Capítulo IV·Razón para vivir

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Al fin la tenía. Había encontrado su razón para vivir. Su hija. Viviría por ella. Sería feliz, sólo por ella. Parecía que el destino no lo había dejado morir porque debía recordarla. Nunca debía olvidar la maravillosa hija que tuvo. Nunca debía olvidar lo feliz que fue.

Fue dado de alta del hospital varios días después. Después de agradecerle a la enfermera por hacerlo cambiar de parecer, se dirigió a su casa con un propósito en mente.

Querida pequeña.

Es muy solitario estar aquí sin ti. Extraño tu melodiosa voz, tu hermosa personalidad llena de alegría y amor. Extraño tenerte a mi lado. Te extraño, y mucho. Te prometí estar juntos en poco tiempo pero me he dado cuenta que eso no es lo que tú querrías. Tú querrías que viviera, que sonriera, que fuera feliz. Y eso es lo que haré.

Viviré. Viviré y lo haré sólo por ti. Seré feliz cada día, al recordar la maravilla de persona que fuiste. Ya no veré tu foto con tristeza. La veré con ojos de amor. La veré con el pensamiento "Lo hago por ti".

Esta carta es para ti. Para que sepas que no te olvidaré. Nunca lo haré.

Te amo, pequeña. No lo olvides. Como yo no te olvidaré.

Con amor, Papá

Al terminar la carta, salió a comprar girasoles, sus flores favoritas. Las miró y sonrió, pensando en ella. Se encaminó hasta ella y se arrodilló frente a su lápida, colocando frente a ésta las flores. Después de leer la carta en voz alta la colocó justo en frente de ambos objetos.

Susurró un suave "Te amo" antes de retirarse del lugar, con lágrimas desbordando de sus ojos.

Iba caminando, derramando lágrimas pero con una enorme sonrisa en su rostro. Al fin había conseguido un motivo para vivir. Pero, como si la suerte o el destino de burlara de aquel pobre hombre, como si pensaran que no había sufrido lo suficiente, un auto pasó y lo último que pudo ver aquel padre fue una luz fuerte y el rostro de su pequeña rondando en su cabeza. 

Sin razón de vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora