Gritos y más sonidos de golpes llegaban a los oídos de la joven que escuchaba alerta.
Los leves sonidos aumentaban su potencial a medida que ellos se acercaban, al mismo tiempo que su ritmo cardíaco aceleraba.
La puerta sellada se abrió de golpe, rebotando contra la débil pared, haciendo que se escuchase un sonido estruendo.
La joven pudo diferenciar dos sombras, las sombras de ellos.
En sus manos se podían ver diversos objetos, los cuales la joven esquivó y salió por la puerta sin mirar atrás.
Llegado a este punto, ella debía decidir que era lo correcto.
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¿Saltar o correr?
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Llegó hasta un edificio de más de seis plantas y se paró frente a la gris puerta del portal intentando recuperar el aliento tras la carrera.
Segundos después, la joven se encontraba en la azotea, sentada al filo del borde con las piernas colgando en el aire.
Comenzó a escribir una pequeña canción, una canción que nada tenía que ver con la felicidad.
Escribió y escribió hasta que su pensamiento la sacó de aquella concentración que le mantenía sujeta a la canción.
No pudo contenerse más y sacó de nuevo aquel pequeño utensilio que siempre llevaba consigo.
No tardó más de unos pocos segundos en hacer el primer deslice por su piel.
Sus dibujos, a medida que pasaba el tiempo, iban haciéndose más grandes y más elaborados.
La pierna solo soltaba un líquido rojizo y la ató con su chaqueta para evitar que saliese más de este.
El mundo se había vuelto borroso y movido para la quienceañera y no podía mover sus piernas.
Un pequeño error y todo podría acabar en cuestión de segundos.
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Se dispuso a ponerse de pie, delante de el resto de edificios y se dedicó a mirar aquella ciudad silenciosa en la noche.
Miro al suelo y luego al cielo, estaba decidida.
Cerró los ojos y se dejo llevar.
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¿Estas bien?
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