prólogo

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En el siglo doce la iglesia dominaba tanto la vida de los ricos como la de los pobres.
Hermosas catedrales revestían los centros de las ciudades resaltando como monumentos del poder del clero, controlando todos los aspectos de la vida desde el nacimiento hasta la muerte y más allá: hasta cielo o el infierno.
Unos cuantos valientes se revelaron, pero ninguno podía ignorar el poder de la iglesia católica. Los líderes espirituales: monjes sacerdotes, obispos y el papa controlaban este imperio manteniendo a las mujeres lejos del poder, sin embargo, una monja podía convertirse en alguien influyente si era inteligente, astuta y si jugaba bien sus cartas, tal y como hizo Lauren Bingen Morgado.
Lauren nació en Bermeshein, en el valle del Rin durante el verano del año 1098, en el seno de una familia noble alemana acomodada. Fue la menor de los diez hijos de Michael de Bermersheim, caballero al servicio de Meginhard, conde de spanheim, y de su esposa, Clara de Nahet, y por eso fue considerada como el diezmo para Dios, entregada como oblata y consagrada desde su nacimiento a la actividad religiosa. De esta manera, fue dedicada por sus padres a la vida religiosa y entregada para su educación a la condesa Sinuhe de Spanheim, hija del conde Carlos II de Spanheim y por tanto noble como ella, quien la instruyó en las labores eclesiásticas; como en la lectura del latín, aunque no le enseñase a escribirlo con tanta maestría, y en el canto gregoriano. Esto le daría una educación que habitualmente no estaba al alcancé de las mujeres de aquella época.

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