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No se veía nada, todo estaba apagado. Simplemente había oscuridad. Era una habitación vacía cuya puerta estaba señada.

Un pequeño rayo de luz iluminó el rostro de aquella chica desgastada.

Débilmente se vió una casi indeducible gota cristalina caer por su mejilla, recoriendo todo su rostro para luego caer al frío suelo.

Únicamente se oían los gritos a través de la pequeña rendija de la puerta del resto de personas alojadas en aquella casa y el casi el inaudible llanto de la joven.

Aquello era una rutina, un bucle sin fín que se repetía una y otra vez.

Un pequello objeto se resbaló por su bolsillo, cayendo justo a su lado derecho. Esta se percató y lo tomo como si de un tesoro se tratase.

Lo observó detenidamente por un par de segundos, haciendo que la pequeña luz se reflejara en este y llegara a la blanca pared.

Tomo el débil objeto y se lo acercó a su piel. Paró durante unos minutos, aunque parecieron pocos segundos, y decidió deslizar poco a poco el utensilio por esta.

Un líquido rojizo comenzó a salir mientras que ella sentía un cosquilleo, pero distinto al que te hace reir.

Una vez tras otra la cuchilla iba deslizándose como si fuese una pluma escribiendo en papel.

Una mancha de matices rojos y oscuros crecía en el suelo a medida que el objeto continuaba su acción.

Avanzaba por su piel al igual que el ritmo de su rapidez subía y creaba dibujos más profundos en esta.

Uno completo.

El papel se gastó y pasó al siguiente con ganas de seguir.

Dos completos.

El charco era más grande y no parecía que fuese a parar de serlo.

Tres completos.

Los folios se estaban acabando.

Cuatro completos.

La energía de la chica se iba agotando al igual que la pila de un mando cuando juegas con él.

Eso estaba intentando ella, jugar con sus papeles al igual que lo hacían ellos.

-silencio-

Ella cayó al suelo, justo en el charco rojizo.

-silencio-

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