Aquella tarde endulzada

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El horno acababa de sonar, avisándole que el bizcocho estaba listo, así que terminó las espirales de chocolate en la plantilla, dejó la manga pastelera a un lado con cuidado de que no se derramara todo, y caminó hasta el electrodoméstico. El olor característico de la bollería inundó sus fosas nasales en cuanto abrió la puerta, y sonrió complacido en cuando vio que la masa había subido correctamente y no tenía ninguna rasgadura. Cogió las manoplas de su abuela, y sacó la bandeja, nuevamente satisfecho con el resultado. Dejó reposar el bizcocho y se puso con la crema pastelera, el relleno perfecto para la tarta de cumpleaños que le habían encargado, otro año más, la familia Kim.

Hyuk era el heredero del negocio, una pastelería en la que él era la quinta generación. Su tatarabuela abrió el lugar cumpliendo su sueño de crear los mejores dulces de la ciudad, y hasta el día de hoy aún no había defraudado a nadie. El muchacho con apenas veintitrés años amaba el negocio de su familia, y se sentía bendecido con el don de la repostería que, según su familia, había heredado de la fundadora del pequeño comercio.

Su reloj marcaba ya las tres de la tarde, en media hora la señora Kim aparecería por la puerta para recoger su pedido, así que terminó de empaquetar el pastel y lo metió en la nevera para que estuviera en la temperatura perfecta en cuanto decidieran regalárselo a Wonsik en su fiesta de cumpleaños.

Como vio que aún tenía tiempo hasta cerrar la tienda, decidió crear una nueva masa de magdalenas para colocarlas en su escaparate y así poder venderlas a los clientes que todos los días pasaban por delante, como el señor Park que compraba las tartaletas de limón para su esposa por que le recordaban a su primera cita o Sunmi, una chica que casi todos los días solía encargar galletas con virutas de chocolate para su reciente novio. Las historias que Hyuk vivía todos los días eran su parte favorita del trabajo, le gustaba ver la ilusión o los motivos por el que sus clientes decidían asistir a su pastelería.

En cuanto hubo metido la mezcla nueva en el horno, fue para su escaparate y lo preparó para colocar las magdalenas en cuanto estuvieran listas, y de paso observar la calle con un motivo algo diferente, pues no solo eran casi las tres y media, si no que faltaba poco menos de quince minutos para que él pasara por delante.

Un muchacho de mirada triste que lo cautivó a pocos días de navidad, y que por algún motivo, tal vez laboral, todos los días a las cuatro menos veinte minutos de la tarde miraba con curiosidad su escaparate y le dedicaba una sonrisa acompañada de unos hoyuelos más dulces que el merengue que tanto le gustaba preparar.

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Miró el reloj, y resopló al ver que solo hacía diez minutos que había comprobado la hora por última vez. Odiaba su trabajo, pero no había otra cosa que supiera hacer, pues al terminar sus estudios y cumplir su mayoría de edad, Hongbin se vio obligado a comenzar su nuevo empleo en la empresa de su padre, y ascender como futuro presidente de una de las marcas más famosas de Corea del Sur.

Comenzó como becario, pero al tener preferencia como hijo del jefe, ascendió con rapidez a otros puestos más importantes. A causa de esto, sus compañeros nunca lo miraban como uno más, si no que hablaban con él lo justo y necesario, y siempre sobre temas de trabajo. Al terminar sus turnos, la plantilla se solía reunir los viernes noche para beber y conocerse entre ellos, pero Hongbin era el excluido, así que su día a día se basaba en trabajar, comer, dormir y descansar en su gran mansión los fines de semana.

Cualquier chico de veinticinco años estaría encantado de ser guapo, rico, con varias propiedades a su nombre, y una casa en la playa, pero a Hongbin nunca le complacían esas cosas. Solía envidiar a los personajes de los dramas que veía por las noches en su habitación, como aquellos en los que la protagonista era lo suficientemente pobre como para tener que dormir en una sauna, pero feliz de estar con esa persona especial. También le gustaba ver a la gente cantar a través de los cristales de los karaokes, cosa que su padre encontraba desagradable y vergonzoso.

Aquella tarde endulzada (One-shot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora