tercera parte /3

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Ella lo miró con desprecio y le dijo de manera tajante: –Yo puedo pagarme mis propios tragos o ¿acaso quiere sobornarme para fotografiar a su competencia? . Ella, notoriamente había pasado al usted…

Max alzó las manos aceptando su derrota.

–Me lo merezco, me comporté como un verdadero imbécil en la playa. Te pido disculpas, no fue mi intención ofenderte, pero al verte en la playa, sola, en la orilla, con la cámara en mano, pensé lo peor.

No se me cruzó por la mente que eras huésped del hotel, ya que los temporadistas no llegarán sino dentro de dos semanas. Estaba aprovechando el tiempo libre para practicar mis giros para la competencia nacional que se llevará a cabo en un par de meses.

Así que había acertado. Él era un profesional, ¿de qué otra manera era posible hacer las acrobacias que había hecho en el agua?, pensó Amanda. Al menos tenía la decencia de disculparse. El nudo rojo que se le había hecho en el estómago estaba empezando a aflojar.

–Está bien, dijo ella, acepto tus disculpas. Cuando sonrió la expresión le llegó hasta los ojos, por primera vez Amanda notó que eran azul claro como el agua de la playa y brillaban aún más por el tono dorado de su piel.

Él entonces le estrechó la mano, ella a su vez tomó su mano dubitativamente; y sintió un chispazo al tocar su mano fuerte y callosa.

–Mucho gusto, Amanda.

–Yo soy Max, soy instructor de windsurf y otras actividades aquí en el hotel.

–Pensé que dijiste que eras windsurfista profesional.

–Lo soy, pero cuando encuentras una manera de practicar lo que te apasiona todos los días, lo haces de cualquier manera; y en mi caso eso no se trata solo de competir, sino de enseñarle a los demás tu oficio para que ellos descubran algo que les encanta o los entretiene mientras están aquí.

Amanda sonrió
– Sí, entiendo. Pero en la mayoría de los casos la pasión no paga las cuentas.

–¿Y cuál es tu pasión, Amanda?

Amanda sintió calor en las mejillas, menos mal que el clima tropical disimulaba su rubor. Ella desvió la mirada de sus penetrantes ojos azules y respondió con voz baja: –La fotografía… me encanta capturar momentos y plasmarlos de una manera más permanente.

–Claro, con esa cámara, seguramente eres fotógrafa profesional, ¿no?

–No, para nada. Es un pasatiempos. Mi mamá me regaló la cámara como obsequio de graduación cuando terminé la universidad.

–¿Qué estudiaste?

–Artes visuales.

–¿Trabajas en eso? –No

–respondió con tono melancólico

–, soy secretaria ejecutiva en una constructora.

–Bueno, nunca es tarde para hacer realidad tus sueños, dijo Max con tono optimista. Fue gracias a José que yo materialicé el mío.

–¿En serio?

–Amanda alzó la vista con curiosidad.

–Sí. Hace cinco años vine acá de vacaciones con un grupo de amigos. Me enamoré del mar y del windsurf . La última noche antes de volver a casa me senté en esta barra a tomar unos tragos y empecé a conversar con José. Él me dijo que la vida es demasiado corta como para desperdiciarla haciendo algo que no me hace feliz.

–Vaya. José definitivamente tiene buenos consejos, ¿quién imaginaría que conocería a un sabio unicornio en este viaje?.

Max la miró con expresión pasmada, Un sabio…
¿ unicornio ?

–Amanda intentó contener su sonrisa ante la expresión y tono de voz de Max, pero cuando él se echó a reír ella también lo acompañó.

El tiempo había pasado volando mientras conversaba con Max, sin darse cuenta el día se estaba terminando. Al voltear la cabeza por encima de su hombro contempló el atardecer. El sol se acercaba cada vez más a la línea del horizonte, el reflejo de su luz pintaba una franja luminosa sobre el mar. El cielo estaba lleno de tonos naranjas y rosa.

–Dame un momento, le dijo a Max. Sacó su cámara y caminó hacia la piscina para retratar el paisaje.

Estaba tan absorta en lo que estaba viendo que no se percató de que él estaba parado justo detrás de ella, hasta que escuchó su voz.

– Te ves hermosa cuando estás sacando fotos.

Ella se volteó, y en su prisa tropezó con sus propios pies y estuvo a punto de caerse de rodillas al piso, pero él la sostuvo por los hombros y la ayudó a recuperar el equilibrio. Estaban tan cerca que cada uno podía sentir el aliento tibio del otro sobre su piel, un aliento que despedía un aroma de mar y salitre. Amanda no sabía si era por los tragos o por la conversación tan estimulante que habían tenido, pero se sentía intoxicada por su proximidad.

Max todavía la sujetaba por los hombros, no quería soltarla, empezó a acariciar sus brazos, su piel se sentía tan suave bajo sus manos. Su cabello castaño revoloteaba con la brisa y cuando alzó la mirada y vio sus ojos color miel sabía que se arrepentiría si desechaba esta oportunidad.

Suavemente tomó su cara entre sus manos; y sin dejar de mirarla acarició una de sus mejillas con la yema del dedo pulgar, apartó los mechones que revoloteaban en su rostro, se acercó y posó sus labios sobre los suyos. El beso era suave, tentativo al principio, pero a pocos momentos de sentir su boca contra la suya, cuando ella entreabrió los labios, concediéndole permiso a su lengua para explorar su boca, ella dejó escapar un suave gemido y ese sonido despertó su deseo como una bestia hambrienta.

El beso que tuvo lugar entre los dos pareció detener el reloj, cuando se separaron él le preguntó.

–¿Te gustaría ir a un sitio más privado?, ella asintió con la cabeza.

–Sí, podemos ir a mi cabaña.

–¿Cuál es?

–La siete.

Le pasó las manos por el rostro una vez más, rozando sus labios con el pulgar, tomó su mano y la guió hacia el sendero.

–¡Espera! ¡Mi bolso! .Ella se soltó de su mano y caminó hacia la barra que estaba desatendida, no veía a José por ningún lado, pero era algo que agradeció, ya que le daría mucha vergüenza mirarlo a la cara después de haberse besado con Max.

Cogió el bolso y caminó hacia donde Max la estaba esperando, extendió su mano y ella lo tomó, reconfortada por ese gesto. Caminaron por el sendero, ahora iluminado por unos faroles que despedían una luz tenue. Cuando llegaron a la cabaña ella sacó la llave de su bolso y abrió la puerta. Al entrar, ella metió la llave para trancar el cerrojo, cuando se volteó Max estaba allí, el nudo de furia que había sentido en la playa estaba completamente disuelto, ahora se sentía consumida por el deseo de volver a besarlo y sentir sus manos sobre su cuerpo.

Max volvió a tomar su rostro entre las manos y la besó con intensidad, estaba consumido por la suavidad de sus carnosos labios, la tenía aprisionada con su cuerpo, contra la puerta, ella sentía su erección presionada contra su vientre. Entonces separó su cara a pocos centímetros de la de ella; y le preguntó:

–¿Estás segura que quieres hacer esto? .Si quieres que me detenga lo haré, si quieres que me vaya me iré, no quiero hacer nada que no quieras hacer. Ella lo miró, conmovida por lo que le estaba diciendo.

–No, no quiero que te vayas, por lo que estabas aciendo.

                      Continuará

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