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para ver los blancos picos de las islas que se levantaban del mar y luego soñaba con los diferentes puertos y fondeaderos de las Islas Canarias.
No soñaba ya con tormentas ni con mujeres ni con grandes acontecimientos ni con grandes peces ni con peleas ni competencias de fuerza ni con su esposa.
Solo soñaba ya con lugares y con los leones en la playa. Jugaban como gatitos a la luz del crepúsculo y él les tenía cariño lo mismo que al muchacho. No soñaba jamás con el muchacho. Simplemente despertaba, miraba por la puerta abierta a la luna y desenrollaba sus pantalones y se los ponía. Orinaba junto a la choza y luego subía al camino a despertar al muchacho. Temblaba de frío de la mañana.
Pero sabía que temblando se calentaría y que pronto estaría remando.
La puerta de la casa donde vivía el muchacho no estaba cerrada con llave; la abrió calladamente y entro descalzo. El muchacho estaba dormido en un catre en el primer cuarto y el viejo podía verlo claramente a la luz de la luna moribunda. Le cogió suavemente un pie y lo apretó hasta que el muchacho despertó y se volvió y lo miro. El viejo le hizo una seña con la cabeza y el muchacho cogió sus pantalones de la silla junto a la cama y, sentándose en ella, se los puso.
El viejo salió afuera y el muchacho vino tras él. Estaba soñoliento y el viejo le echo el brazo sobre los hombros y dijo:
–Lo siento.
–Que va –dijo el muchacho–. Es lo que debe hacer un hombre.
Marcharon camino abajo hasta la cabaña del viejo; y todo a lo largo del camino, en la oscuridad, se veían hombres descalzos portando los mástiles de sus botes.
Cuando llegaron a la choza del viejo el muchacho cogió los rollos de sedal de la cesta, el arpón y el bichero y el viejo llevo el mástil con la vela arrollada al hombro.
–¿Quiere usted café? –pregunto el muchacho.
–Pondremos el aparejo en el bote y luego tomaremos un poco.
Tomaron café en latas de leche condensada en un puesto que abría temprano y servía a los pescadores.
–¿Qué tal ha dormido, viejo? –pregunto el muchacho.
Ahora estaba despertando aunque todavía le era difícil dejar su sueño.
–Muy bien, Manolín –dijo el viejo. Hoy me siento confiado.

el viejo y el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora