada ilegal, al menos no hasta donde yo sé.

Él le sonrió de aquel modo que solo tenían los amantes, una mezcla entre complicidad y travesura adolescente. Por supuesto, él tendría una chica. ¿Pero dónde estaba ella en todo aquel rollo? Melody no la podía dibujar, incluso era menos definida que el joven. Ella no era mucho, pero era algo en la historia que Melody estaba intentando reconstruir respecto al extraño. Había comprendido que se amaban, y eran solo ellos dos allí afuera. Él la trataba como si ella fuese todo lo que necesitaba para respirar, tal vez lo fuera. Y ella lo amaba tan sencilla y tontamente, del único modo en que el amor debe ser, tonto y joven. Una escapada sin mirar atrás, un futuro no definido, una huida de la mano del otro.

Melody dejó su cuaderno una vez que ya no hubo nada más que dibujar y volvió a dormir. Continuó con aquella rutina cada noche, poniendo el despertador a las tres de la mañana para dibujar lo que estuviera en su mente. Quizás el surrealismo estuviera pasado de moda pero no podía negar la efectividad de la técnica. El café por las mañanas se convirtió en su mejor amigo mientras ella repasaba los dibujos de la noche anterior. Un taxi a instante de atropellar a un pequeño niño, el cuarto de un hotel barato, la sala de un cine, un salón de tatuajes.

—¿Qué harás si alguna vez te cansas de mí? —preguntó ella.

—Nunca me cansaré de ti.

—¿Y si yo me canso de ti?

—Entonces te mostraré esto y te quedarás a mi lado por culpa —dijo él y ella sonrió.

—Eres un tonto.

Pero en el fondo estaba feliz, porque fuera lo que fuese que él se estuviera tatuando estaba relacionado con ella.

Melody tomó el dibujo más claro que tenía de los tatuajes de él e intentó buscar aquel que le pertenecía a esa chica sin nombre ni forma. Eran varios, un mapa de historias que ella desconocía. Una mano de póker en un brazo, una llave antigua en el interior de un antebrazo, un timón y un ancla arriba de cada muñeca, una pluma, un ave volando en libertad, un infinito, un beso a un lado del antebrazo junto con una palabra escrita abajo. Él era como un lienzo, mostrando aquellos dibujos que lo acompañarían de por vida. Había palabras también, significados detrás. En un dibujo donde él estaba sin camiseta sobre la cama de un hotel podía ver que también había tatuajes en su pecho, muy pocos en comparación a sus brazos, y aún si no lo había dibujado ella sabía que debía haber alguno al menos en su espalda. ¿Entonces cómo reconocer aquel que pertenecía a su chica?

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