Yura

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La sensación cuando un ser muy querido muere, no se puede describir con una palabra. Es una sensación de asfixia, donde sientes que tu corazón se hunde e inconscientemente contienes la respiración, como esperando otro golpe. Luego estallas. Lloras muy fuerte, sin poder parar o simplemente estallas en silencio. Te encierras y no hablas, te tragas tus propias lágrimas, porque sabes que ya no hay nada que hacer, que aunque llores durante el resto de tu vida, esa persona no vivirá. No volverás a oír su voz, ni volverás a ver su cara. Simplemente no estará nunca más a tu lado.
Yo era un niño de siete años cuando conocí a Yuri Plisetsky, el niño rubio gruñón que en un futuro se convertirá en mi esposo.
Sí, es mi historia de amor con otro chico, que probablemente a muchos homófobos les diera asco, pero os aseguro que fue un amor del bueno.
Yuri Plisetsky y yo pasamos nuestra infancia juntos en Japón. Él era dos años menor que yo. No solo en años era menor, en estatura también. Siempre fue un niño muy pequeño y delgado.
Mi nombre es Otabek Altin, pero para él, soy Beka y él para mí es Yura.
Los años pasaron hasta que un día, sus padres se lo llevaron a Rusia. Yo tenía quince años.
Al principio fue muy duro vivir sin él. Cuando volvía de la escuela, me paraba en medio del salón, quieto, inspeccionando todo, como si fuera mi nueva casa y preguntándome constantemente: "¿Ahora que hago". O por las noches, ya no podía escaparme para ir a hacerle compañía, solo me quedaba en la cama, mirando al techo, esperando que el sueño me invadiese, pero a veces, simplemente no llegaba.
Los años pasaban y pasaban, él siempre ocupó algún lugar en mi corazón, nunca llegué a olvidarle.
Al cabo de ocho años, una tarde de otoño en Kazajistán, estaba sentado en un banco cerca de un parque, donde había muchos enamorados pasando. Estaba sumido en mis pensamientos, cuando de repente, una cabellera rubia que pertenecía a un frágil cuerpo, se cruzó en mi campo de visión. Me quede paralizado. "¿Era él?". Me pregunté. Como si quisiera confirmármelo, se dio la vuelta y vi dos ojos verdes. "¡Yura!". Grité sin pensármelo dos veces. Hubo un momento donde solo existíamos nosotros dos y luego corrió a mis brazos.
Nuestras viejas costumbres volvieron. Tardes en el sofá, escapadas nocturnas. Todo volvió a conectarse otra vez. Con el paso del tiempo, nuestra amistad se convirtió en algo más y en un buen día, de mejores amigos nos convertimos en novios. Ese día que me aceptó, me hizo el hombre más feliz del universo. Sentía que el mundo estaba muy iluminado, mi corazón florecía y latía con fuerza, emanando un calor confortable. Pero no todo fue un camino de rosas.
Cuando hicimos tres años de noviazgo, él empezó a cambiar, su mirada siempre estaba vacía, el verde de sus ojos se volvió opaco y se volvió muy frío conmigo, lo que me dejaba destrozado.
Una noche de invierno, a las doce, se levanto con lágrimas en los ojos y me despertó. Dijo que no podía más, tenía que decírmelo.
-Beka, hace tiempo me diagnosticaron leucemia, estuve yendo a los tratamientos que recomendaba el doctor, pero ya no funcionan, mi cuerpo ya no responde a los tratamientos.-
Se rompió en llanto y mi corazón se estrujó. Lo abracé fuerte, pero me apartó.
-No sé cuánto me queda, por eso quiero romper contigo, no vuelvas ha acercarte a mi, con el paso del tiempo dolerá menos.
Seguía llorando.
¿Dejarlo?
Ni borracho.
-Yura, mi querido Yura.- lo abracé y se dejó.- Nunca te dejaré. Tienes que saber que si me dejas me matarás, así que me quedaré contigo hasta el final, me da igual que tengas leucemia, me da igual que te vayas a ir pronto, solo espérame y yo también te esperaré. Ahora ven, duerme un poco, yo estaré velando tu sueño.-
Y con lágrimas en los ojos todavía, lo acuné entre mis brazos, para que se sintiera lo más seguro posible.
Los mese pasaron, Yura volvió y en un catorce de febrero, lo llevé a un prado lleno de flores, estrellas y luciérnagas para pedirle matrimonio. Su cara fue todo un poema.
- Yura, déjame ser la persona que te haga feliz el resto de tu vida,¿quieres casarte conmigo?
Lloró, su cara estaba roja y bañado en lágrimas, pero eran lágrimas de felicidad. Afirmó con su cabeza, y es así, como después de tres semanas, celebramos nuestra boda. Los siguientes tres meses que pasaron eran de pura felicidad, hasta que tuve que llevarlo al hospital, porque su cuerpo ya era demasiado débil.
Me acuerdo que antes de irse, me dijo que no me deprimiera, que llorara todo lo que tenga que llorar, pero que siga viviendo. Luego dijo:
-Te esperaré, te amo Beka.
Y así, la línea de la molesta pantalla se convirtió en una línea recta.
Ya no volveré a tocar sus rubios cabellos, ya no nos volveremos a reírnos juntos, se sentía fatal, pero tenía que cumplir sus últimos deseos. Lloré mucho, pero seguí con mi vida, esperando pacientemente el día que nos volviésemos a encontrar.







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