Balboa tenía un gato. Y al gato le había puesto por nombre Mischa y era aquel gato lo que más quería en el mundo. Se podía decir que hubiera dado su vida por aquel gato. Por aquel Mischa.
No sabÍa si de verdad habría sido su nombre porque cuando lo encontró herido cerca de jardín de su casa no sabÍa su nombre. No tenía una plaquita con su nombre. Pero nunca había tenido un solo gato y rescatar a aquel gato, a aquel pobre animal, era una de las mejores cosas que podría hace en su vida. Como si fuera una buena acción pero una buena acción que ya duraba tres años. HacÍa tres años que Mischa seguía a su lado y nunca había tenido la tentación de escaparse o de irse de casa y buscarse otro rincón donde vivir. Y aquello era lo que más le gustaba de Mischa, su lealtad.
Mischa tenia un ojo oscuro y el otro azul y su piel era blanca y negra. Y apenas maullaba por la casa . Una vieja casa de madera y de piedra que Balboa se había comprado nueve años atrás cuando había dejado de trabajar en la fábrica de plástico y en las serrerías, y lo mejor que podía hacer a lo largo del día era cuidar de Mischa y salir al porche y sentarse en su silla y beberse una cerveza mientras observaba el cielo azul surcado de nubes blancas o bien, por el atardecer, ver cómo un cielo de un color rosa o rojizo se ponía delante de su casa.
Balboa era un hombre apacible y silencioso, más silencioso que Mischa y apenas hablaba con nadie. Apenas pronunciaba alguna palabra excepto un vamos o un cómo te ve Mischa y cuando decía esas palabras al pobre gato Mischa se le iluminaban los ojos, como si comprendiese las palabras de ánimo de su amo.
Balboa nunca había pensando que Mischa pensase que él era su amo. Todo lo contrario, siempre había dejado las ventanas y las puertas abiertas y en ningún momento Mischa se habla largado y lo había dejado solo. Balboa estaba seguro de que Mischa era consciente de su soledad y que nunca lo dejaría solo.
Balboa era un hombre alto y delgado que apenas comía en el día y por las noches se preparaba una suculenta cena de carne para el y de pescado para Mischa. Y cuando acababa, salía al porche y ponía el plato con el pescado para Mischa y este maullaba en una de las pocas ocasiones a lo largo del día. Balboa le acariciaba la cabeza y comía rápidamente su cena. Dejaba el plato debajo de la silla y encendía un cigarrillo y dejaba que la brisa de la noche se llevase el humo que expulsaba por la boca.
Pero en una de aquellas noches, que afortunadamente era una noche espléndida de primavera en que ni hacia demasiado calor ni hacia frío, ocurrió que Mischa, después de dar cuenta de su pescado, se levantó y se puso en el borde del porche esperó unos pocos segundos luego maulló como de manera lastimera y antes de que Balboa se diese cuenta Mischa se echaba a correr entre las tinieblas de la noche.
Balboa se levanto rápidamente de la silla y oteó la oscuridad en la que se había sumergido su gato Mischa.
-Mischa, Mischa, Mischa... gritó tres veces- ¿ adónde te has ido? -Pero Mischa no le contestó. Lo que oía únicamente era el silencio de aquella noche. Debía de ser las doce de la noche y hacía tiempo que no se veía un solo transeúnte por la calle. Balboa bajó los tres escalones de madera de su porche y se internó en la noche. Pero no veía nada ni veía a nadie y mucho menos podía ver al pobre de Mischa ¿qué habría oido o visto como para echarse a correr de aquella manera?
Balboa se puso a caminar por la calle, sin importarle que se viese nada. Que la mayoría de las farolas estuviesen reventadas por las pedradas de los gamberros. Su sombra se dibujaba sobre el terreno que no era nada más que un suelo de asfalto que en el centro de la calle estaba cuarteado como si fuese la carretera de una ciudad que nadie ya visitaba.
Agudizó su vista lo mejor que pudo y miró los bultos blancos y negros que había delante de él. Se paró delante de unas rejas de madera pintada de blanco o bien se plantó delante de una gran roca en el suelo y que simulaba la forma de un gato que miraba hacia la luna. La única conclusión a la que había llegado era que había perdido a su gato Mischa ¿qué habría sido de él? ¿Qué terribles desgracias le podría deparar el destino a un gato que en sus últimos años se había recluido y escondido en la casa que Balboa había comprado hacia cosa de nueve años? Hubiera sido capaz de dar toda su casa y todas sus pertenencias por encontrar a Mischa que lo consideraba parte de su vida, casi de su cuerpo. Sonrió ante su desesperación.
Balboa se detuvo en mitad de la calle. Ya no sabia cuánto tiempo había estado recorriendo la calle, su casa, que tenía las ventanas iluminadas, no se veía. Y el silencio de aquella calle era estremecedor. Había caminado y sus zapatos resonaban contra el asfalto corroído por el tiempo como si fuese el mármol de una iglesia y su respiración se oía tan claro que parecía que a doscientos metros de distancias cualquiera podría escucharla.
En su desesperación Balboa ya no sabía qué hacer. Si bien continuar o bien dar media vuelta y regresar a casa y esperar a que Mischa estuviese de vuelta, si es que regresaba. Esperó que fuese eso lo que ocurriese. Que lo encontrase sentado en su porche muy digno, sin haberle dado demasiada importancia a su pequeña aventura.
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BALBOA
Genel Kurgu¿Que pasaría si no dejase de llover y de repente cayese sobre una extraña ciudad una lluvia fría y plateada que nunca cesase?