Me siento en el extremo de la mesa de reuniones, mientras espero que lleguen mis compañeros. Llego bastante temprano, como siempre, por lo que todavía tardarán. Enchufo los auriculares a mi móvil y me pongo la canción que me había enseñado Hayley hace unos días. La he estado escuchando tanto que ya casi me la sé de memoria.
Otra cosa en la que no dejo de pensar es en la nueva pareja de Hayley. La chica se llama Elizabeth, pero le llama Liza o Eliza. Tiene un año menos que Hayley, así que veinticuatro años. Me dijo también que está estudiando derecho, pero que en realidad le encantaría poder dedicarse al arte. Hay tanto que me contó acerca de la chica, que no dejo de pensar en todo ello.
Las fotos de Eliza no dejan de aparecer en mi mente, es una chica preciosa. Es más guapa que yo, eso de seguro. Y parece ser muy inteligente y cariñosa, por todo lo que me ha contado Hayley; normal que quiera estar con ella. Pero no puedo evitar sentir envidia. Eliza es joven, y aunque nuestras edades estén cerca, a mí se me nota más la edad. Casi estoy en los treinta y no es algo a tomarse a la ligera. Nunca me había parado a pensarlo a fondo, pero pronto dejaré de ser una chica jovencita y hermosa. Pero, eso no me ha molestado jamás. No debería molestarme, es normal que me aparezcan marcas en la piel, que no me vea tan joven. Sin embargo, debería seguir viéndome bien, porque somos perfectos como somos.
Pero en estos momentos me veo incapaz de pensar eso. Siento como si hubiese malgastado mi juventud. Llevo casi dos años es una relación, apenas he tenido tiempo para pasármelo bien, probar otras cosas que de normal no haría. En la universidad tampoco aproveché mi tiempo, simplemente trataba de estudiar al máximo y, aunque iba a fiestas, no vivía mi vida. No hacía todo aquello que quería hacer o aquello que me gustaba hacer. ¿Por qué? Y ahora estoy a punto de casarme, cambiando mi vida por completo. También estoy atada a este trabajo. No está mal que tenga un trabajo tan estable y que me guste tanto, pero ¿estoy tirando mi vida por la borda? No. No debería pensar eso.
Me levanto, quitándome los auriculares. Estoy algo aturdida, pero lo dejo pasar. Bebo agua en un intento de calmarme y comienzo a pasear por la sala de reuniones. En ningún momento me había sentido tan insegura con mis decisiones e, incluso, con mí misma. Ninguna mujer debería sentirse así jamás, pues es el peor sentimiento.
Para cuando empieza la reunión ya me he tranquilizado un poco. Mis compañeros entran a la sala hablando entre ellos sobre uno de los nuevos libros con los que estamos trabajando. Hacemos reuniones de vez en cuando para ver los progresos que hemos realizado, sobre todo en cuanto a la edición. A veces, también hablamos sobre las ideas sobre portadas y vemos los gráficos realizados.
—¿Estás bien, Em? —pregunta Sabrina, una de las editoras, pues dejo de hablar de repente.
—No lo creo. Estoy un poco mareada —susurro, para que solo pueda escuchar ella, a pesar de que todos me miran inquisitivos—. ¿Me perdonáis un momento? Podéis continuar con la reunión, luego me ponéis al día.
Me dejan ir sin ningún problema. Me dirijo al baño como puedo, tratando de no caerme por el camino. Me arrepiento de no haberle pedido a Sabrina que me acompañe. Me quito los zapatos, pues los tacones no ayudan mucho cuando te estás mareando.
—¿Necesitas ayuda? —pregunta Kevin, mi asistente.
No le respondo, pero igualmente viene y me coge el brazo, rodeándolo alrededor de su cuello. Lo agradezco. Le digo que necesito ir al baño y el asiente. Me ayuda a caminar hasta allá, las curiosas miradas de mis compañeros me persiguen, pero trato de ignorarlas. Una vez en la puerta, me ayuda a colocarme los zapatos de nuevo. Aunque se me haga más difícil caminar con ellos, no quiero pisar el suelo de un baño sin zapatos.
Nada más encerrarme en el cubículo, me dejo caer de rodillas y vomito. Las lágrimas se me salen solas, haciendo que se me corra un poco el maquillaje. Maldigo por lo bajo. Me quedo un poco más ahí, pero después de un rato parece haber parado. Y entonces caigo en la cuenta.
Bajo la tapa y me siento encima del váter. Esto no puede estar pasando, había pensado que solo era el estrés y que por eso se me había retrasado el periodo, como en alguna otra ocasión. Pero quizás esta vez no sea así.
Saco mi móvil y abro la aplicación que tengo para el seguimiento de la regla, y ahí claramente lo dice, en letras grandes, como si quisiera burlarse de mí: tú periodo se ha retrasado por cinco días. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?
Comienzo a mirar los logs antiguos, tratando de averiguar cuándo puede haber pasado esto. Sin embargo, lo único que descubro es que en todos los días de la ovulación Ethan y yo tuvimos relaciones. No estoy tomando la píldora desde hace tiempo, pues causaba estragos en mi cuerpo, pero sí que utilizamos protección. Sé que no son cien por cien seguros, pero nunca pensé que iba a ser de esa minoría a la que le falla.
Salgo del excusado, no sin antes lavarme la cara y los dientes, y retocarme algo el maquillaje. Menos mal que llevaba el bolso.
—¿Estás mejor? —pregunta Kevin cuando me acerco a mi despacho.
—Un poco. Pero me voy a ir algo temprano hoy también. ¿Me mandas un email con los puntos cubiertos en la reunión de hoy?
—Claro, ahora mismo. Que te mejores —responde con una cálida sonrisa.
—Muchas gracias, Kevin. —Le doy un abrazo; aunque no sea muy apropiado para el trabajo, somos buenos amigos, y necesitaba abrazar a alguien—. Te veo mañana.
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Su sonrisa
Short StoryLo que más recuerda Emily de su infancia es a todo el mundo diciéndole que una sonrisa de tu media naranja bastaba para saber que esa era la persona con la que querías pasar el resto de tu vida, pero ella decidió que ese mito era una mentira, pues l...