Más que tomar la corona, la recibía. Papá había viajado con la suya, así que los armeros tuvieron la tarea de forjar una nueva. Yo no lo deseaba, ¿Quién podía hacerlo? Lo único que pensaba era en que mi familia acaba de evaporarse del mundo.
Pero un reino sin rey está abocado a la ruina, repitió una y otra vez la corte, presidida por los cabezas de cada entidad: el ministro de batalla, el ministro de moneda, el ministro de leyes, el ministro médico y el ministro de información.
En el instante en que se supo de lo sucedido, y sin aun haberme coronado, la corte tomaba posesión de Umbralia. Suerte, o más bien, astucia de papá de haberla llenado de hombres honorables quienes no trataron de usurpar el poder. Instaron y presionaron en pos de mi coronación, y apenas tres días después fue posada sobre mi cabeza una corona del oro más puro. Y era el Rey Park Jimin.
Desde entonces, mis días se dividían en dos partes: aquella regida por el sol, mi vida de rey, supervisando el mandato; y la regida por la noche, la del niño con el corazón hecho añicos por la partida de sus padres.
Se decía que debía ser capaz de recorrer el camino desde la salida de su castillo hasta los límites de Umbralia con los ojos cerrados. Todo bien aprendido pues fue bien enseñado. Para ello fui preparado por mis padres.
Nadie tenía en la cabeza que llegara a ser rey, pero por largo rato iba a ser príncipe. Y hermano del rey que nunca llegó. Por lo que, cuando digo que toda mi existencia fue llevada al lado de mis padres, estoy siendo casi literal.
Mi trabajo hoy por hoy es fácil. Mientras el continente entero se despedaza, Umbralia vive una paz absoluta. Solo debo preocuparme por disputas de tierras, por mantener los recursos produciéndose y abasteciendo al reino entero, por crímenes pequeños, y por los asuntos foráneos. Estos últimos demuestran ser los más grandes quebraderos de cabeza, por el grosero contraste entre lo vivido en nuestro hogar y al pasar las puertas. Nuestra gente no tiene necesidad alguna de abandonar Umbralia, mas eso no implica que no lo hagan. Hay miles de razones para hacerlo: escapar de su vida y probar nuevas mieles, salir en búsqueda de cultivos o animales aún desconocidos para nosotros y convertirse en pioneros, incentivar una mezcla de razas.
Pero en este presente se antoja harto complicado, pues franquear las puertas del reino implica un riesgo elevado, casi seguro, de no regresar con vida. Y cuando estos viajes terminan en muertes, en Umbralia quedan las familias dolidas y quebradas, necesitando de otros medios para mantenerse. O, lo más común, pidiendo protección y justicia. Protección ante un enemigo que pudiera acercarse al reino, y justicia para con los suyos.
Lo primero es verosímil, y he trabajado en pos de ello. El grueso de nuestra fuerza se reparte entre el castillo y las planicies que marcan el final de Umbralia, mientras que numerosos grupos están apostados a lo largo de todas las montañas, preparándose incluso para un hipotético ataque por encima de
estas.
Tengo meses ya en el cargo, y estoy haciéndolo de la mejor manera que sé. La única, la que me enseñaron mis padres. Claro está, mientras ellos ejercieron su mandato, la guerra era apenas un rumor creciente. No se había extendido de la manera en que lo había hecho ahora, sino hasta sus últimos años, y en ese momento papá empezó a enfrascarse más y alejarme de su labor. Y, por supuesto, está el hecho innegable: no sé nada de guerra. Tampoco de batallas. Ni siquiera de un combate, ni he blandido una espada o dejado volar una flecha contra un enemigo.
No es menos cierto que siempre quise, y que lo intenté a escondidas, pero siempre que era descubierto se me era prohibido. Un doncel no debe levantar armas, repetían, tanto mamá como mi cuidadora, y por ello he llegado a los veintiún años sin saber nada sobre enfrentamiento bélicos. Por algo tengo al ministro de batalla, sí, y él fue quien me instó a repartir mis tropas de la manera en que lo he hecho. Los puntos más importantes, más cubiertos, como nuestra capital y las puertas edificadas en la planicie que daba entrada al reino. Y las montañas pues nunca se puede estar seguro. Pero...
