El padrastro de Cenicienta

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Todas las mañanas me despertaba a la misma hora y siempre de la misma manera, la canción "the reason" the hoobastank sonaba en el altavoz de mi móvil y  caminaba hasta el baño; al principio madrugaba solo para no tener que compartir baño con Santa Paula, su plancha de pelo y su "maquillaje corrector de imperfecciones" pero hace años que se convirtió en una especie de tradición que ya no cuestiono.

No dedico mucho tiempo a mirarme al espejo porque lo que veo en él siempre es lo mismo, una cara blanca y redonda, un pelo oscuro completamente despeinado, una nariz y unas orejas discretas y los ojos verdes que según mi madre "causan sensación" pero que no "exploto lo suficiente".

Mi familia nunca ha tenido problemas económicos pero mucho menos desde que mamá dio el braguetazo de meter en la familia a Rafa, que siendo solo un emprendedor más, tiene el extraño don de convertir en oro todo lo que toca. Podría parecer que por no ser su hija biológica me aisló en el reparto del dinero pero no es así; eso sí, yo nunca los quise usar sus regalos caros porque eso sería como aceptarle definitivamente en la familia.

Por eso solo utilizaba aquello que me comprara mi madre y me aseguraba de usarlo hasta que se terminaba de romper y ya no podía volver a arreglarse. ¿Quién puede comprarse más y más ropa sin límites sabiendo la cantidad de gente que hay en el mundo viviendo casi del aire? Fácil, alguien como Paula o como Joaquín, o como Rafa, o como casi cualquiera.

Pero yo nunca he sido cualquiera.

Como todos los martes y los jueves, salí de casa sobre las siete de la mañana y me subí al primer bus que pasó en dirección norte, hice trasbordo a otro autobús y este me llevó hasta un MacDonalds situado en la cercanía de la estación de Atocha que estaba, como siempre, petado de gente.

Pedí un café cargado antes de sentarme en la última mesa, esa en la que la gente intenta no sentarse porque está al lado de los baños y todo el mundo pasa por al lado una vez al menos, tal vez yo hubiera escogido otra pero alguien había escogido por mí.

-- Buenos días hija.

-- Buenos días.

Me senté dejando la mochila sobre la silla y observé a mi padre, como todos los días.

Habían pasado tres meses desde que tuvo un infarto por culpa del estrés, el trabajo y la mala alimentación y desde entonces quedábamos dos veces a la semana para desayunar antes de que él se refugiara en su empresa para seguir matándose cada día más.

Algo así como los enfermos de cáncer de pulmón que siguen fumando porque creen que eso es lo que les facilita la vida, mi padre se ataba a su puesto como jefe del despacho de abogados y seguía estando presente en todos y cada uno de los casos que llevaban sus subordinados.

A menudo como aquella mañana parecía cansado, hablaba despacio y sin apenas afección incluso al referirse al trabajo y solo mostraba una leve expresividad cuando mencionaba a su mujer (tema que yo nunca sacaba de manera premeditada). Probablemente ella le quisiera de verdad, pero su alto nivel de vida y sus compras cada vez más ostentosas hacían que mi padre aceptara incluso más casos de los que era capaz biológicamente de mantener y al hacerlo, incluso se sentía más realizado; como si no hubiera mayor placer en esta vida que morir por tu trabajo o la idiota de tu mujer.

Yo nunca le hablaba de la jubilación porque sabía que sus otros hijos ya lo habían hecho; aun así, tenía suficientes años cotizados para una pensión muy considerable. No suficiente por supuesto para los vestidos de Dolce and Gabbana y los collares de Swarovsky que su mujercita acumulaba en su joyero de Salvador Bachiller pero... ¿A quién le importa?

Natasha y yo nunca nos entendimos, y aunque conocí a Alex (Alexandr), Vlad (Vladimir) y Jaime, mis hermanastros, tampoco teníamos ninguna relación, ni siquiera después de que el corazón de mi padre dejará de responder. Nos vimos un par de veces en el hospital en las salas de espera pero nunca mantuvimos una conversación larga sobre ningún tema importante; yo no quería nada de ellos, por no querer ni siquiera quería la pensión que me tenía que mandar "papá".

