La chica se despertó sobresaltada, y su corazón latía incontroladamente. Esa maldita pesadilla la acechaba cada noche en los últimos días.
Llevó sus manos al pecho tratando de calmar los latidos acelerados de su corazón y miró a su alrededor, preparada para que algo saltara de entre las sombras.
Nada pasó durante unos segundos, y comenzó a tranquilizarse. Estaba en la misma habitación de siempre, la que compartía con otras tres chicas un poco más pequeñas. Ellas también habían perdido a sus padres, o habían sido abandonadas ahí.
Era la misma habitación en la que había vivido toda su vida. La misma con la pared desconchada, madera gastada y olor a humedad en cada rincón.
Una habitación que, a pesar de haber vivido toda su vida en ella, no sentía como suya. Y tampoco ninguna de las pertenencias que había dentro. Todo eran cosas que ellos le había prestado, y que tendría que devolver si consideraban que no las merecía.
Porque ella, Isabella Johnson, era una huérfana. Una simple chica que había vivido sus 16 años de horrible vida en un orfanato. Seguramente sus padres la habían abandonado por su defecto. O quizás habían muerto. El orfanato nunca se lo dijo, aunque ella no estaba segura de si eso era del todo legal. Es decir, ella tenía derecho a saber, ¿No? Tenía que saber si debía llorar la muerte de sus padres, u odiarles por dejarla allí.
Pero ellos sólo le decían que no debía pensar en ello, que en cualquiera de los dos casos, no habían tenido otro remedio, que sólo debía aceptar lo que le viniese, y adaptarse. Y a veces se agarraba a ello como a un clavo ardiendo.
Pero no todo era malo, tenia algunas amigas, aunque pocas, ya que su comportamiento y, quizás, su aspecto, las repelían.
Volvió a dormirse, aún le quedaban algunas horas de sueño.
*★* *★* *★*
-¡Venga, chicas, arriba!- Una de las cuidadoras aporreaba su puerta. Isabella se despertó de golpe, y cruzó miradas con sus compañeras de habitación.
-¡Sí! Día de excursión- Dijo la de la cama que tenía más cerca. Su nombre era Natalie. La sonrió. Sí, los días de excursión no estaban del todo mal.
Tenían que cuidar de los pequeños monstruos para que no se hicieran daño. Algunos angelicales, otros, hijos del mismísimo Satán.
Y ella tenía que soportar las miradas sorprendidas, curiosas, asqueadas o admirativas de los que se cruzaban por la calle.
No le gustaba, pero ya estaba acostumbrada, incluso algunos del orfanato la miraban raro, a pesar de haber crecido con ellos.
Ella era albina. Su pelo era de color blanco como la nieve, su piel, casi translúcida, y sus ojos, gris claro. Era alta y esbelta. Casi perfecta.
Pero ella no se veía así. La gente por la calle, y sus propios compañeros, la hacían sentir un bicho raro, lo que la hacía especial, para ella era un defecto, una carga. Según ella, no la habían adoptado por ser así, y si sus padres la abandonaron, también había sido por eso.
Sus compañeras de habitación eran la prueba de que ser albina o no, poco tenía que ver con ser adoptada. Ellas cuatro, de 14, 15 y 16 años, ya tenían claro que no iban a encontrar un hogar antes de los 18, pero lo llevaban con una resignación sana, si es que eso existe. Intentaban ver el lado bueno. Como no las habían adoptado, seguían juntas, por ejemplo. De hecho, ese era uno de los pocos lados buenos que encontraron.
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Luchadora. [Conjunta]
Fantasy"Mi nombre es Isabella, pero me llaman Isbell, o Bell y sus derivados o traducciones: Campana, Campanilla, Cloche, Glocke, Kanpai, Zile, y un largo Etc. Yo no decidí eso, pero la verdad es que me gusta. Estaba harta de mi nombre aburrido. Vengo de u...