Uno

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Los gemelos

Hacía menos de una hora que había hablado con Aarón, mi hermano gemelo, y ya me arrepentía de haber entrado en su juego.

Desde pequeños éramos inseparables aunque hubiese de por medio numerosas peleas pero era justamente aquello lo que nos mantenía unidos por lo que nos ayudábamos mutuamente.

Y en esas me encontraba de nuevo. Metido hasta el fondo en otra de las locuras de mi hermano.
Él pretendía que fuese en su lugar a una reunión que tenía concertada con la que seria la nueva reincorporación a la empresa que dirigían él y mi padre.

Y os preguntaréis por qué yo tenía que suplantarlo. Fácil y sencillo. Él tenía una cita "demasiado importante" con Valentina, su rollo italiano, a la cual no podría faltar bajo ningún concepto.

Me opuse todo lo que pude pero él era un experto en chantaje y por supuesto había caído en la trampa, aunque a cambio él movería hilos con algunas editoriales.

Mi padre fundó una empresa de compra-venta de vinos de toda clase y aunque yo me dediqué a ella algunos años, decidí salirme de allí y comenzar mi vida cómo redactor de una prqueña revista y autor de algunos libretos de poemas. Los cuales aún no habían salido a la luz.

Fui consciente desde el primer momento que a mi padre aquella decisión no le sentó demasiado bien pero tenía el consuelo de que su otro hijo sí seguiría sus pasos.

Aarón y yo éramos prácticamente iguales, en lo que a físico y  genética se refiere, tanto que había veces en los que nuestros familiares llegaban a confundirnos si cambiábamos de peinado puesto que él tenía el pelo algo más lacio que yo.

Desde pequeños nos había gustado aquel típico juego de gemelos, dónde nos hacíamos pasar por el otro y confundimos a mi abuela, mi padre, mi madre... Todo el mundo tenía un calvario con los gemelos. ¡Y a nosotros nos encantaba!

Llegué al edificio veinte minutos antes de la hora acordada y repasé en mi cabeza las indicaciones que me había dado mi hermano el malvado (sí, él era el gemelo malvado aunque yo no solía quedarme atrás); entrar, saludar a Sara la recepcionista, dirigirme al despacho, sonreírle a Noemí mi secretaria y entrar al despacho a esperar.

Repasé mi traje en la imagen que se reflejaba en la puerta de los cristales y bufé. Si mi padre se enteraba de que aun hacíamos esas cosas nos llevaríamos una buena bronca porque según él, hombres de veintiocho años no podían jugar a esas cosas, ya no tenían edad.
Pobre de él que no comprendía que la edad mental de Aarón no superaba los dieciocho.
Entre al hall y realicé todo lo que me había indicado.

Noemí corrió enseguida a ponerse de pie y acercarse meciendo sin ninguna sutileza sus caderas;

– ¿Se ha alargado la comida? –preguntó coqueta, retirándose con teatralidad un mechón rubio– Te estuve esperando y no apareciste.

Me entraron ganas de vomitar cuando paseó su lengua por el trozo de cuello que quedaba libre. No podría creer que se hubiese tragado el cambio de identidad cuando era una de las personas que más tiempo le veía al día pero lo que no me podría creer era la insinuación de ella. ¿Es que mi hermano no cambiaría nunca?

– La comida se alargó, nena. No pude hacer nada.

Ella me contestó con un puchero y le guiñé para que me soltase. Noemí pilló la indirecta y en menos de dos segundos estaba de nuevo sentada en su sitio y tecleando en el ordenador.

Algo más calmado entre en el despacho y sonreí. Durante cuatro años aquel había sido mi lugar y aunque Aarón había cambiado algunas cosas, todo permanecía igual.
Me reconfortó lo cómodo que era el nuevo sillón de cuero marrón y me hice la nota mental de que algún día me compraría uno igual. Si ascendía. Si lograba publicar mis escritos. Si ganaba dinero con ello.

