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El sonido de pies arrastrándose fuera de la puerta no dejaba conciliar el sueño

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El sonido de pies arrastrándose fuera de la puerta no dejaba conciliar el sueño. Uno hacía guardia y el otro descansaba, esa había sido su rutina durante el último tiempo. No tenían más opción, sólo eran ellos dos, todos los demás ya se habían ido.

Miguel miró por última vez en dirección a donde se encontraba el genio tratando de descansar. Ninguno había dormido bien en los últimos dos días y así no podían salir, menos escapar de esas cosas. Pero tenían que actuar rápido, los recursos eran finitos y la comida era lo primero que se estaba terminando.

—Hamada —llamó la atención de su compañero—, debes dormir, no sirve de nada que estés en ese estado, sólo lograrás que al intentar salir nos maten a los dos —Miguel recibió un gruñido como respuesta. No se llevaban para nada bien, pero era lo que había, cuando el mundo se va al carajo no tienes el placer de escoger a tus compañeros.

Es lo que es.

Se supone que Hiro Hamada era la salvación del mundo. Por lo que Miguel sabía el nipón era alguna clase de científico que había estado en el lugar y el momento equivocado cuando todo comenzó y era de prioridad mundial llevarlo para que ayudara a ponerle fin a la locura en la que el mundo se había tornado. Y él, él sólo era un zapatero que se había cruzado en su camino.

Ahora lo único que importaba era llevar a Hamada hasta la sede de investigación que estaba en Alaska y Miguel era lo único que le quedaba al nipón para protegerlo.

Los amigos de Hiro que también sirvieron de escolta habían muerto, habían dado su vida por proteger al científico, el hermano del Hamada había desaparecido cuando trataron de salvar a la pequeña Socorro, no sabían si estaban vivos, muertos o si ahora vagaban transformados en una de esas criaturas... a Miguel, al igual que a Hiro, no le quedaba nadie, sólo su delantal de cuero que le recordaba lo que había sido su familia antes de que el mundo se fuera a la mierda.

Eran sólo ellos contra el mundo. Eran ellos contra esos monstruos y muy probablemente contra otras personas que hubiesen perdido la cabeza por la situación. Se podría decir que actualmente los vivos daban más miedo que los muertos. O eso era lo que habían aprendido en el tiempo transcurrido.

Miguel vio como una tenue luz comenzaba a filtrarse por las rendijas de las tablas que cubrían cada una de las ventanas. Ya estaba amaneciendo. Era hora de irse.

—Nos vamos —tomó su mochila, acomodó un machete en su cinturón y su bate.

—Ok —Hiro tomó sus cosas también y se armó con machete en mano listo para lo que viniera. A diferencia de Miguel, el nipón aún no era muy bueno en combate cuerpo a cuerpo. Su estado físico no era el mejor, así que desde que su escolta ya no estaba había tenido que practicar para defenderse—. 'Mis amigos' —aún no podía entender como en el lapso de un par de días los habían perdido prácticamente a todos.

—A la de tres —Miguel apretó con fuerza el bate—. Uno —avanzó.

—Dos —Hiro le siguió.

En el fin del mundo [Higuel] [Pausado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora