I

2 2 0
                                    


El partido está a punto de empezar. Semifinales. Un partido fácil, en realidad.

-Todas a mi alrededor, ahora -dice mi entrenadora. Nos ponemos mirando a su pizarra, donde dibuja jugadas a las que no presto demasiada atención.- Somos superiores en todos los aspectos, pero quiero un buen partido por vuestra parte.

Suena el pitido del árbitro, que nos quiere en el campo.

-¡Manos!

Ponemos las manos en el centro del círculo y gritamos: ¡Ca-mi-nan-tes!

Empieza el partido, tenemos la primera posesión. Movemos rápido el balón, nos movemos veloces por la pista, preparadas para tirar o provocar falta.

Vamos veintiuno arriba.

Estoy sola; me dispongo para tirar mi cuarto triple y es entonces cuando la veo. La canasta hace chof. Alejandra, capitana de las Águilas, mi némesis, ha venido a vernos jugar la semifinal.

Noto su mirada sobre mí en cada movimiento que hago, en cada bloqueo, en cada entrada, en cada finta.

Entrada. Falta. Tiros libres.

Alejandra no me pone excesivamente nerviosa, pero tampoco me transmite confianza. Después de varios tiros fallados (por un mal movimiento de muñeca, quiero pensar), y más de dos cuartos en el campo, me meten en el banquillo.

-¿Qué hace esa aquí? -me pregunta la entrenadora.- No te estarás poniendo nerviosa, ¿verdad?

-Solo estoy cansada.

O eso quiero pensar.

Alejandra ya está en la final. No fue una sorpresa, la verdad. Llevamos cuatro años peleando, y cada una ha ganado dos. Este año serán cinco, y la final que decidirá el desempate. En nuestro último año.

Por eso tenemos que ganar. Para olvidar la derrota del año pasado. Para salir del equipo con una victoria más que ellas.

Ha empezado el último cuarto. Ganamos por doce. No me preocupa demasiado. Ya tengo la cabeza en la final.

-Sofía, al campo.

Salgo de ala-pívot. Con un par de jugadas nos ponemos diecisiete arriba.

Fallamos una canasta y salen al contraataque. Corro detrás de la base, a la que saco una cabeza, y le hago un tapón que hace que resuenen las gradas.

Noto cómo se me sube el color a las mejillas.

Hago un pase largo, que llega al otro campo, y dejo que sigan con la jugada.

Le ofrezco la mano a mi rival, que ha acabado en el suelo. Le ayudo a levantarse, con una sonrisa, y me da un apretón de manos antes de bajar corriendo a defender, conmigo pisándole los talones.

Por el rabillo del ojo veo a Alejandra, con gesto de enfado, salir del campo.

Chúpate esa, te veré en la final.

La jugada, naturalmente, acaba en canasta.

No queda más de un minuto. Ambos equipos estamos en bonus. Tengo el balón, que muevo para perder el tiempo, cuando me golpean el brazo.

Suena el pitido del árbitro. Tiros libres.

Meto los dos, para fastidio del otro equipo.

Tienen la posesión; quedan menos de diez segundos. Mi amiga la base se va de cuatro y se encuentra con que la dejo tirar.

Entra la canasta. Suena la bocina.

Doy la mano a nuestras contrincantes, y abrazo a mis compañeras, con la vista ya puesta en la final.

Nuestro último partidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora