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El señor que atiende el cabaret y que dirige a los meseros como hábil estratego, amablemente se acercó a preguntarle qué deseaba. Es un señor muy diligente que va y que viene, incansable, arreglando que ningún mantel esté fuera de centro y que las sillas estén en su sitio. Debe haber supuesto que algo grave le ocurría a Harry, porque le hizo la pregunta con cordial simpatía, como tratando de consolarlo. Harry no acertó a decirle que quería un muchacho y que ese muchacho debería ser exactamente Louis. Y que si Louis no estaba, él daría cualquier cosa por encontrarlo. Y que si no lo encontraba, podría suceder una catástrofe: que no volviera la gente a la tierra. Y que entonces querría no una copa, sino una botella. Por eso, Harry no pudo decir nada. El señor, con mucha experiencia, le aconsejó un jaibolito. Es más, aclaró que era una invitación suya.

La orquesta inició ruidosamente un danzón. Las pocas parejas que se hallaban en los gabinetes laterales -se nos olvidaba precisar que lateralmente, empotrados en la pared, hay esos gabinetes abiertos- principiaron el baile, deslizándose por la pista o desbocándose por ella. Según los temperamentos, claro. De pronto, como una vaporosa aparición Harry descubrió el rostro de Louis por sobre el hombro del caballero que lo apretujaba. Louis también lo vio y respondió a su mirada con otra indefinible. Podría decir “por qué no has venido”, “por qué no me avisaste que vendrías” o “me da igual que hayas venido”.

Harry se sintió perdido. Si Louis estaba con otro caballero, lo seguro es que no podría venir con él. Las pequeñas calamidades continuaban aglomerándose. Cuando cesó la música, vio cómo Louis era llevado por su compañero hasta un gabinete. Y cómo se sentaba muy cerquita de él y casi lo besaba al hablarle, tal vez repitiéndole las mismas palabras que el propio Harry dejara caer la otra vez en los oídos de Louis. No había duda: lo debía estar invitando a ir a dormir. Y esa invitación, no hecha por él, era toda una pena. Una pena honda. Una pena de ésas que en un descuido dan de qué hablar. 

Harry soslayó cómo Louis se levantaba. ¿Habría aceptado? Vio cómo llegaba hasta el mostrador, visible desde su mesa, donde les cambian las “fichas” al irse. Como algo le apretara dentro, lastimándole quién sabe qué víscera, Harry dejó de ver a Louis. Clavó los ojos sobre la pista y se sintió el más desgraciado de los hombres. Esa desgracia implicaba la sensación de que Louis era mucho más bonito, con sus grandes ojos abiertos y su boca carnosa, con su blusa blanca muy escotada y sus cabellos revueltos. No pudo evitarlo: recordó cosas muy íntimas.

Vamos, Harry estuvo seguro de que daría cualquier cosa por tenerlo a su lado, que haría cualquier cosa porque se fuera con él...

Un mundo vacío. [LS adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora