El albor de mi vida sucedió dentro de una llovizna. Tenía frio, era de noche y hacía demasiada ventisca. Buscaba un arcoíris, no sabía que eran posibles solo de día. Mi voz oscura nombraba un suspiro, el silencio se callaba para charlar conmigo. Las estrellas, abrigadas tras los témpanos de nubes, buscaban mi curso donde nunca antes estuve.
Y así, extraviada y ni siquiera acompañada por alguna sombra mía, caminaba por donde la intuición me guiara. Césped húmedo, aire perfumado de fresca brisa, mi temblor cobijado solo por una idea indecisa acerca de ir despacio o muy deprisa.
Los colores los escribían mis iris rojos y marrones. Era puramente una niña. Lo recuerdo, pues antes de que apareciera la luna, mi cuna se mecía sin canción alguna. Su música se volvió mi musa que yo disfrutaba usar de blusa. Era mi prenda de vestir preferida. Con ella puesta inicié mi huída.
Buscaba un hogar pintado en un árbol del lugar. Narrado en una letra de musicalidad, parecía idóneo quererlo hallar. Aún llovía, y la suave alfombra de tierra húmeda, que dibujaba las huellas de mi descalzo andar, las dejaba de rastro para que un miedo y silencio me pudieran espiar.
Primero me emboscó el miedo, yo construía un piano que nunca a mi musa pudo acompañar. Después del ataque, poseo fobia a cantar. Ahora deambulo desnuda y no pretendo ni hablar. A mi blusa la oculté en la madera del piano que jamás toqué. Olvidé que mi imaginación pensaba enseñarme a bailar.
Melancólica al sospechar que nada me podía volver a hacer vibrar como una melodía, he decidido por el cosmos viajar. Al orbe deseé atestiguar. En mi camino me topé con un monstruo vecino, lo había provocado cuando callando a mi ruido convoque el más grande sigilo. Era el silencio. Del miedo un amigo.
Él estaba contrariado y airado, su templo de mutismo fue superado. Vengativo por lo que mi mudez había suscitado, silenció a la luna dejándome sin mi aliada y primera morada. Mi mirada se yergue llorosa hacía el cielo nocturno para verla callada e intentar escucharla.
Ayer las cuerdas de una guitarra noctambula, mientras danzaban, me murmuraron que la luna nostálgica les dijo que se iría de travesía en un recorrido y no volvería. Les confesó que me extrañaba, y que era decisión mía ya no poder en absoluto observarla, o si yo moría hacer viable acompañarla.
Escribí aquí, en papel encontrado, que me he enterado de todo lo que echo de menos a mi luna. Descubrí que añoro que mi muerte nos reúna. Y dado que la muerte soy yo, me suicido cual final de partitura. El próximo cielo noctívago solo dará estrellas para reflejarlas en lagunas. Si en su propia muerte ustedes sienten frio, miedo y perciben un silencio, no soy yo. Es el frio de la tierra húmeda que me traicionó, el miedo que me atrapó y el silencio que me castigó.
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Nota suicida de la muerte.
Poesía¿Son cobardes aquellos que se suicidan? Depende lo que piensen que existe al otro lado. ¿Son cobardes aquellos que viven? Depende lo que piensen que existe en alguno de los dos lados.