El sonido del teléfono me sacó de mis pensamientos y cómo si de un acto reflejo se tratase, pulsé el botón rojo y la voz de mi secretaria, la de Aarón, inundó el despacho avisándome de que la señorita Rojas había llegado.

Suspiré y le pedí a Noemí que la dejase entrar. Era hora de hacer una de mis actuaciones. Era hora de ser Aarón por un tiempo.

Me decliné en el asiento cuando la puerta de abrió y entró ella. ELLA. Me quedé sin aliento cuando la vi entrar con sus pasos firmes, sus zapatos negros de tacón y aquella falda lápiz color nude que tardaría meses en olvidar.

Me sonrió con apuro y caminó despacio hacia una de las sillas que había al otro lado del escritorio. Una vez que estuvo preparada me devolvió una mirada que me heló aún más. Aquellos ojos tan negros parecían imposibles.

– Buenas tardes, señor Gómez –la voz le salía algo temblorosa y en cuanto se dio cuenta, carraspeó un par de veces y continuó– Soy Gemma Rojas, hablamos hace unas semanas por teléfono y...

Alcé la mano y ella paró en seco. Tenía que tomarme un trago de Whisky para que algo en mi cabeza tuviese coherencia.

– Perdone, ¿quiere algo de tomar? –le pregunté sirviéndome un baso y antes de que ella pudiese contestar, volví a hablar– No he tenido un buen día.

– No se preocupe estoy bien, señor. Si quiere puedo volver en otro momento.

Negué con la cabeza inmediatamente causando que ella jugase nerviosa con el anillo que llevaba en el dedo índice de la mano derecha.

– No, tranquila –el líquido bajó por mi garganta y al notar que este quemaba todo a su paso me sentí mejor– Le pediría por favor que me tutease, no me siento cómodo.

Ella sonrió y asintió no sin antes hacerme prometer que la llamaría por su nombre. Y así lo hice el resto de entrevista.

Aarón me había aclarado que aquella chica estaba contratada desde el primer momento que leyeron su currículum y su expediente pero debían de hacer la entrevista para asegurarse de que ella tenía los requisitos que aquel puesto exigía.
Y no me cupo la menor duda de que aquella chica era idónea para el puesto. Solo había que ver el desparpajo que tenía a la hora de hablar sobre materia prima, algunas mejoras que se podrían hacer y proveedores.

Escuché atentamente cada palabra de ella cómo si hubiese entrado en un estado extraño de ipnosis. Ella hablaba y hablaba y yo sólo podía concentrarme en el negro de sus ojos, el castaño de sus rizos y las pequeñas pecas que adornaban sus pómulos.

Nunca me había pasado algo parecido al ver a una mujer. Es más, eran ellas quién solían tener ese efecto al vernos a nosotros y no porque pensase que nos llevábamos a todas las mujeres de calle, sino porque ellas lo demostraban así.
Ambos éramos altos, con un cuerpo trabajado por el gimnasio pero no en exceso y unos increíbles ojos azules heredados de mi abuela materna.

Después de media hora, Gemma se marchó contenta del despacho ya que habia conseguido el puesto y se reincorporaría en dos días a la plantilla.

Me quedé fijo en la puerta cómo si esperase que volviera pero despues de cinco minutos sin moverme, me maldije a mi mismo.
Jamás había actuado de aquella manera ni nadie había logrado descolocarme de aquella manera.
No sabía cómo definir aquello pero tampoco quería pensarlo mucho. Me había sorprendido su manera de desenvolverse y por supuesto su aspecto ya que era guapa y bastante resultona. Una parte de mí llegó a pensar que la nueva sería una señora de cincuenta años y por eso mi hermano había declinado en mi sus obligaciones pero estaba claro que ella no era cómo pensé.

Gemma sería la nueva encargada de las importaciones y exportaciones de la empresa, dónde trabajaría conjuntamente con otros empleados.

Gemma había entrado en la empresa y en nuestras vidas para ponerlo todo patas arriba.

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