una pequeña historia de amor.

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Era un día gélido, el cielo estaba nublado y la brisa movía su cabellera, las gotas de lluvia caían sobre la tez blanca de su rostro y su brillante cabello negro azulado, llevaba oculta debajo de la manga de su sudadera negra una navaja.

-*El dia perfecto para cometer suicidio*- pensaba para si misma.

y al llegar al puente que estaba justo por encima de las vías del tren, miro hacia el cielo con un brillo maravilloso en sus ojos color café se reflejaba un bello arcoiris. 

-Baya, no sabia que podría haber un arcoiris el día de mi muerte- sonrió para si misma y miro entre sus mangas para tomar su afilada navaja un momento.

-Bien...es ahora o nunca..si lo pienso demasiado podría arrepentirme...- miro hacía las vías del tren y se fijo que uno recién iba a pasar-Justo a tiempo...bueno..."adiós mundo cruel"- menciono una ultima vez antes de escuchar una voz femenina gritarel.

-ESPERA!-

Volteo para fijarse en una chica delgada, de cabellera larga y dorada, unos hermoso ojos verdes esmeralda y una tez casi tan blanca como la leche, parecía una modelo, la complementaba su voz tímida y suave casi tan dulce como una melodia de piano en una mañana de otoño...

-La vida es muy valiosa, por favor, no termines asi la tuya...al menos dale a la vida el tiempo justo para volverse buena-esbozo la rubia mientras miraba fijamente a la peli-negra con los ojos humedeciéndose en sus lagrimas...

-No deberías ponerte a llorar por la muerte de una extraña cuya vida es un asco...-dijo la pelinegra acercándose a su contraria un poco, dicha acción hizo que la rubia se sonrojase y por un impulso abrazara a su contraria. 

-Lo lamento  pero, tu muerte me incumbe, mientras pueda salvar una vida estará bien que me meta en algo que no es asunto mio- la peli-negra rió suavemente ante tales palabras y correspondió al abrazo sin dudarlo un poco.

-Eres demasiado amable, si sigues así podrían lastimarte...- dijo la peli-negra suavemente.

Ante tales palabras la rubia se pego mas al cuerpo de su contraria y escondió su cabeza en el hueco de cuello.

La pelinegra ante tal acto la rodeo con sus brazos fuertemente pero no tanto para no lastimar a la chica de  los ojos verdes, y se permitió llorar en su hombro, lloraba fuerte, ahoga sus sollozos mordiendo su labio,  y con su antebrazo limpiaba las lagrimas que nublaban su vista, pero en ningún momento soltó a la rubia. 

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