— Estas son medidas de seguridad que debemos aunar a las defensas naturales que nos proporciona nuestra localización— declaró Nam Joon, el ministro de batalla—. Pero claro, no debemos ignorar el hecho irrefutable, y es que, de ser atacados por cualquiera de las facciones que se está moviendo, no tenemos los hombres suficientes para vencerlos cuerpo a cuerpo.
Y el otro asunto foráneo que aquejaba a mi reino, que no era otro que los inmigrantes.
Umbralia nunca ha cerrado sus puertas a los visitantes, ni a quienes deseen aposentarse en nuestro reino. Eran cantidades estables, gente presta para trabajar y hacernos crecer.
La guerra ha acercado a más y más gente, generalmente despojada de sus territorios por la guerra. Sobrevivientes de batallas que por fortuna fueron ignorados por los invasores han terminado encontrando su camino hasta nuestra entrada y, a cambio del compromiso del trabajo, hemos permitido que se instalen en los territorios más cercanos a las puertas, algunos de los más vírgenes hasta la fecha. Pero ya los números empiezan a tornarse más y más alarmantes, y nuestros soldados de las puertas tienen más tarea descubriendo si quien se acerca tiene buenas o malas intenciones que vigilando.
Habrá un momento en que no podremos acoger más refugiados y, entonces,
¿Cómo voy a poder dejarlos para morir en pleno continente? No me lo podría permitir, así como no me puedo permitir que nuestros recursos empiecen a escasear por foráneos.
— Discúlpeme, su majestad, pero es por usted— respondía Taehyung, el ministro de información—. No lo tome a mal, simplemente quiero decir que ellos ven un rey nuevo, quien, para su entender, no está lo suficientemente preparado y quieren aprovecharse. Piensan que usted debe ser más maleable, y que será mucho más accesible al momento de hacer una solicitud.
No lo era, pues aceptaba una cantidad de solicitudes cercana a la que
manejaba papá. Pero, ¿cómo demostrarlo? Si no era con hechos, que es lo que había venido haciendo estos meses, ¿Cómo? Un pueblo es solo tan poderoso como la confianza que deposita en su rey y, si Umbralia dejaba de creer en mí, la puerta hacia el caos iba a ser abierta de par en par.
Esto era uno de los principales temas de discusión en la corte, en conjunto con la guerra. La guerra de la que nada entendía.
— Hay muchas cosas que preocupan a nuestro pueblo— informaba Taehyung—. Para empezar, la guerra. Tantos rumores y voces... Así nada tenga que ver con nosotros, el escuchar de alguien que salió y nunca volvió, o el ver a tantos refugiados, hace sentir como si la guerra estuviera frente a nuestras puertas. Y el miedo está empezando a correr entre la gente. — combatía Taehyung—. Si bien no sabemos de ningún movimiento preparado contra Umbralia, la cantidad creciente de refugiados nos hace ver que se está acercando. Y por muy defendidos que estemos, la mayoría de conquistadores sueltos no tienen límites. Prefieren morir invadiendo que quedarse quietos. —continuó—, el pueblo tiene miedo. Tanto por la guerra,
como por la estabilidad del reino.
— ¿Qué quieres decir?— pregunté.
— La sucesión. Nadie lo desea, su alteza, pero, ¿qué sucedería si algo acaeciera a usted? —preguntó Yoongi, el ministro de leyes—. No tiene hijos, hermanos. Sí, quizás algún primo pensara que merece el cargo, al igual que otro podría pensarlo, y ninguno tendría más razón que el otro. Y no hay mejor receta para el caos que una disputa de coronas.
¿Cómo podía calmar el miedo de guerra? No tenía idea. Pero el segundo
asunto tenía una solución muy clara.
— Debo casarme.
La mirada devuelta por el resto de la corte denotó la suma necesidad de mis palabras.

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Prometido por conveniencia » kookmin ADAPT
Historical FictionPark Jimin, huérfano desde hace unos meses, gobierna a sus 21 años su pequeño reino de la mejor forma en que sabe. No obstante, es consciente de que, pese a haber sido educado para gobernar, su reino se desmoronará si no hace algo. Su solución es J...