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-Mi amiga Bonnie me ha dicho que eres muy bueno.

-¿Bonnie? -repitió Jimin, pensativo-. ¿Se hizo un unicornio hace poco?

-Esa misma -contestó la joven-. Es un tatuaje precioso.

-Sí, cuando una cosa sale bien, sale bien.

-Bonnie dice que tú sabes elegir el tatuaje adecuado para cada cliente. ¿Es verdad?

-Supongo que sí. Depende de las vibraciones que emita cada persona. A ver, dame tu mano. ¿Cómo te llamas?

-Le... LinMi.

Ajá. Le... LinMi estaba mintiendo. Y muy nerviosa.

Jimin cerró los ojos para buscar el aura de la joven.              

-¿Qué ves? ¿Un sol? Yo no veo un unicornio como el de Bonnie, pero a lo mejor un leopardo...

-Calla -murmuró Jimin. La imagen estaba muy borrosa.

-Lo que realmente me gustaría es un tatuaje de Xena, la princesa guerrera. En el hombro.

Entonces lo sintió. LinMi no estaba preparada para un tatuaje. Quizá nunca lo estaría.

-Me temo que no va a poder ser.

-¿Por qué no? -preguntó la joven.

-Los tatuajes son algo permanente.

-Por eso quiero uno.

Jimin estudió el rostro de la chica. Estaba furiosa y resentida por algo o con alguien. -¿Por qué has venido?

-Porque quiero hacerme un tatuaje -contestó ella.

-Eso ya lo sé. ¿Por qué quieres hacértelo?

-Para... no sé, para decir algo sobre mí misma.          

-¿Por qué?

-Pues... porque mi hermano es un pesado que insiste en que debo solucionar mi  futuro, que tengo que hacer esto y lo otro... Tengo diecinueve años y puedo vivir mi vida sin que nadie me diga lo que debo hacer, ¿no?

-Sé cómo te sientes. Yo tenía una hermana mayor que hacía lo mismo.

-Sí, pero para mí fue diferente -suspiró Jimin. La suya había sido una rebelión total, pero en el caso de LinMi seguramente era una simple pataleta-. Cuando tenía diecisiete años me marché de casa con mi mejor amiga.        

-¿Ah, sí? A lo mejor yo también debería hacer eso. Dejar la universidad y empezar en otra parte...

-No, no. Yo era demasiado joven y lo pasé muy mal. No tenía estudios y tuve que hacer de todo para sobrevivir.               

-Pero ahora tienes esta tienda.

Jimin miró alrededor. Estaba orgulloso de su negocio. Tenía un ambiente único, con cristalitos de colores colgados del techo, plantas exóticas y velas aromáticas.

-Tuve suerte.

-Bueno, pues puede que mi suerte empiece con un tatuaje -insistió LinMi.          

-¿Por qué no hablas con tu novio y con tu hermano?           

La chica se tocó el hombro, obstinada.          

-El tatuaje, por favor.     

-Mira, yo conozco un sitio estupendo donde hacen tatuajes de henna que duran un mes. Si después de un mes sigues queriendo hacerte uno definitivo, puedes volver aquí.           

-¿De verdad crees que no estoy preparada?             

-De verdad -suspiró Jimin.

-No sé... 

-Xena seguirá aquí, no te preocupes.

Por fin, LinMi asintió con la cabeza.

-Bueno, dame la dirección. Pero no sé cómo vas a hacer negocio si te niegas a hacerle tatuajes a la gente.

-Eso digo yo -suspiró Jimin. Había días que rechazaba a varios clientes-. Y dile a tu hermano que te deje en paz.

-Tú no lo conoces -murmuró la joven.

Cuando se marchó, Jimin seguía dándole vueltas a su conversación con Taehyung.

Cansado, puso el cartelito de «Vuelvo dentro de una hora» y subió a su apartamento para hacerse una ensalada de tofu.

Su amigo lo conocía bien. La noticia de que Min Yoongi había preguntado por el estaba dándole qué pensar.

No se lo contó a Tae, pero empezaba a hartarse de «vivir libremente, sin convenciones».

En parte, le encantaría volver a Copper Corners para enfrentarse a todos aquellos provincianos, pero sus padres se llevarían un disgusto.         

Cuando se marchó de allí, a los diecisiete años, eso le había dado igual. Sólo pensaba en vivir su vida sin intromisiones.

Pero según pasaron los años y se hizo adulto, empezó a comprender cuántos disgustos les había dado. Sus padres eran demasiado estrictos, demasiado inflexibles, pero lo hacían por cariño. Por eso se inventó una vida como la que ellos hubieran deseado: sus padres pensaban que estaba casado y tenía una boutique.

Pero un día tendría la vida que siempre había querido. Un día su salón de tatuajes daría dinero y no tendría problemas para llegar a fin de mes. Y quizá encontraría un marido que sería tan fiel y tan estupendo como Warren, el falso marido médico que inventó para sus padres. Y que lo querría con locura.

Entonces quizá volvería a Copper Corners como el hijo pródigo. Tendría que seguir diciendo que el salón de tatuajes era una boutique, por supuesto. Diera dinero o no, hacer tatuajes era algo rarísimo para la gente del pueblo. Pero con un negocio floreciente y un marido al lado le probaría a todo el mundo que había triunfado en la vida.

Una Farsa de Amor [ JM x JK ] #wattys2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora