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Narra KyungSoo


Mi vida nunca fue lo más normal, tampoco es que fuera algo extraordinario.

Siempre fui un chico que estaba bajo las órdenes de padres amorosos y sumamente religiosos, ambos introvertidos, ambos amables pero solitarios.

Durante mi infancia vivimos en una pequeña casa lejos de la ciudad, todo el campo que nos rodeaba era mi lugar de juegos y realmente fui feliz en aquel momento.

No había preocupación que nos aquejara, todo era paz y tranquilidad en nuestras vidas.
Sin embargo, una vez que la economía comenzó a decaer en el campo, mi padre y mi madre se vieron forzados a tomar una decisión.

Fue así que nos mudamos a un pueblo aledaño, donde tendríamos mayores oportunidades y una, supuestamente, mejor calidad de vida.

Y aunque al principio fue así, el hecho de que mis padres estuvieran tan acostumbrados a la soledad cómo yo, nos hizo un poco renuentes a la idea de ser completamente felices en un sitio como ese.

Aunque no todo el tiempo fue así.

Con el paso de los años y viendo ambos como yo iba creciendo, mis padres decidieron tener otro hijo, ambos estaban jóvenes y con la suficiente fuerza y estabilidad económica como para críar otro bebé en la familia.

Cabe recalcar que cuando ellos me dijeron su decisión yo estuve tan alegré que termine llorando en los brazos de mi madre, la idea de un hermanito o hermanita a quien cuidar me era estupenda.

Desgraciadamente no se pudo, intento tras intento y mis padres nunca pudieron concebir otro bebé, eso nublo por mucho tiempo el ánimo tan elevado que había en casa.

Mis padres discutían mucho, ambos gritaban como nunca lo habían hecho, papá se iba por días de la casa y mamá se la pasaba llorando en su habitación, evitándome todo el tiempo.

Entonces decidí actuar, había escuchado de voz del sacerdote de la iglesia que ellos tenían en el monasterio cuartos especiales donde llegaban niños sin hogar y ellos los cuidaban, buscándoles después una familia amorosa que los acogiera.

Fue ahí cuando llego el regalo más bonito que como familia pudiéramos tener, después de hablar semanas y semanas con el sacerdote él accedió a dar una oportunidad para que mis padres conocieran a los niños y entonces pudiera uno venir a casa.

La noticia a mis padres les cayó, en un principio, como balde de agua fría, no querían un hijo que no viniera por los medios naturales y sin embargo, después de mucho convercerlos, mamá empezó a considerar la idea haciendo que papá también lo pensara.

Fue así que días después los tres nos encontramos fuera del monasterio del pueblo, nerviosos y ansiosos por conocer al nuevo miembro de la familia.

Recorrimos habitación en habitación conversando con los niños, papá nunca fue muy hablador sin embargo, al llegar al último cuarto, él se mostró muy motivado por intentar sacar unas cuantas palabras de un pequeño que se encontraba sentado en su cama abrazando fuertemente un peluche de perrito.

Ahí lo supimos... él era el indicado.

Después de los debidos trámites y una pequeña sonrisa llena de dientes faltantes por parte del pequeño, Sehun formó parte de nuestra familia y entonces los cuatro fuimos a casa.

Sehun era un poco como mis padres, callado, introvertido, un poco malhumorado pero muy tierno cuando encontrabas su punto débil.

Siempre obediente ante las órdenes de mi madre, pero renuente a seguir  mi padre, aún con eso era muy amoroso con ambos.

THE BETTER SONG.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora