Capitulo Uno

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-Malditos gatos -murmuró Nicholas Jonas sacando las dos piernas de la cama.

Tambaleándose para cruzar la habitación en la densa oscuridad, se golpeó el dedo gordo del pie contra la pata de una silla.

Levantó la pierna, maldijo con salvajismo, se agarró el dedo palpitante y saltó hasta la puerta cerrada. La abrió de par en par, posó el pie y recorrió el salón cojeando y parpadeó ante los destellos de sol que se filtraban por las persianas medio abiertas.

¿Qué le pasaba a la gente?, pensó. ¿Por qué no podían guardar a sus malditos gatos en casa en vez de dejarlos fuera de su puerta aullando como almas en pena?

Bueno, ya había tenido suficiente. Esa vez, atraparía a la pequeña bestia y la llevaría directamente al director de los apartamentos o al puente.

Con una irritación creciente, Nicholas corrió el pestillo y abrió la puerta para atrapar al gato.

Sólo se encontró con un pequeño problema.

No había ningún gato gritando en el pequeño cesto posado frente a su puerta.

¿Un bebé?

Al menos, se dijo a sí mismo al bajar la vista horrorizado hacia la cara roja, y la gritona masa de humanidad, él pensaba que era un bebé. Aunque en aquel momento, se parecía más a un alíen.

¿Qué estaba pasando allí? Alzó la cabeza para mirar a lo largo del pasillo como si esperara encontrar al culpable que había abandonado a un bebé como algo sacado de una película de los años treinta. Pero no había nadie allí.

Volvió a mirar al bebé, todavía alucinado de haberlo encontrado en su puerta.

Los brazos y piernas cortos y gordos se agitaban salvajemente en el aire mientras que las manos gordezuelas agarraron algo que no estaba allí. Y el aullido del bebé estaba hecho para romper los tímpanos.

-Eh, niño –dijo agachándose para agitar con torpeza la cesta-. Párate un poquito, ¿vale?

El niño esnifó, bufó, lo miró e inspiró con ganas antes de volver a chillar.

Y la gente se preguntaba por qué no había querido él tener nunca hijos.

Frunciendo el ceño con disgusto, Nicholas miró a lo largo del pasillo del tercer piso de nuevo. No había rastro de nadie. Debería haberlo esperado. ¿Dónde estaban sus ruidosos vecinos ahora que los necesitaba? Seguro, a las once de la mañana, no había nadie en el edificio. Pero que llegara él a las dos de la mañana con una cita y como mínimo, la vieja señora Butler asomaría la cabeza por su puerta abierta.

Volviendo la vista hacia la Máquina Gritadora, se fijó en un sobre que asomaba por el borde de la cesta medio oculto por una manta de punto de vivos colores.

A pesar de la oleada de preocupación que le había enfriado la sangre, Nicholas se agachó y tiró del sobre. Lentamente, con miedo a lo que podía encontrar, lo dio la vuelta.

Maldijo otra vez, en voz más alta, al ver su propio nombre en la cara del sobre.

Capitán Nicholas Jonas, Cuerpo de Marines de Estados Unidos.

¿Un bebé en su puerta? Esas cosas no pasaban en la realidad, ¿o sí? Con dedos repentinamente torpes, rasgó la solapa y sacó los papeles doblados. Los estiró y leyó la nota.

“Capitán Jonas. Siento haberle dejado al bebé de esta manera, pero no contestaba la puerta y me quedaban sólo cuarenta y cinco minutos para pillar el transporte a Guam.”

Nicholas se detuvo. ¿Un compañero de los Marines le había hecho aquello?

“Me ofrecí voluntario para llevarle al bebé. El testamento del sargento va incluido, así que todo es legal. Una pena lo del sargento, pero todos sabemos que usted estará bien con su hijo. Firmado, Cabo Stanley Hubrick.”

Un regalo a su puerta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora