Los golpes contra la puerta de madera le despertaron como cada mañana. Buscó a tientas la pequeña linterna de aceite de draco que tenía junto a su catre y la encendió. Se estiró un poco antes de levantarse y se incorporó perezosamente, quedándose sentado para contemplar su habitación.
No miraba nada en especial. Tampoco había mucho que ver. Una mesa que cojeaba frente a una destartalada e incómoda silla. Un juego de cartas desordenado encima de esta, junto a los restos de la cena del día anterior y en el suelo su mochila con sus pertenencias.
Se había llevado los pocos objetos de valor que tenía en casa, no quería dejar nada por si los secuaces de los Ponzoña decidían registrarla. Así alimentaría sus sospechas de que se había ido de la ciudad.
Después miró a la pared de la cueva. Junto al cabecero del catre había varias marcas. Las contó de nuevo, siguiendo lo que se había convertido en un ritual matutino para él. Había veintinueve marcas.
Sacó el cuchillo que tenía bajo la almohada y añadió una más. Treinta.
Por fin se terminaba su cautiverio. Los golpes en la puerta volvieron con más insistencia y por fin se levantó.
— ¡Ya va!— le gritó a la persona que estaba tras la puerta.
Se acercó a la puerta y descorrió el pesado cerrojo de madera que la atrancaba.
El hombre que había en el pasillo le miró con cara de pocos amigos. Era el tipejo bajito con la cara picada de viruela que le había despertado cada mañana.
— Se acabó el plazo— le gruñó acercándole un pequeño saco y un odre de agua.
— Gracias, dile a Aeri que iré en un momento. — Le respondió Cedric.
Un gruñido fue la única respuesta que obtuvo antes de que el hombre se fuera.
Entró y cerró de nuevo dispuesto a desayunar, el día iba a ser intenso así que necesitaría todas sus energías para afrontarlo. Pero si todo salía bien por fin se podría largar de allí.
Abrió el saco y sacó un pedazo de pan bastante duro, un poco de queso, algo de embutido y unos muy plátanos maduros que pronto se abrían echado a perder.
No le hizo ascos a nada, había comido bazofias muchísimo peores. No estaba allí por las comodidades de ese cuchitril, sino por la protección que le podían ofrecer.
Después de desayunar recogió sus cosas y fue hacia el foso. No le había ido mal un baño antes de presentarse ante Aeri. Tenía el pelo aceitoso y descuidado, la barba le había crecido tanto que le picaba y no podía parar de rascarse. Después de pasar un mes encerrado con la única distracción de algún paseo ocasional por las alcantarillas su aspecto no era de lo mejor.
Con pocas cosas con las que distraerse había recorrido esos túneles una infinidad de veces, pero eso le había servido para mantenerse cuerdo encerrado allí abajo. Sabía que había que había una decena de cuevas como la suya en los alrededores.
Se las conocía como "agujeros de rata", la mayoría estaban llenas de adictos a la raíz del sueño que buscaban un lugar relativamente seguro donde colocarse durante horas y pasar su ensueño narcótico sin que nadie les molestara. Pero normalmente esos "agujeros de rata" solían estar atestados y Cedric había pagado una buena cantidad de monedas para estar allí solo sin que nadie le molestara.
Quería esconderse de los Ponzoña hasta que su barco estuviera listo y ahora que había pasado un mes se había cumplido el plazo que le habían dado en el astillero de la ciudad.
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Las crónicas de Rean: Sombras sobre Meridiem
FantasyCedric está listo para marcharse de Meridiem de una vez por todas, pero su plan de huida puede verse frustrado. Nuevas amenazas se ciernen sobre él y sobre la ciudad obligándole a formar una incomoda alianza con viejos conocidos para salir de la pos...