Desde hacía como un mes, las noches no trataban muy bien a Kath. Tenía sueños que no entendía, en los que la mayoría de las veces estaba encerrada y oía voces. Algunas eran conocidas y amenas, pero otras no las había escuchado jamás. Le rodeaba una habitación plateada sin fin visible y vestía un mono amarillo brillante, carcelario, pegado a la piel.
Esta noche del jueves de mayo, Kath se tapaba los oídos con fuerza y apretaba los ojos, haciendo el amago de gritar, pero sin que le saliera la voz del pecho. Aún así, no podía dejar de oír el zumbido que las voces de cientos de personas proyectaban en su cabeza. Entre ellas, destacaban la risa a pulmón limpio de Camira y una voz muy peculiar, la de su primo Lucas, que canturreaba Havana en estéreo.
Un leve maullido despertó a Kath muy temprano por la mañana. Era Alien, que tenía tanta hambre que si su dueña no se despertaba, se la comería a ella. Sin embargo, a Kath no le apetecía salir de la cama. Era su día libre, hacía frío y aún quedaban mucho para que fuera una hora decente para comenzar el día. Gracias a que era precavida, tenía algunas barritas de carne en el cajón de su mesilla de noche.
- Escúchame atentamente - le dijo al gato señalándolo con el dedo -, te voy a dar una barra entera, pero déjame dormir, demonio.
Como si la estuviera entendiendo, el gato agarró su comida y saltó de la cama, corriendo hacia otra parte. Kath se puso el brazo sobre los ojos y contó constelaciones con los dedos, algo que normalmente la ayudaba a dormir. Sin embargo, su mente no tenía intención de dejarla descansar esa mañana. Esos sueños repetitivos y la presencia en ese último de su primo Lucas, al que hacía meses que no veía, le intrigaban y asustaban a la vez.
Cuando se quedó sin constelaciones que nombrar, decidió no pensar más y emprender su día libre yendo a gastarse el sueldo en comida para la semana. El supermercado que había a un par de manzanas de donde vivía era lo que más le gustaba a Kath de la zona, pues no solo tenía las mejores ofertas, sino que daba muestras de comida gratis. Con suerte, podría pillar un buen desayuno.
Ese viernes de mayo, había una cola de más de diez personas solo para probar la tarta de queso con arándanos que vendían como especialidad, pero Kath decidió que valdría la pena esperar. Pocos minutos después, notó una mano en su hombro y, cuando se giró, vio a su primo Lucas con una sonrisa de oreja a oreja. De alguna manera, se lo esperaba, pero le invadió un sentimiento de felicidad al verlo.
- Kath, ¿qué haces aquí? ¿No estabas en Oxford? - Se abrazaron e hicieron su saludo secreto con las manos, como cuando tenían catorce años.
- No, la verdad es que nunca he estado en Oxford, ¿te lo ha dicho mi madre?
- Sí, me dijo que estudiabas en Oxford y que estabas muy liada - Lucas se pasó la mano por la nuca, desconcertado -. Es lo único que sé de ti desde hace meses. Eso y lo que subes a Instagram, que tampoco es mucho.
Kath asintió sin mucha energía. Su madre no quería que nadie supiera que se había ido de casa para dedicarse a la fotografía freelance, sin ir a la universidad, y acabar trabajando a jornada completa en una tienda de discos de segunda mano.
- Mi madre no se hace a la idea de que me fui aún. ¿Y tú? ¿Te quedas en Londres?
- Sí, estoy viviendo aquí con unos amigos. Me instalé hace como seis semanas, creo - ambos se miraron y sonrieron levemente, como si por su cerebro pasaran millones de recuerdos a la vez -. Estás guapa. Me gusta tu color de pelo.
De pequeños, Lucas y Kath eran como dos gotas de agua. Tenían el mismo pelo rubio y los ojos azul profundo, fruncían el ceño al reírse y tenían pecas casi invisibles en la parte baja de la nariz. En ese momento, ya no se parecían tanto. Lucas había crecido hasta sobrepasar el metro ochenta y su pelo se había oscurecido con la edad. Aún seguía teniendo la misma sonrisa de niño travieso, eso sí. En cuanto a los ojos, tanto los de Kath como los de él seguían siendo como un reflejo, resistente a los años y a la sabiduría.
Los chicos hablaron hasta llevarse un trozo de tarta cada uno, y terminaron de hacer la compra. Kath llevaba fruta y verdura, tres packs de cerveza, un cartón de leche, una base de pizza y queso para fundir. Lucas parecía más pragmático, pues solo llevaba pizza, lasaña de ternera y un paquete de arroz.
- Oye, Lucas, ¿me das tu número? Puedes venir a mi piso cuando quieras, o llamarme si te hace falta cualquier cosa.
- Claro, no me gusta haber perdido el contacto contigo. ¿Donde vives ahora? Si quieres te acompaño, no tengo nada que hacer - señaló su bolsa del súper -. Aunque necesito que me prestes una nevera.
- Sin problema, te presentaré a Alien.
- Espero que no tengas un novio con ese nombre- Lucas se arrepintió de lo que dijo, por si se daba el casual de que fuera así -. Y si lo tienes, espero que no sea un gangster o algo así.
Kath exclamó un qué retórico en una risa chillona y, de repente, se dio cuenta de cuánto extrañaba a ese muchacho y sus ocurrencias. Le explicó que Alien era su gato, y que lo había recogido de la calle cuando tenía como tres meses. También le explicó que su cuenta de Instagram era de fotografía profesional y que, por eso, no subía contenido personal. No dio mucho más tiempo a hablar de nada hasta que Camira les abrió la puerta.
- Espero que cambies esa llave de una vez, porque no puedo estar veinticuatro horas aquí metida, y no siempre voy a estar despierta a las once de la mañana - Camira estaba de espaldas a Kath y Lucas, abriendo la ventana del salón. Cuando se dio la vuelta, se quedó sorprendida y saludó con una mano tímida -. Hola. Soy Camira, Cami para los chicos guapos - en realidad, no era tan tímida -. ¿Y tú?
- Soy Lucas - se rió mordiéndose la lengua mientras saludaba a la chica -.
- Mi primo Lucas - intervino Kath -. Este es nuestro apartamento. El ascensor da un poco de miedo, pero una vez que entras, está bien.
- Lo cierto es que os parecéis mucho - objetó Camira - ¿Os criasteis juntos?
Al final, entre preguntas y recuerdos, el tiempo fue pasando. Lucas les dijo a las chicas que los viernes, sus compañeros de piso y él veían películas categorizadas como "la peor película del año" a través de la historia. Ese día tocaba "Proyecto 43", la peor película de 2014, y a las chicas no les parecía un mal plan.
-Entonces a las siete y medía - dijo el muchacho en el marco de la puerta -. Te paso la ubicación en un rato - se dirigía a Kath, pero cambió su mirada de dirección -. Y, Cami, no tengo apodo para las chicas guapas, pero puedes ponerme uno, si quieres.