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Sophie Pineault te envía recuerdos

Habían llegado hasta su casa, ¡hasta su propia casa! Caleb no daba crédito. Habían destrozado su jardín, cuidado con tanto cariño por su difunta madre. Las paredes estaban llenas de pintadas obscenas, incluso habían roto a pedradas algunas de las ventanas. Y por supuesto la policía no había hecho nada. Había notado el desprecio con el que le trataban en comisaría cuando fue a poner la denuncia.

Se había negado a volver a su casa. En lugar de eso había alquilado una habitación barata en un motel para pasar desapercibido. Apenas había salido, hasta que esa noche se acercó hasta el Kentacky Fried Chicken a por algo de comida rápida. Quería cenar en el motel y ver el partido de los Red Sox.

Por eso atajó por el callejón.

— ¡Eh! ¡Tenga más cuidado! — Gruñó de mal humor cuando un hombre le empujó de malas maneras para pasar, casi tirando su comida al suelo. El hombre siguió adelante sin ni siquiera disculparse.

Fue un poco más adelante cuando empezó a pensar que alguien seguía sus pasos. El frío de aquella noche invernal atenaza la poca piel expuesta al mordisco del aire, pero el escalofrío que experimenta tiene poco que ver con la temperatura. Caleb se gira y vuelve sobre sus pasos, abrazado a la bolsa de papel en la que reposa la comida rápida. No hay nadie.

Y sin embargo, cuando reanuda la marcha, está convencido de que el rumor de unos pasos se cierne tras él. Vuelve a darse la vuelta, convencido de que sus acosadores han dado con él de nuevo.

— ¡Dejadme en paz! – Brama en dirección al oscuro callejón, mal iluminado por algunas farolas mortecinas. Ni siquiera hay luna, sólo una curiosa neblina. No se ve ni un alma. — ¡No os tengo miedo! ¡No vais a conseguir asustarme!

Y de nuevo, nada, ni un murmullo, ni el sonido de unos pies. No hay nada ni nadie, aparte de Caleb sintiéndose estúpido por haber perdido los nervios. Pero entonces lo escucha de nuevo: una risa cantarina. Esta vez no son imaginaciones suyas, la risa es muy real, es un sonido infantil, casi musical: la risa de un niño.

Una pelota de plástico rojo rebota contra su pie. Caleb la atrapa con su mano libre. Los pasitos de una niña rubia con un impermeable amarillo se detienen a pocos metros de él. La niña le mira ladeando la cabeza y extiende los brazos, reclamando su juguete.

— ¿Te has perdido? — Pregunta Caleb, su mal humor disipado de repente con la aparición de la pequeña. Ésta asiente con la cabeza y sonríe. Hay algo tan puro en esa sonrisa que Caleb se alegra de haber entrado en el callejón. La noche está a punto de mejorar.

Antes de que pueda dar un paso hacia ella, preguntarle cómo se llama y ofrecerle un caramelo por irse con él, alguien le empuja por la espalda. No tiene tiempo de darse la vuelta, el filo de un cuchillo se hunde entre sus costillas, perforándole un pulmón. La niña del impermeable le contempla gravemente. La voz ronca del hombre que le ha asesinado es lo último que escucha:

—Sophie Pineault te envía recuerdos.

***

The New York Times. 18 de enero de 2016. La policía busca a C.F.A, único sospechoso del secuestro y asesinato de las niñas Eileen Maxwell y Sophie Pineault, de doce años. Su última ubicación conocida es el motel donde se alojaba, al que no ha vuelto desde hace tres días; se espera que en las próximas horas...

***

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⏰ Last updated: May 06, 2018 ⏰

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