Parte 1

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•Autorretrato•
-Parte 1-

     Hace algún tiempo las mujeres se casaban a los 15 años, incluso antes, y desde esa edad tenían que saber "hacer sin conocer". Hoy en día, la mayoría de las chicas de mi edad (17 años), ya han perdido la virginidad sin casarse, pero también sin haber descubierto qué si y qué no les gusta sobre el sexo, sometidas al placer del hombre. Mi nombre es Luna Merín, quienes tienen tiempo de conocerme me dicen Lú, y en mi caso, creo que han sido muchas las cosas que he vivido en muy poco tiempo, cosas por las que yo decidí pasar para conocerme.
     Gracias a mi novio, entré por las tardes a estudiar a una escuela de artes y deportes en la que su papá daba clases de estética artística. Yo me especializaba en dibujo de todo tipo, aunque mi fuerte eran los cuerpos, los dibujos eróticos con posiciones sexuales que copiaba de un libro que tenía "oculto" mi madre. Me resultaba sencillo pasar a lápiz cada una de las fotos que despertaban en mí algunos bochornos mientras imaginaba las caricias o besos que me podrían llevar a terminar en una de ellas. Alex, mi novio, solía contarle a su padre sobre los dibujos que tenía en mis libretas de la preparatoria. Me incitó a cortar esas hojas, tenerlas juntas en una carpeta e ir a mostrárselos, a pesar de que en aquel entonces eran sólo bocetos, sombras de rostros, manos, pies, pechos, caderas, pero el maestro se vio sorprendido por los trazos naturales que hacía sin tener alguna enseñanza previa. Así que me suplicó que tomara clases ahí, y su hijo solo agregó un "te lo dije, él apreciaría tu arte".
     Alex y su padre eran muy parecidos en sus facciones, aunque en físico, su padre era un poco más imponente: una espalda ancha, brazos y muslos firmes por sus largas horas de entrenamiento en la misma escuela, Alex estaba delgado y alto por la gimnasia. Sus ojos eran muy parecidos pero su forma de mirar era muy diferente; el hijo me miraba con un brillo y alegría que calmaban, se veía calidez y ternura en su mirada, en cambio el padre tenía fuego en las pupilas, llamas ardiendo en un abismo profundo que hacía perderte en él, sus ojos guardaban muchos secretos.
     Para ocupar mis tardes, me inscribí en clases de dibujo, historia del arte, estética artística y también gimnasia rítmica -ya que mis padres insistieron en que mi físico se prestaba para ello y, aunque no lo disfrutara, al menos lo vería como ejercicio para el cuerpo- asistiendo sólo los martes y jueves.
     En los primeros meses, me empapé de todo lo que me enseñaron los maestros. Cambié esos bocetos por dibujos más estilizados de aquellas imágenes que veía en el libro, pero también dibujaba algunos paisajes de la escuela como parte de un proyecto que nos habían encargado. Después de mis clases de arte, me disponía cada uno de esos días a sudar la gota gorda con las coreografías que nos designaba el entrenador. Tenía mi cuerpo delgado, pero reafirmándose, más aún al tener que vendarme los pechos para evitar aquellos molestos bríncoteos que dan al trote o con cualquier salto. Mido 1.70m, mis pechos son pequeños pero en su lugar, mis piernas son largas y delgadas, nuca lucen en los pantalones que suelo usar, pero parecían llamar mucho la atención de los compañeros y de mi novio cada vez que me veían entrenando, incluso de alguien más que nunca me había percatado que acudía a los entrenamientos.
     La última semana del tercer mes, cambiaron el rol de clases, dejando la gimnasia antes que arte. Un jueves, bromeaba con mi amiga Naty mientras corríamos alrededor de la pista. Nos reíamos imaginando cómo se verían algunos maestros de arte en licras como nuestros novios y compañeros, ya que la mayoría de los que enseñaban arte en la escuela eran enclenques sin condición. En la charla, hicimos polvo a todos, hasta llegar a hablar del maestro H. Vaercy, el padre de mi novio.

     – Creo que de todos los ancianos de la escuela, él sería el único que podría lucir muy bien esa ropa deportiva – Insinuó Naty.
     – ¿Eso crees? – Respondí fingiendo no haber pensado en ello.
     – ¡Claro! ¿Acaso no has visto el trasero que se carga?
     – Sí, vaya que lo he visto – Eso no podía negarlo –. Se ve que sabe qué rutinas hacer para tenerlo así.
     – Él debería ser nuestro maestro de gimnasia y no este tipo al que no podríamos provocarle ni un suspiro – Dijo señalando al maestro Ricardo, quien al parecer disfrutaba más de ver a los hombres –. Y, ¿cómo se le verá el paquete a Vaercy?
     – Ni idea... – Respondí.
     – Estoy segura de que si tienes una idea. Después de todo, fue con su hijo con quien perdiste la virginidad.
     – Pues si, pero no creo que sea igual.

AutorretratoWhere stories live. Discover now