Con el tiempo entendí que el corazón de mi padre no aguantaría mucho tiempo y tenía que tratar de mantener una relación con él para no pasarme la vida pensando que le abandoné, aun así, me seguía pareciendo un extraño, un hombre que se sentaba frente a mí con su actitud pasota (que es de las pocas cosas que he heredado de él) y me preguntaba chorradas como:

-- ¿Qué tal en el cole?

Todos los meses hacía un esfuerzo por explicarle que no iba a ningún "cole" sino a un instituto, a veces incluso le confesaba que no solía ir mucho y papá me miraba con los ojos inexpresivos y decía algo así como:

-- Es tu decisión.

Normalmente agradecía hablar de los estudios para evitar el tema de su trabajo, nunca me gustó pensar que mi padre se dedicaba profesionalmente a reducirle la pena a violadores y pederastas y a defender corruptos.

-- Acabo de empezar, papá, aun no hemos dado temario ni nada.

-- ¿Y qué tal en tu clase? ¿Te ha tocado con tus amigas?

Si papá prestara atención a algo de lo que le cuento alguna vez en vez de utilizar ese tiempo para solucionar embrollos legales en su cabeza y adelantar trabajo, sabría que mis amigas no son del instituto, la mayoría.

¿Cómo podrían serlo? Mi instituto es un caldo de cultivo para Paulas, lo que lo hace un mal lugar donde buscar amistades. 

-- Alguna, aunque ya sabes que mis amigas no van al instituto.

-- Sí, es verdad... Por cierto, Natasha y yo habíamos pensado en ir de viaje a Moscú para celebrar mi cumpleaños.

-- Me parece bien, seguro que os divertís.

Por supuesto que sí, si algo sobran en los países excomunistas son tiendas caras en las que mi madrastra podría gastarse todo el dinero de papá.

-- Estábamos pensando en ir toda la familia.

Entendí la indirecta al instante y la sentí como un dardo, esa familia que él y yo formábamos, pero en la que también entraba su condenada mujercita y los niños que esta le había dado.

¿Viajar con ellos? ¿Estaban locos? Ya pasé por eso una vez, mi madrastra me tuvo encerrada en el hotel todos los días que duró el viaje porque consideraba muy peligroso que paseara sola por la ciudad, así que solo tuve permiso para ir con ellos de compras. ¿Importaba a caso que estuviéramos a escasos diez minutos andando de Notre Dame, una joya auténtica del gótico?

Y como siempre, papá no hizo nada por llevarle la contraria a su amada, a pesar de que sabía perfectamente que siempre tuve una irresistible atracción por el gótico y su aire lúgubre, fantasmal y místico.

-- Tengo muchas cosas que hacer y... Me pilla en época de exámenes.

-- Vamos, yo solo quiero que pasemos un poco de tiempo juntos.

-- Y yo quiero que mamá y tú dejéis de tener ideas tan geniales.

-- ¿Qué ha pasado con tu madre?

Ni siquiera fui consciente de cuando había recordado mi pelea con mamá pero el comentario me salió solo y no quise seguir la conversación por ahí, así que me levanté con cierta mala educación y me despedí de él con la mano mientras me levantaba y sacaba el móvil del bolsillo, que vibraba por una llamada entrante.

-- Cinco minutos, estoy saliendo.

Mi madre también había tenido una idea genial y también relacionada con un cumpleaños, el de Paula.

Era la primera vez que se empeñaban en celebrar una fiesta de verdad para un cumpleaños y aunque Paula era demasiado aburrida para la mayor parte de las fiestas de descontrol y desfase, se había mostrado encantada con la idea.

Hasta aquí todo bien, pero a pesar de que mi cumpleaños no sería hasta diciembre, mamá quería que esa fiesta sirviera como cumpleaños para las dos, y yo, no estaba dispuesta a pasar por ahí. Pase que tengamos que compartir familia, casa, colegio, y en casos puntuales todo lo demás, pero mi dieciocho cumpleaños era solo mío.

¡Tan difícil resulta de entender! Sí, al menos para mi madre.



La hermanastra de CenicientaWhere stories live. Discover now